sábado, 4 de septiembre de 2010

El amor todo lo perdona.

Lc 14:1, 7-14.
¿Por qué nosotros no guardamos el sábado? En la época de Jesús los creyentes se reunían el sábado. Cantaban, leían y escuchaban reflexiones sobre las Escrituras.
Hoy nos volvemos a encontrar con una escena que ocurre en el día sábado, y quizás tengamos que recordar que Jesús durante su ministerio cuestiona algunas prácticas del sistema de creencias. Para Jesús la manera de interpretar y utilizar la Ley cobra una nueva dimensión cuando Jesús prioriza la salud e integridad de las personas ante el mandato de guardar el sábado. Esta señal hay que entenderla como el inicio de una desconfianza sobre aquello que no solo transmitía seguridad, sino que era indiscutible.
Notemos que no se trata de un llamado que hace Jesús por la presencia de armas, ejércitos o de algún acto de violencia; por el contrario, se debe simplemente al contundente acto de curar (acción que solo puede provenir de Dios), en público un día sábado, y ante los que insistían que debía respetarse el sábado antes que sanar a alguien. Lo que produce Jesús con la palabra y la acción, es poner en duda lo que se enseñaba sobre la ley. Es importante no confundirnos, no ponía en duda la Ley, sino lo que se enseñaba de ella.
Esta desconfianza que puede comenzar a tener el pueblo sobre la enseñanza de los fariseos, abre la posibilidad de reflexionar la finalidad que tiene la Ley en medio de la convivencia del pueblo. Esa finalidad parece ir más allá de la mera repetición de actos y formalidades externas, que buscan tener una finalidad en sí mismas; en realidad lo relevante es el sentimiento que conduce a los actos. Veamos la parábola que hoy nos acompaña.
Pensemos en los sentimientos que anidan en el corazón de las personas de estos dos ejemplos: el que llega a una fiesta y busca los primeros lugares, y el que llega a una fiesta y busca los últimos lugares. Sin dudas son emociones diferentes que se manejan, tan diferentes que no pueden convivir en una misma persona, de hecho cada una de estas emociones o sentimientos conducirán a actos completamente distintos, por ejemplo uno llevará a comportamientos soberbios y otros a comportamientos humildes.
El soberbio perderá de vista a los demás y por ende a sus necesidades, mientras que el humilde tendrá una captación de la realidad bastante más amplia. Pero no solo se trata de la captación de la realidad, sino de qué actitud o acción que se tomará en esa realidad. Al soberbio, por su poca percepción de los demás y sus necesidades, no se dispondrá a ayudar a alguien, sea sábado, lunes, miércoles o cualquier día de la semana. Mientras que la persona humilde estará predispuesta a ayudar en cualquier momento. Aquel principal de la sinagoga que se molestó porque Jesús curó en sábado, no hacía más que manifestar su soberbia, es decir su incapacidad de ver la necesidad de los demás por estar concentrado en una práctica externa, pretendiendo en ella una finalidad en sí misma.
Jesús manifiesta humildad al poner en acto la curación, es decir la sensibilidad por la necesidad del pueblo. La ley tiene la finalidad de educar el corazón del ser humano, y si no es utilizada para ello no se la está respetando. Podemos recordar varias frases bíblicas que tienen que ver con esto: Misericordia quiero y no sacrificios, no odiaras a tu compatriota en tu corazón, amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Jesús dice que toda la ley depende de amar a Dios con todo el corazón, alma y espíritu, y al prójimo como a uno mismo. De modo que la ley pretende recordar al corazón humano qué es lo importante o la voluntad de Dios en nuestra convivencia: el amor.
Que Cristo siga educándonos con la ley del amor, permitiéndonos participar de los anticipos de su reino, que se van cristalizando en actos de humildad en nuestra convivencia.
Amén.

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