martes, 24 de noviembre de 2009

Cuando somos esclavos de los que decimos.

Jueces 11

Hay palabras que pronunciamos y nos liberan. Otras nos encadenan y nos entristecen el resto de nuestras vidas. Jefté es un ejemplo de ello.

1. ¿Quién es este persona?

1Jefté era un valiente guerrero de la región de Galaad. Era hijo de una prostituta y de un hombre llamado Galaad, 2 pero como la propia esposa de Galaad le había dado otros hijos, cuando estos crecieron echaron de casa a Jefté y le dijeron que no heredaría nada de su padre, por ser hijo de otra mujer. 3 Entonces Jefté huyó de sus hermanos y se fue a vivir a la región de Tob, donde reunió una banda de desalmados que salían con él a hacer correrías.

2. ¿Cómo pasó de ser un bandido a ser jefe de una comunidad?

4 Pasado algún tiempo, los amonitas atacaron a Israel. 5 Entonces los jefes de Galaad mandaron traer a Jefté de la región de Tob 6 y le dijeron:
–Ven, queremos que seas nuestro jefe en la guerra contra los amonitas.
7 Jefté les contestó:
–¿Pues no me odiabais vosotros, y hasta me obligasteis a irme de la casa de mi padre? ¿Por qué venís a buscarme ahora que estáis en apuros?
8 –Precisamente porque estamos en apuros venimos a buscarte –dijeron ellos–. Queremos que vengas con nosotros y pelees contra los amonitas, y que seas el jefe de todos los que vivimos en Galaad.
9 –Pues si queréis que yo regrese para pelear contra los amonitas, y si el Señor me da la victoria, seré vuestro jefe –respondió Jefté.

3. La promesa.

29 Entonces el espíritu del Señor vino sobre Jefté,l y este recorrió Galaad y Manasés, pasando por Mispá de Galaad, para invadir el territorio de los amonitas. 30 Y Jefté le hizo esta promesa al Señor: “Si me das la victoria sobre los amonitas, 31 yo te ofreceré en holocausto a quien primero salga de mi casa a recibirme cuando yo regrese de la batalla.

5. Algunas veces Dios responde nuestras oraciones.

32 Jefté invadió el territorio de los amonitas, los atacó y el Señor le dio la victoria. 33 Mató Jefté a muchos enemigos, y conquistó veinte ciudades entre Aroer, Minit y Abel-queramim. De este modo los israelitas dominaron a los amonitas.
34 Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, la única hija que tenía salió a recibirle bailando y tocando panderetas. Aparte de ella no tenía otros hijos, 35 así que, al verla, se rasgó la ropa en señal de desesperación y le dijo:
–¡Ay, hija mía, qué gran dolor me causas! ¡Y eres tú misma el motivo de mi desgracia, pues he hecho una promesa al Señor y ahora tengo que cumplirla.

6. Entendiendo el pasaje.

No podemos admitir que Jefté sacrificara la vida de su hija para quemarla en holocausto a Jehová. Esto es inconcebible dentro del marco de la ley mosaica y de las tradicionales de Israel como nación. Jehová no era un Moloc al cual los padres sacrificaran sus hijos sobre un altar. Hay abundantes puntos en la historia misma, tal como nos la narra la Biblia para que podamos interpretar el sacrificio de la hija como un apartamiento y renuncia a conocer varón, o sea al matrimonio. En otras palabras, que como consecuencia del voto de su padre, Jefté, la hija fue dedicada al servicio del tabernáculo, y allí pasó el resto de sus días, segregada de sus amigas y su familia.

7. Somos responsable de lo que decimos.

Estas palabras, dichas de manera precipitadas fueron la causa de que se viera privado de la compañía de alguien muy querido el resto de su vida: su hija.
Las palabras del padre caerían como un mazazo sobre su mente: «Ay, hija mía!, en verdad que me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor.». Jefté mismo es el primero en sufrir el impacto de la tragedia, pues esta era su única descendencia, no tenía otra hija ni hijo alguno.

8. Nuestras palabras pueden condenar a otros.

La hija de Jefté habría querido casarse y gozar de la vida de modo pleno. Pero le fue negado este derecho. El curso de sus años transcurrió separada de los suyos, ocupada probablemente en tareas monótonas y rutinarias. Esto fue el mayor sacrificio que podía hacer, el de su vida como algo propio y personal.

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