martes, 24 de noviembre de 2009

La ética como retorno o el don de hacernos preguntas

En el trascurso de los últimos años, tanto en plano económico como en el de la filosofía europea, se pueden escuchar discursos que promueven la ética como herramienta y como homilía para cambiar costumbres y tipicidades. Y es que a la ética se le redescubierto como la ciencia de la conducta. No nos extrañemos entonces si estos aires golpean nuestras ventanas y nos despiertan en medio de la noche.

Pero no podemos perder la calma por un ruido, ni aquí ni en ninguna otra parte, como nos alertaba Lévinas sobre la diferenciación en las categorías de moral y ética. La moral hace por la ética, lo que hablando en términos de fe; las iglesias cristianas por la teología.

Quizás algunos tengan muy clara la respuesta a ¿Existe una ética cristiana? Otros, confío en que no tanto. Quizás algunos estén en condiciones de formar parte de esas comisiones que dictaminan de manera tribunalistica qué es lo correcto o lo incorrecto en estos días de gripes y de incendios. Pero seguiré confiando que otros no estén preparados para tales menesteres.

Vivimos en una cultura no sólo pluralista en concepto de creencias, sino también en las descreencias. Las cosas no son como antes. Ni volverán a ser. El mundo en que nacimos ya no existe. La Iglesia que conocimos ya no es. Y eso es obvio. Ahora hay oraciones gramaticales que no podemos construir. No podemos escribir p.e. que los presbiterianos son heterodoxos en sus enfoques. No, y es que hay presbiterianos ortodoxos también. Tampoco podemos afirmar que los católicos romanos son tradicionalistas litúrgicamente. No, y es que hay congregaciones católicas romanas más reformadas que la Iglesia Reformada en Aragón. Y es que la realidad nuestra, la de todos los días, ha hecho que algunos presupuestos cambien. Sobre todo los relacionados con la ética, asumiendo que esta es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre: el derecho al trabajo, la sexualidad, la justicia en el salario, el aborto, las guerras, la emigración, el comercio, etc.

Decía Brown allá por los años ochenta, y que aún es lectura obligada para los estudiantes del SEUT , en su análisis sobre los desafíos seculares de la Iglesia contemporánea que no debemos llevarnos las manos a la cabeza si muchos cristianos no saben qué creer o qué decir respecto a muchas cuestiones éticas. ¿Es este nuestro caso? Quizás en alguna de los apacibles atardeceres de Barcelona durante el puente de la Hispanidad el Sínodo General de la IEE pueda hacerse alguna pregunta al respecto. Y es que, nuestro particular viaje hacia Ítaca no es por lo que decimos sobre cuestiones éticas, sino en el momento que lo decimos y sobre que base lo argumentamos. O peor aun; que la mayoría de las oportunidades no decimos nada y nos mantenemos en una especie de silencio sui generis mientras la Conferencia Episcopal Española y la Alianza Evangélica Española realizan sus dictados para comprobar nuestra ortografía.

Para los que afirman que hay una ética cristiana. Habría que responder que si, que tienen razón. Hay una ética cristiana en medida que hay una ética musulmana, que hay una ética judía, que hay una ética budista e incluso que subsiste una ética agnóstica. Y como hay una ética cristiana, entonces los peligros del legalismo y del antinominalismo están tocándonos a las puertas de las capillas cada domingo en las mañanas.

En el día a día nadie pierde el sueño por la existencia o no de una ética ideológica. Este no es un problema real. Esto es una especie de cortina de humo para travestir el dolor y las injusticias sociales. La dolor primario, al menos en el ámbito cristiano, es que la Iglesia ha dejado a un lado la Ética para ocuparse se su supervivencia o supremacía mediante las éticas. Ha dejado de asumir la responsabilidad por el otro como manera de testimonio. Y como resultante nos encontramos con la dicotomía de que no practicamos lo que confesamos. No somos referenciales. Y nuestros bancos están vacíos. Eso sí, tenemos una historia. Tenemos un pasado glorioso. Tenemos una teoría de la ética o de sus cuestiones muy equilibrada y teologizada; pero sin trascendencia ni inspiración.

Los hombres y mujeres que conozco aspiran a vivir sin dolores; o al menos con menos dolores que los actuales y quieren ser tratados con justicia. Nuestra espada de Democles es más bien cultural y radica en que la ética nuestra, tan occidental y a veces tan poco evangélica, tan legalista y con tan poca gracia; está atenazada entre la trascendencia de la condición humana y la responsabilidad por el otro. Es el “yo quisiera; pero no puedo” ¿La razón? Una simple; nos movemos entre las lamentaciones proféticas de un judío nombrado Job y las meditaciones reflexivas de un griego llamado Platón. Hemos comenzado un viaje y ahora queremos regresar a casa; pero no sabemos qué camino transitar. Necesitamos pues la ética del retorno. La pregunta.

¿Donde estamos éticamente? Esta es una pregunta ardua. Pero que debemos hacernos como personas y como institución. Como personas porque nuestro significado se manifiesta con nuestra finalidad y nuestro lenguaje. Como institución porque la Iglesia ha de hacerse preguntas si es que aspira a ser Iglesia. ¿Es ético que la Iglesia guarde silencio ante los programas de reducción de plantillas y la obtención de beneficios millonarios por parte de las empresas? ¿Sobre qué conversamos con los homosexuales que están en nuestras comunidades una vez finalizada la celebración dominical? ¿Por qué engalanamos los templos y capillas para festejar un matrimonio y cuando hay un divorcio se conmemora con un desacompañamiento apabullante?¿Qué dice la Iglesia sobre los miembros que pagan a sus trabajadores domésticos entre 6 o 7 euros por hora? ¿Cómo es posible que haya entre nosotros comunidades con una solvente cuenta bancaria y haya personas que forman parte de esas comunidades que no tienen que comer después del día veinte de cada mes? ¿Qué es lo más ético: dedicar dinero a estar presente en eventos internacionales y formar parte de instituciones reconocidas o apoyar económicamente a una iglesia que recién comienza su andadura en alguna geografía de la península? ¿Por qué en los órganos de administración y ejecutivos de la Iglesia están representados de manera dilatada sólo aquellos territorios más ricos o más populares? ¿Cuál es el patrón que se sigue para hacer denuncias políticas desde la Iglesia por unas causas y no por otras? Y si nos cuesta preguntarnos estas cosas y ciertas mas, más nos duele dar una respuesta. Con los años hemos aprendido a caminar y caminar. Muchas veces sin rumbo. Por inercia. Pero sin detenernos a levantar a los heridos ni a enterrar a los muertos en el campo de batalla. A no preguntarnos cosas.

Las discusiones éticas están entre nosotros. Ya no lo podemos evitar. Ahora somos nosotros quienes hemos de decidir si participamos de ellas con responsabilidad y bondad o nos mantenemos con la cabeza escondida en la cuneta con la filosofía como argumento de que lo que no se habla no existe. Pero hay otra certeza entre nosotros: las filosofías no consuelan. Lo que consuela es la fe.

Augusto G. Milián
Zaragoza 2009

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