Mt. 5.13-16
Nuestra vida está llena de diferencias. No todos somos iguales. La naturaleza nos muestra la riqueza de las diferencias. La metáfora de la sal y de la luz que Jesús ha venido explicando hasta ahora tiene alguna referencia práctica para nuestro mundo y para nuestra responsabilidad cristiana. Veamos tres de estas anotaciones:
1. Hay una diferencia notable entre los cristianos y los no cristianos. Entre la iglesia y el mundo.
Ya conocemos de las intenciones de algunos no cristianos en adoptar apariencias de la cultura cristiana. En nuestra tierra tenemos por ejemplo: las bodas, los bautizos y las comuniones o la Navidad y las festividades de la Semana Santa. Aunque estas son celebraciones cristianas en su esencia, los no cristianos se valen de ellas. Por otro lado tenemos cristianos profesantes que no se diferencian en sus comportamientos ni palabras de los no cristianos. Y aunque esto es así, hay una diferencia esencial que permanece. Y son tan distinguibles como el yeso y el queso. Jesús dijo que eran tan diferentes como la luz de las tinieblas o la sal de la corrupción. No estamos haciendo ningún trabajo por nosotros mismos, ni por Dios, ni por la gente de nuestro tiempo cuando tratamos de minimizar estas diferencias.
El ser diferente es uno de los temas básicos del sermón de la montaña. Y Jesús lo pronuncia bajo el supuesto que sus seguidores son diferentes y nos envía a ser diferentes sin avergonzarnos en ello. Quizás la mayor tragedia de la iglesia durante su larga y variopinta historia a sido su tendencia a acomodarse con la cultura imperante en vez de desarrollar una alternancia cultural.
2. Tenemos que darnos permiso para aceptar esta responsabilidad de ser diferentes.
Si creemos en las metáforas de la sal y de la luz y las ponemos en práctica entonces nuestra idiosincrasia no la podemos esconder. Cuando Jesús hace su discurso después del pronombre “vosotros” sois la sal de la tierra o la luz del mundo, pone una condición lógica “por lo tanto” no podemos hacer las cosas como si no fuéramos responsables de nuestra identidad. Y es que tenemos que ser lo que somos. Somos la sal y tenemos que hacer lo posible por dar sabor o evitar que las cosas se corrompan. Somos la luz y no podemos dejar de dar luz por más que el miedo o la pereza toquen a nuestras puertas.
¿Qué palabras tenemos para las personas que se sientes pérdidas y abandonadas por el mundo? ¿Qué podemos hacer contra la frustración, la alienación y el individualismo? Algunos suelen decir que están cansados, que son viejos, que somos pocos. Pero la realidad es que como creyentes en Dios hemos perdido la confianza en el poder del evangelio de Cristo.
Pero la realidad es que no estamos impotentes. Y es que tenemos a Jesús, sus buenas noticias, sus ideales, su poder.
3. Nuestra responsabilidad es doble.
¿Qué tienen en común la sal y la luz? Las dos se dan y se gastan. Pero esto es lo opuesto a los sistemas religiosos o de fe contemporáneos que está centrado en el individuo. La sal tiene una función negativa impide que una cosa se deteriore. La luz tiene una función positiva ilumina las tinieblas.
Así que los discípulos de Jesús han de tener una doble finalidad en el mundo: impedir que las cosas se deterioren e iluminar la oscuridad. Algunas personas han visto en el uso de estas metáforas la doble acción de la misión de la iglesia: la evangelización y la acción social.
Dios nos destinó para penetrar en el mundo, para frotarnos con el. Para evitar su enfermedad y corrupción, no para quedarnos en nuestros cómodos saleritos eclesiásticos. Ya sé que es fácil condenar y criticar al mundo y las cosas males que hace. De hecho la iglesia se ha especializado en nombrar las cosas malas que hay fuera. ¿Pero donde estábamos cuando las cosas comenzaron a ir mal? ¿Podemos echarle la culpa al bacalao de su deterioro sino lo salamos?
¿Qué significa en la práctica ser la sal de la tierra? Pues podría decir en primer lugar que significa ser valiente y sinceros a la hora de condenar el mal. Si queremos ser referenciales, ser una opción de fe, si deseamos ayudar a las personas entonces tendremos que frotar sus heridas hasta que duela, decir lo que están haciendo mal, denunciar lo que no está bien. Ser diferentes en el trato que le da el mundo.
Y es que no es lo mismo chocar con un iceberg que con un cubito de hielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario