Lucas 21: 25-36
Querida familia:
La tradición nos dijo que el Adviento marcaba el inicio del año litúrgico en casi todas las confesiones cristianas. Y que durante este periodo nos deberíamos preparar para celebrar la conmemoración del nacimiento de Jesucristo y renovar la esperanza en la segunda venida de Cristo al final de los tiempos.
La tradición nos colocó delante los símbolos del Adviento: la corona y los personajes.
La tradición nos narró que la corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Las cuatro velas nos hacen pensar en la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios, y como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos.
La tradición nos presentó a los personajes bíblicos recomendados para recordar en este tiempo. Son: Isaías; el que anuncia la llegada del Salvador, Juan el Bautista; la figura de la preparación y María; la mujer que porta la esperanza.
La tradición nos confirmó que había una teología litúrgica para el Adviento. Una teología que tiene dos líneas enunciadas por el calendario: la espera de la Parusía, revivida con los textos mesiánicos escatológicos del Antiguo Testamento y la perspectiva de Navidad que renueva la memoria de alguna de estas promesas que hace Lucas en su evangelio. Promesas ya cumplidas aunque si bien no definitivamente.
Esto publicita la tradición, ¿pero que digo yo del Adviento?
Yo creo que Adviento es un drama. Un drama de la fe. Un drama con su introito, su interludio y su postludio.
Yo creo que hay preguntas que nos hacemos en vísperas de Adviento y que no dejan de martillear a la puerta de nuestro corazón cada día: ¿Soy digno del amor o del odio? ¿Soy digno de Dios? ¿Y si no soy capaz de ver las señales que me anuncia Jesús? ¿Si no logro ver el cambio en el color de las hojas? ¿Se enfadará Dios conmigo? Yo creo que Dios no se enfada conmigo ni con nadie a estas alturas de la historia. Más bien soy yo el que suele acabar enfadado con Dios cuando Dios no es o no hace las cosas como yo me imaginaba.
Yo creo que debo en Adviento replantearme mi relación con Dios. Y es que a fin de cuentas mi fe es más exegética que sistemática. Y por ello debo atreverme a hacerme ciertas preguntas que he dado por respondidas en el catecismo. ¿Qué imagen de Dios tengo? ¿Es ese Dios una amenaza para que yo viva bien? ¿Puedo contar con su perdón?
Yo creo que Adviento no me quitará el sueño. Como tampoco me lo quitará el saber cómo otros vieron a Jesús. Y no me lo quita porque lo trascendente es cómo le veo yo. Lo importante es que Jesús me sea contemporáneo.
Yo creo que Adviento es un buen tiempo para limpiar la casa y vaciarse los bolsillos. Y es que los hombres necesitamos ser liberado de las falsas imágenes de Dios que nos han legado las tradiciones. Pero junto con la libertad necesitamos ser salvados también. Y para ser salvados no hemos de hacer mucho. De hecho no podemos hacer nada ni para que nos amen ni para que nos acojan. La realidad es que en Adviento ya hemos sido acogidos por Dios. Y somos acogidos tal como somos y en la situación que estamos.
La tradición no lo dice; pero yo lo creo. Con el Adviento se acerca nuestra liberación.
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