martes, 1 de junio de 2010
Revindicación de una mujer sin nombre.
A propósito de la mujer de Job: apuntes inconclusos
Algunas mujeres pasan a la historia sin nombre. Si acaso, pasan a la historia debido a su mala fama. Son convertidas en el paradigma de mujeres faltas de piedad e insensatas. La fama que les ha impuesto la tradición se convierte en clave de lectura de sus experiencias vitales, y es muy complicado desprendernos de ella.
Así, en mi opinión, ha sucedido con la mujer de Job, paradigma de la fatuidad y falta de fe. No conocemos su nombre, pero reitero que “conocemos” su fama de mujer falta de entendimiento y de piedad. Nos hemos quedado con las únicas palabras que se citan en el libro de Job dirigidas a su esposo: “maldice a Dios y muérete” (Job 23:9).
Pero, ¿realmente hemos entendido a la mujer sin nombre? En este momento me gustaría abrir una andanada a su favor y poner delante de vosotros su historia para vuestra reflexión. En primer lugar deseo hacer el esfuerzo por entenderla; en segundo, cuestionar su mala fama; y, en tercer lugar, observar cómo Dios se muestra más que comprensivo con ella.
La conclusión la dejaré abierta. No puedo, ni debo concluir. Dejaré a vuestro cargo la responsabilidad de escribirla…
Entendiendo a la mujer sin nombre
Cuando un ser humano profundamente religioso, como la mujer sin nombre, atraviesa por una experiencia que supera todas las expectativas humanas de sufrimiento y dolor es normal que cuestione toda su teología y comprensión de la existencia. En esos momentos todo se derrumba. Y cuando escribo “todo”, estoy diciendo todo, absolutamente todo.
La mujer sin nombre, pierde a sus hijos e hijas. Aquellos a los que amamantó, acompañó y sobre los que puso todos sus sueños. Su marido, ese compañero con el que ha compartido su vida, esta pasando por una enfermedad en la que los indicadores señalan a un diagnóstico terrible: es terminal. Además, sus bienes desaparecen de la noche a la mañana. ¿Cómo reaccionaríamos ante una experiencia así?
Ella no entiende la actitud de su marido. Es comprensible, muy comprensible. La teología de su marido entiende a Dios como un Ser que lleva a los seres humanos al más hondo de los sufrimientos, sin encontrar en ello una razón clara que lo explique –simplemente hay que atender a todas las reflexiones que Job hace en la conversación que sostiene con sus amigos-, simplemente afirma su soberanía sobre la existencia de los seres humanos.
Ante esa teología, ella, se rebela. “¿Aún retienes tu integridad [teológica]? Maldice a Dios –ese Dios que, según tú, nos ha introducido en el más profundo de los sufrimientos- y muérete – acaba con tus sufrimientos y los míos, no vale la pena vivir así-“ (Job 2:9). ¿No es comprensible su reacción..?
Ahora bien, ¿cómo responde Job al dolor de su esposa..?
Cuestionando la mala fama de la mujer sin nombre
La respuesta de Job hacia su esposa es insultante y descalificadora. No la entiende. No quiere comprenderla, porque de hacerlo destruiría su propia comprensión de Dios. En ese preciso momento, Job, reacciona a la manera del cuestionamiento que sus amigos van a hacer de su existencia en la parte central de la narración.
La respuesta de Job a su esposa es terrible: “Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado” (Job 2:10). A los ojos de Job, su mujer es falta de razón o de entendimiento. La mujer sin nombre, no entiende la teología de su marido. Una teología que hace a Dios absoluto responsable de la muerte de sus hijos e hijas, de la pérdida de toda su hacienda y de su enfermedad terminal. Y lo acepta sin cuestionamientos, de momento.
Job no pecó, ya que en ningún momento cuestionó su teología. Él interpretó su dramática experiencia desde la despótica voluntad del Dios en quién creía. Dios tiene derecho a todo, aunque a costa de la vida de los que le sirven.
Sin embargo, Job, al inicio de su discurso ante la presencia de sus amigos comienza un recorrido que cuestiona todo frente a la teología en la que ha sido educado y a las teologías de sus amigos: “Exclamó Job, y dijo: Perezca el día en que yo nací…” (Job 3:1ss.). Job inicia el cuestionamiento de toda su teología, y de esa manera expresa que ha comenzado a entender a su mujer, la mujer sin nombre. Y sus amigos, a través de sus reflexiones, realizan una crítica mordaz e inmisericorde al discurso de Job. Reaccionan de la misma manera que la que él practicó con su mujer. Job ha pecado contra Dios, por eso le acontece el sufrimiento y sus palabras lo demuestran. Job, a los ojos de sus amigos es una persona fatua y pecadora.
La mujer sin nombre no es tan fatua como Job pensaba, y tampoco concuerda con la fama que la ha rodeado en la tradición de la Iglesia.
El Dios que comprende a la mujer sin nombre
Es importante notar el silencio de Dios respecto a la mujer sin nombre al final de la antigua obra literaria. Dios no juzga a la mujer. Dios no juzga a Job. Dios juzga a sus amigos y coloca “patas arriba” sus respectivas teologías, todas ellas muy ortodoxas.
Job, al igual que su mujer, “hablaba de lo que no entendía”. El misterio no debe ser transgredido ¿por qué sufre el justo? Silencio, no hay explicación que contente nuestro entendimiento. De ahí que sea razonable, y así lo entiende Dios, la reacción de la mujer sin nombre y su marido ante el drama que están experimentando. La respuesta al problema del mal y el sufrimiento de los justos es “explicado” a través del silencio: no lo comprendemos. No así sus amigos y el primer Job, el hombre que califica a su mujer de fatua, que creían tener explicación teológica para todo el acontecer humano.
Dios entiende a la mujer sin nombre. La prueba de ello es que Él no emite ningún juicio, ni cuestiona a la esposa de Job. No así a los teólogos, amigos del protagonista del libro que nos ocupa. Dios, según el autor del libro, declarará acerca de los amigos de Job: “no habéis hablado de mi con rectitud” (Job 42:7,8), no así de la mujer.
Es más, la mujer sin nombre, tuvo siete hijos y tres hijas. Fue bendecida junto a su compañero y, quiero pensar, que ambos murieron viejos y llenos de días (Job 42:17). Ella, contra todo pronóstico, también fue revindicada por Dios.
Ignacio Simal
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