martes, 9 de noviembre de 2010
El miedo a la muerte.
El Sanador herido
Tema 7
25 Entre tanto, el hijo mayor se hallaba en el campo. Al regresar, llegando ya cerca de la casa, oyó la música y el baile. 26 Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba, 27 y el criado le contestó: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha mandado matar el becerro cebado, porque ha venido sano y salvo.’ 28 Tanto irritó esto al hermano mayor, que no quería entrar; así que su padre tuvo que salir a rogarle que lo hiciese. 29 Él respondió a su padre: ‘Tú sabes cuántos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para hacer fiesta con mis amigos. 30 En cambio, llega ahora este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas para él el becerro cebado. Lc.15
I. Introducción
La mayoría de las personas tenemos diferentes miedos, a determinados animales, como arañas, insectos, a espacios cerrados o espacios abiertos, etc., pero son muchos los que tienen miedo a la muerte. Las distintas religiones hablan de un tránsito hacia un mundo mejor, no es difícil imaginar algo así, un paraíso. Sin embargo personas de todas las religiones, incluso aquellos que consideran la reencarnación como la opción con la que se explican este tránsito manifiestan tener este miedo a morir.
El miedo a la muerte tiene mucho que ver con el miedo al cambio. Los cambios siempre asustan. Algunas veces los elegimos nosotros: un viaje, una mudanza, irse a vivir con alguien; son frutos de una reflexión, de una evolución, de un paso de riesgo que nos apetece dar y nos llena de emoción, de ilusión y de esperanza. Otras veces vienen impuestos, nos obliga la vida a cambiar, a adaptarnos a circunstancias nuevas, a dejar algo muy valioso o muy amado, por la imposibilidad de seguir o por exigencias mayores, como la salud o un acontecimiento doloroso o traumático. Lo bueno es poder hacer una lectura de esos cambios, situándolos dentro de una historia, que es la de la propia vida, que tiene sentido y dirección. Piezas de un puzzle que se va formando a lo largo de los años y que, una vez completado, deja ver la imagen de una persona madura, feliz, serena y agradecida de todo lo vivido, de todo lo amado, de todo lo reído y de todo lo llorado. Rodeada de personas por las que se ha entregado, a las que ha amado y servido.
II. Quedarse en la puerta
El hermano mayor de nuestra historia no quiere entrar en casa. Se queda en la puerta enojado y con las manos cogidas. No quiere participar de la fiesta organizada para su hermano.
Si miramos el cuadro de Rembrandt nos damos cuenta que el acontecimiento principal de la pintura es el regreso del hijo. Y el hermano mayor es el principal testigo; pero está apartado. No sonríe. No se acerca. No expresa acogida. Pero si nos fijamos bien, la bienvenida, no está en el centro, sino hacia la parte izquierda, mientras que el hijo alto y arrogante domina la parte derecha. Entre el padre y el hijo mayor hay un gran espacio. Un espacio lleno de tensión. ¿Qué está pasando dentro del hermano mayor? ¿Por qué no entra a la casa?
Entre el padre y el hijo mayor hay cosas en común. Ambos llevan barbas y túnicas rojas. Sus caras están iluminadas. Pero también hay diferencias. Mientras el padre se inclina sobre su hijo menor, el hermano mayor se queda de pie, rígido. El manto del padre es acogedor, el del hermano mayor es pesado. Las manos del padre están extendidas y tocan al recién llegado como señal de bendición, las del hermano mayor están recogidas a la altura del pecho. La luz sobre la cara del padre recorre todo su cuerpo, la luz sobre el hermano mayor es estrecha y fría. Todo su cuerpo está en la oscuridad.
III. Perdidos
Esta historia que cuenta Jesús bien podría llamarse Los hijos perdidos. Pues en realidad son los dos hijos los que se han perdido y se han ido lejos del padre. El menor se fue buscando la felicidad, el mayor está perdido en el resentimiento.
Hay días en que me veo como el hermano mayor: amargado por las decisiones de los demás, resentido con la manera que tiene Dios de hacer las cosas y enfadado conmigo mismo por intentar ser siempre un modelo. Como hijo mayor de mi familia conozco muy bien lo que se siente al tener que ser un hijo modelo.
Generalmente son los hijos mayores los que han de cumplir con las expectativas de los padres. Generalmente son los obedientes. Generalmente son los cumplidores del deber. Siempre quieren agradar. Temen desilusionar a sus padres. Pero a la vez, desde muy temprano desarrollan cierta envidia por sus hermanos menores que parecen más libres para vivir su vida como les apetece.
IV. ¿Qué tipo de hermano soy yo?
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