martes, 23 de noviembre de 2010

Curamos a otros desde nuestras propias heridas

Tema 9 El Sanador herido
Miércoles 24 Noviembre

31 “El padre le contestó: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. 32 Pero ahora debemos hacer fiesta y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto, ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado. Lc.15

I. Introducción

A diferencia de los cuentos de hadas, nuestra historia no tiene un final feliz. Es una parábola donde el final no se conoce. Pero si nos pone de cara a cara ante una cuestión espiritual muy difícil: confiar o no confiar en que el amor de Dios lo perdona todo.

Cada uno de nosotros puede elegir que tipo de vida quiere vivir. Nadie puede elegir por nosotros. Podemos vivir en un continuo lamento o participar de la fiesta que hay en nuestra casa. Sentarnos a la mesa con gente que piensa diferente a nosotros es uno de nuestros mayores retos para alguien que está lleno de resentimientos y que le gusta estar hablando siempre de lo injusta que es la vida.

Esta parábola nos intenta decir que a veces es más fácil regresar a casa desde una situación de lujuria que desde la ira contenida que ha echado raíces en nuestro corazón. Parece ser que el resentimiento no puede distinguirse con la misma facilidad que un catarro ni puede ser tratado de una manera lógica.

II. ¿Cómo guiar al Sr. Rodríguez hacia el día de mañana?

He estado visitando al Sr. Rodríguez. Y me pregunto: ¿Qué puedo hacer por él? Quizás la pregunta está errada. Y es que si el Sr. Rodríguez no pode de su parte nadie podrá hacer nada por él.

Lo primero que me viene a la mente es escuchar al enfermo y aconsejar según las reglas que he aprendido. Pero esto no es algo que pueda haber aprendido en el Seminario. Cuando aconsejamos estamos poniendo en voz alta nuestras experiencias de la vida. Y nuestras experiencias están llenas de sentimientos de miedo, dudas, confusión, alegría, certezas, etc. No podemos aplicar a la vida de otra persona nuestra vida. Cada uno de nosotros tiene una vida singular.

¿Pero puedo realmente hacer algo por este hombre y acompañarlo hacia otro día? He aprendido algo en estos últimos días. Un hombre necesita de otro para vivir. Y en medida que pueda penetrar la coraza del Sr. Rodríguez más capacitado estaré para guiar a la gente desde el desierto hacia la tierra prometida.
Y es que una persona puede esperar la salvación por medio de otra persona, tanto en la vida como en la muerte.

III. ¿Qué decirle a alguien lleno de resentimientos?

La gente que conozco y con las cuales vivo en los últimos años siempre está tentada a dar consejos, a decir lo que ellos harían en una situación así. Así que ante la situación del Sr. Rodríguez he escuchado estas palabras: 1º Yo le habría dicho que pensara más en sus buenas experiencias y le hubiera dicho que hay una vida mejor. 2º Yo le hubiera explicado la misericordia de Dios y como Dios le ha perdonado sus pecados 3º Yo hubiera intentado hablar más sobre su enfermedad y de las muchas posibilidades de recuperarse 4º Pues yo le hubiera hablado sobre el miedo a la muerte y sobre su pasado, así se sentiría libre de culpas. La gente siempre tiene ideas y opiniones diferentes sobre una misma cosa. Y esto lo vemos cada día en nuestra familia, en la para del autobús o en la manera que los diferentes canales de televisión dan la misma noticia.

Y yo me pregunto: ¿De qué vale hablar de teología a un hombre que ya está cansado de vivir? ¿Puede alguien que ve la muerte como una escapatoria a su vida comenzar a cambiar los conceptos que tiene arraigados? A veces no hay que decir mucho a alguien como el Sr. Rodríguez. Quizás no hay que decir nada y si estar a su lado. Mostrar un rostro luminoso, abierto a la esperanza. Quizás hay que mantenerse con la boca cerrada y a la vez llamar a la persona por su nombre y tratarlo simplemente como el Sr. Rodríguez. Hacerlo alguien cercano a tu vida. Alguien que nos vea, que nos pueda tocar, que nos pueda oler y oír. Cuando somos personas, cuando nos presentamos como ese humano que es hijo de Dios quizás el Sr. Rodríguez pueda llegar a pensar: A lo mejor, después de todo, alguien me espera fuera del hospital.

IV. ¿Cómo me ven las demás personas?

Cuando me veo frente al espejo y no llevo prisa suelo verme como un hermano pobre. Alguien que a veces no puede erradicar sus resentimientos. Alguien que teme quitarse lo malo que lleva dentro porque quizás arranque las cosas buenas también. ¿Podré volver a casa algún día como hermano mayor? ¿Podré ser encontrado como el hermano menor? ¿Cómo regresar si estoy lleno de celos, si estoy prisionero de los deberes? ¿Alguien hará una fiesta cuando regrese a casa? Una solo cosa sé: Yo sólo no puedo encontrarme.

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