viernes, 10 de septiembre de 2010

Vivir la esperanza.

Entre las esperanzas humanas no hay ninguna mayor que la cristiana, aquella que Cristo nos comunicó y que nos ha acompañado a lo largo de todos estos siglos. Muchas cosas han caído, otras han cambiado, a otras las hemos deformado con nuestra manera de ser y de actuar, pero la esperanza cristiana queda como una roca sólida a la que podemos volver una y otra vez.
El resumen de nuestra esperanza es el cielo. Allí, en aquel lugar, o estado, o dimensión, donde situamos el Reino de Dios, está todo lo que anhelamos y deseamos en el fondo del corazón y que aquí y ahora, en esta tierra de nuestra habitación, no tenemos. Ahora vivimos en un mundo lleno de engaños, miserias, dolores, violencia, muerte, envidias, mentira, injusticia, peleas, desigualdades sociales… y tantas cosas más que nos hacen daño y nos angustian. Leer el periódico o ver las noticias en la televisión pueden ser una experiencia de dolor y frustración. Los niños que mueren de hambre, los desarraigados de Iran, las luchas tribales en tantas partes del mundo… son algunas de las cosas que nos hacen mirar hacia arriba y pedir: Señor, ¿hasta cuando?

A veces tenemos la tentación de decir: “hasta el cielo”, esto es, “hasta que llegue el Reino de Dios”; y nos consolamos con la esperanza de aquel día, de aquella realidad final en que Dios renovará todas las cosas. Y lo esperamos con la pasividad del vencido, del que ya no ve ninguna otra salida, del que ha trasladado a un futuro lejano el cumplimiento de su esperanza.

El Evangelio no nos permita hacer esto. Nos llama a luchar sin tregua para conseguir trasladar los objetos de nuestra esperanza a nuestro presente. Convertir nuestro infierno en un trozo de cielo. Si tenemos clara cual es nuestra esperanza, que es lo que realmente queremos y que Cristo quiere darnos, no podemos dejar de luchar para conseguirlo. Hemos de convertir nuestra esperanza en una realidad presente, en cosas concretas, reales, tangibles. Si esperamos la paz, la justicia, el amor y la reconciliación entre todos los hombres, lucha por ello. No esperes el más allá, también aquí es posible conseguirlo, aunque sea en la pequeñez y en la imperfección de nuestras realizaciones. Si esperas una vida en la que todos tengamos las mismas oportunidades, en la que no haya discriminación de ninguna clase, lucha por ello. Haz que sea una realidad en tu vida y trata de hacerlo vivir a los demás.

Ahora estamos en el camino hacia la plenitud de la esperanza. Este camino, pues, no es un camino cualquiera. Esencialmente es un camino en el que se han de vivir las mismas realidades hacia las cuales vamos y al que el Evangelio nos hace aspirar. Nuestra tarea es bajar del cielo y del futuro todo lo se refiere al Reino de Dios, todas sus bondades. Si lo hacemos así, de alguna manera, el camino ya será encuentro y llegada. En él encontramos al Señor y seguimos la maravillosa tarea que empezó en nosotros. Cristo no nos dejó sólo una doctrina, una forma de hacer las cosas. Nos mostró como los objetos de nuestra esperanza se pueden encarnar día a día en realidades concretas. En Él es posible el mundo nuevo que ansiamos.
Enric Capó

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