En la sección Vivir el Evangelio Hoy, del número 20 de Cristianismo Protestante, Alfredo Abad hace una reflexión muy acertada, bajo mi punto de vista, sobre la conveniencia de preferir el término protestante al de evangélico y, al leerla, recordé el origen de los dos términos y se me ocurrió pensar que podía ser interesante para algún lector el conocer el porqué de esa disparidad de criterios.
En los doce años que transcurrieron desde 1517, año que se considera inicio de la Reforma Protestante, hasta la celebración de la segunda Dieta de Spira en 1529 hubo una serie de acontecimientos que más tenían que ver con el reparto de poder político y económico entre el Estado Pontificio, el Emperador Carlos V y los príncipes alemanes que con la reforma circunscrita al ámbito teológico, que es lo que quiso impulsar Lutero.
Esta reforma originariamente religiosa fue utilizada por los príncipes alemanes para ganar independencia y autonomía respecto de Roma y del Emperador, y así, en 1529 Carlos V intentó obligar a los príncipes que habían abrazado el luteranismo a volver a la situación de sumisión hacia él y el papado anterior a la aparición en escena de Lutero y su “nueva” forma de religión. La respuesta de los príncipes fue la siguiente: “Protestamos ante Dios, el único creador, redentor y juez último de todos, que no podemos aceptar lo decretado porque hacerlo sería contrario a Dios, a su palabra sagrada, a nuestra conciencia, a la salvación de las almas y al último edicto de Spira” (Hay que aclarar que en la primera Dieta de Spira celebrada tres años antes los príncipes alemanes habían conseguido alcanzar cotas altas de independencia en lo referente a libertad de actuación y de conciencia para poder elegir otra forma de vivir la fe, distinta del catolicismo romano). Pues bien, este “Protestamos” utilizado en la fórmula para rechazar un decreto que pretendía anular esta autonomía y libertad de conciencia obtenidas, desmarcándose de Roma y el Emperador, apoyándose en la teología luterana, es lo que dio lugar a que, desde entonces, los que rechazaban la autoridad de Roma fuesen llamados protestantes.
No hace falta recordar a nadie que, por su parte, Lutero lo que buscaba era una vuelta a los orígenes evangélicos de la fe cristiana, por lo que él mismo para referirse a lo que tenía que ver con su “reforma” de la Iglesia utilizaba el término evangélico; y éste fue adoptado por iglesias tanto luteranas como reformadas europeas para autodenominarse. (No lo sé a ciencia cierta, pero quizá la E de Evangélica de la I.E.E. se pudiera adscribir aquí) De ahí que, en algunos contextos, los términos evangélico y protestante sean sinónimos.
El problema surge cuando, con el tiempo, a esta acepción de evangélico en el sentido de protestante se le une una nueva acepción por coincidir en forma con el término que es el resultado de la traducción de la palabra inglesa evangelical, que en castellano da evangélico. En el ámbito anglosajón, evangelical es un grupo concreto dentro del protestantismo, con unas tendencias propias y una orientación teológica muy definida, que podríamos resumir a grandes rasgos como literalista en la interpretación de los textos bíblicos, a los que considera infalibles (fundamentalismo); pietista, enfatizando la necesidad de la conversión y profesión de fe del individuo; carismática, haciendo mucho hincapié en la acción del Espíritu y sus dones y muy conservadora en lo tocante a ética sexual y otras normas de comportamiento social.
Estos evangelicals son muy dinámicos y para ellos la participación en la expansión de su doctrina es un componente muy importante a la hora de vivir su fe, de ahí el auge de este “movimiento evangélico” no ya en países de la órbita anglosajona, sino en general por todo el mundo y, por supuesto, en España. Ya en 1968, el pastor de la I.E.E. Daniel Vidal, en su libro Nosotros, los Protestantes Españoles se refiere a ellos y se pregunta, a mi juicio con razón, hasta qué punto podían constituir una amenaza para el protestantismo español, enraizado en el protestantismo histórico europeo, el que surge de las Reformas del siglo XVI, y no en este otro movimiento, más reciente, nacido allende los mares.
Una vez analizada la cuestión de los términos, cada uno sabrá si prefiere uno u otro para referirse a sí mismo, dependiendo de la doctrina que le sea más afín y su forma de vivirla: la I.E.E. es lo suficientemente amplia como para abarcar a la vez comunidades que se alinean en el campo del protestantismo histórico, mientras que otras simpatizan más con las corrientes “evangélicas” según la acepción traducida del inglés.
Volviendo al tema que ha dado lugar a toda esta reflexión, la preferencia de protestante sobre evangélico, que comentaba Alfredo Abad: estoy completamente de acuerdo con él y con los razonamientos que da para preferir un término sobre otro, y por eso no voy a ahondar en el tema. Sin embargo, hay algo que me preocupa y que quiero exponer en este foro, y es lo siguiente: si bien los que componen las familias protestante y evangélica pueden tener más o menos claro decidir usar un término u otro, dependiendo de la manera de cada cual para ver las cosas, ¿qué pasa con la sociedad española en su conjunto? ¿Se aclaran los españoles en general con este vocabulario, o su desconocimiento de la realidad protestante y evangélica va mucho más allá de esta sutileza terminológica?
Posiblemente sea debido a tantos años de catolicismo romano como religión oficial del Estado, pero lo cierto es que, incluso hablando con personas de un nivel cultural muy aceptable, se detecta una falta de información grande en este sentido: los hay que sólo saben de Calvino que mandó quemar a Miguel Servet y de Lutero que fue un hereje contumaz que rompió con Roma cuando, a la luz de lo sucedido, más bien fue Roma la que rompió con Lutero. Con Zwinglio mejor ni intentarlo. Y luego están los que, sin entrar en consideraciones históricas, piensan que los protestantes son los mormones y los testigos de Jehová.
En cualquier caso, la idea predominante es negativa, y de ahí el recelo, la desconfianza, que surgen inevitablemente del desconocimiento de una realidad histórica, cultural y religiosa distinta, por supuesto, de la realidad histórica, cultural y religiosa imperante y oficial durante mucho tiempo en este país. Mi pregunta ahora es si se puede pensar en algún medio a nivel de Iglesia Evangélica Española, con presencia real en España desde 1869, como figura en su logotipo, para remediar esta situación injusta y, cuando digo injusta, no me refiero sólo a los protestantes: también lo es para los que no lo son, pues se les ha estado privando durante muchos años del conocimiento (y posible disfrute) de esta herencia que, aunque no haya sido la oficial, como españoles, también les pertenece y a la cual tienen derecho.
Araceli Buj
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