jueves, 21 de octubre de 2010

¿Qué imagen tenemos de Dios?

Las parábolas de Jesús
Tema 11

31 ¿A qué compararé la gente de este tiempo? ¿A qué se parece? 32 Se parece a los niños que se sientan a jugar en la plaza y gritan a sus compañeros: Tocamos la flauta y no bailasteis; cantamos canciones tristes y no llorasteis. 33 Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino y decís que tiene un demonio. 34 Luego ha venido el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís que es un glotón y bebedor, amigo de gente de mala fama y de los que cobran los impuestos para Roma. 35 Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados. Lc.15

I. Introducción.

A Jesús le gustan los niños. Los niños en sus juegos imitan a los mayores y a sus profesiones. Jesús utiliza la imagen de un niño cuando quiere explicar lo sencillo y primordial. Jesús muchas veces los contrapone a la figura de los fariseos y los doctores de la Ley cuando pone ejemplos de los que rechazan los propósitos de Dios para ellos. Lc.7: 2. Pretendiendo ser religiosos se otorgan el derecho de hacer danzar a los demás al son de su música. Actuando como niños caprichosos que ni juegan ni dejan jugar.

La arrogancia de tales personas es tal que no sólo rechazan al precursor del Mesías; sino al propio Mesías. Al primero por los reproches que hace, al segundo por las noticias de gracias que trae. Juan es demasiado severo. Jesús demasiado tolerante. Juan es un intransigente. Jesús es un indulgente. Juan es un fanático. Jesús un amigo de la gentuza.

¿Qué imagen tenían los contemporáneos sobre Jesús? Para los adversarios intelectuales era un sentimental. Para los judíos un soñador. Para los zelotes era prudente. Para los saduceos un revolucionario. Para los fariseos un liberal. Para los tibios un atrevido.

Estos niños de los cuales habla la parábola representan a todos aquellos que no quieren escuchar a Jesús, los que no aceptan sus críticas, sus desafíos. Juan era molesto por su llamada al arrepentimiento. Jesús molesta porque promete la salvación. Porque invita a no quedarse inmóvil. Porque invita a crecer.

II. ¿Qué mundo describe la parábola?

En el entorno de Jesús, como en cualquier comunidad, hay personas descontentas, inconformes, o personas que sufren el mal de Laodicea, Ap. 3:15-16; o sea la tibieza espiritual. Esa gente que no se compromete con nada. Hay gente que siempre está diciendo a los demás lo que han de hacer; pero ellos nunca lo hacen. Hay doctores de la Ley, jueces implacables que denigran todo lo que los demás hacen; pero que no ofrecen otra alternativa. Están los descontentos eternos, los que nunca se hace nada bien.

Jesús está viendo adultos y niños a su alrededor llenos de posibilidades si se atreviesen a llegar hasta el final de sus sueños. Pues Jesús sabe que cuando se pierde la ilusión y los ideales el fervor se desvanece. Cuando la gente está cansada de lidiar lo único que hace es proyectar su amargura sobre los demás para hacer su vida más llevadera. A gente así Jesús les dice: Venid a mí los que estáis fatigados y cansados y yo os haré descansar. Mt. 11: 28.

III. ¿Qué juego propone Dios?

La propuesta de Dios es que participemos en su juego. Un juego donde hay un programa de iniciativas capaces de transformar nuestra existencia y nuestro mundo. Pero hay que responder a esta invitación.

La tentación a inhibirse es muy general. De hecho la mayoría de las veces preferimos no entrar en el juego y para ello nos inventamos miles de excusas. Jesús sabe que el mayor enemigo del progreso personal, de todo gran entusiasmo, es el virus de la apatía.

La frase con la que acaba la parábola está hecha en un tono enigmático: Pero la sabiduría de Dios se demuestra por todos sus resultados. O sea, que la madurez se demuestra con resultados. Son los sensatos los que demuestran coherencia con sus actos. Si queremos mostrar lo acertado de nuestra posición hay que hacer tangible los hechos, no basta con argumentaciones teóricas.

El juego que propone esta parábola es un juego doble: fiesta y funeral. Hay amor, perdón, entusiasmo; pero también hay reflexión, arrepentimiento, disciplina. La sabiduría es saber reaccionar positivamente ante ambas. Es saber disfrutar de las bendiciones de cada día a la vez que saber sepultar lo que no nos convenga. Hay que saber soportar la bronca de Juan y el abrazo de Jesús. hay que saber enterrar el viejo hombre que llevamos dentro y alegrarse con la buena noticia de ser invitado a la boda del Cordero.

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