miércoles, 30 de septiembre de 2015

Aprendiendo a amar una iglesia decepcionante

En el pequeño pueblo de Texas donde crecí, dormir en la mañana del domingo era tan inconcebible como alentar un equipo que no fuera Los Vaqueros de Dallas en la tarde del  domingo. Los domingos en la mañana se va a la iglesia. Mi padre era diácono; mi madre una maestra de la Escuela Dominical; y yo era el chico que soñaba despierto en el banco de la iglesia. Cuando pasaron los años encontré un trabajo donde era mal visto dormir las mañana del domingo. Y es que el púlpito se vería muy vacío sin mi.  Yo era el pastor. Y allí estaba: salido de un Seminario, armado hasta los dientes con confesiones y credos, con ganas de  de convertir un mundo, o, al menos, nuestro pueblo en Oklahoma. 
Mirandóme a mi mismo tengo que admitir que yo he estaba cargado de ingenuidad en mi primer trabajo como  un niño de doce años. Claro que sabía muchas cosas acerca de la iglesia, pero estaba muy inundado de las cosas buenas que ocurrían en ella. Sabía de los buenos guisos que preparaban las mujeres de la iglesia para las familias en duelo, conocía de los grupos de jóvenes golpeando martillos en México para construir casas para los pobres, sabía de la generosidad de los rancheros. Pero así como el bien y la generosidad pueden habitar la iglesia, hay un lado oscuro, también, que a veces puede manifestarse y salir a la luz.  
El día que me topé sin previo aviso con una reunión a la que no había sido invitado para hablar sobre el pastor de la iglesia y uno de los ancianos se levantó y cerró la puerta en mi cara lo supe. A través de los años conocí de las amenazas no tan veladas, de pastores que rompieron el sello de la confesión, de obispos que emiten advertencias acerca de mí, y de rumores ocasionales que buscan hacer daño, rumores tan escandalosos, que podrían haber sido arrancados de la portada de la revista National Enquirer.  
Aprendí mucho sobre la eclesiología en esos años. Y la lección que atesoro es que la iglesia puede ser un lugar tan desagradable y regiamente jodido como lo es el mundo. Al igual que el patriarca Jacob, que después de su noche de bodas, despertó con la mujer equivocada en su cama, yo también un día abrí los ojos para encontrar que con la Raquel de quien me había enamorado, y para quien había trabajado largos años, no era aquella que estaba a mi lado cuando salió el sol. Asi que tenía que tomar una decisión: abandonar la iglesia o amar a Lía.
¿Has formado parte de una congregación que sientes como tu familia? Tal vez creciste con la idea de que la iglesia era como tu segunda casa. Tal vez incluso conoces a alguien que ha trabajado en el ministerio pastoral y años después se encontró dentro de sus muros con el  abuso o la negligencia, o todo un conjunto de miserias humanas.  Tú tienes una historia, y yo tengo la mía, pero todas tienen una carga común: la comunidad que se supone que es un hospital para los pecadores puede manifestarse más como un club religioso, o una una camarilla de xenófobo, o una horda de hipócritas. Llámalo como quieras, pero hay ocasiones en que la iglesia no ha sido una iglesia ni para ti y para mi. ¿Entonces qué haces? ¿Abandonar o aprender a amarla? ¿Marcharse o quedarse? Podría haber lavado mis manos de todo este asunto y alejarme. De hecho, durante un tiempo pensé seriamente en eso, y durante varios años, rara vez planté mi trasero en un banco de una iglesia y cuando lo hice, no me agradó el sabor de la bilis subiendo por mi garganta.  
Pero con el tiempo, a través de muchas curación, después de volver a meter el dedo en las heridas y volver a que me curarán, finalmente llegué al punto donde estoy ahora. Y es donde me veo y me encanta Lía por lo que es: una iglesia fea pero en cuyos brazos me encuentro con el Dios que ama a los pecadores feos como yo. Pero es allí donde la curación tiene que empezar, con un reconocimiento honesto de que puede haber un montón de cosas poco atractivas acerca de la iglesia a nuestro alrededor, pero tampoco yo soy un modelo de santidad.  
¿Qué hacemos con nuestro dolor? Los seres humanos hacemos muchas cosas. La mayoría de las veces lo tratamos de desviar de nosotros mismos, asi que nos damos a la tarea de culpabilizar a los demás de casi todo lo que va mal en nuestra vida. Pero confesar nuestros defectos nos cuesta. Mucho. Existe la probabilidad de que Lía me encuentra igual de feo como yo la encontré a ella. Veo hipócritas en la iglesia, si; pero también me veo a mí mismo llevando una máscara de piedad en público y una cara de vergüenza en privado. Deploro esa costumbre de algunos cristianos de usar la lengua para destruir la reputación de una persona, pero mi propia lengua ama los postres de las mentiras y los rumores y los  chismes más de lo que le epetece el pan de la honestidad. 
En nuestra sociedad, donde parece que cada uno dice ser una víctima del sistema, hay que decir en voz alta que todos somos responsables de nosotros mismos. Luchamos con las mismas faltas con la que culpamos a la iglesia. Además de la responsabilidad personal, tenemos que matar y enterrar a los sueños utópicos que tenemos acerca de la iglesia.  La iglesia ideal no existe. Nunca lo hizo. Apenas se marcha Jesús de la presencia de los discipulos y sobre la iglesia descendieron los problemas. Surgieron disputas, se propagaron herejías, los pastores entraron en juegos políticos, la inmoralidad se multiplicó, y los corazones crecieron siendo frios. 
En el último libro de la Biblia, hay unas cartas de Dios dirigidas a siete iglesias diferentes. Aunque se elogian esas congregaciones por muchas cosas buenas que poseían, también hay una queja de de ellas por haber dejando su primer amor, por la celebración de los falsos maestros y las enseñanzas, por la muerte espiritual y por la tibieza. Y esto ocurre cuando el cristianismo todavía estaba tomando el sol del ministerio terrenal de Jesús.  Mientras encontremos personas en la iglesia, habrá problemas, ya que si una cosa es la humanidad, es problemática. Ahí está la razón por la que encontré mi camino de regreso a la iglesia: porque es un lugar preñado de problemas. Debido a esas imperfecciones, yo encajo perfectamente allí. Si crees que lo posees todo, si crees que no te merece luchar por hacer cambios, si pretendes vivir una vida sobría, libre de pecados y pecadores, entonces la iglesia no es el lugar para ti. Pero si estás luchando contra el egoísmo, la avaricia, la adicción, los miedos, la soledad, o cualquier otra cosa que afecta a nuestra humanidad, entonces la iglesia es el lugar ideal para ti. No dejes que los vaso manchados, los bancos acolchados y el clero te engañen; todo alrededor de la iglesia habla de que las personas pueden resultar heridas y suelen causar heridas a otros. Y si la iglesia es un lugar desordenado, lo es por el mal estado de las personas que en ella están buscando la misericordia de un Dios que se preocupa por ellas.  
Si, querida iglesia, hay un Dios que se preocupa por ti. Y te encontrarás a un Dios que nació de una adolescente soltera y donde algún que otro vecino, probable, susurró que era una puta. Encontrarás un Dios que estuvo con los marginados, que dió la bienvenida a las pecadores como sus seguidores, que tocó a los intocables y que estuvo dispuesto a morir por amor. Si, en la iglesia te vas a encontrar a un Dios que está dispuesto a cambiar su hermosura por algo feo; pero sólo lo hará por amor. 
Y así, después de algunos años de crecimiento y retroceso personal, ahora puedo decir honestamente: Iglesia, tal como eres, no por lo que yo quiero que seas , no por lo que otros dicen que deberías ser, pero tal y como eres: te amo.

Chad Bird

martes, 29 de septiembre de 2015

El orgullo es nuestro mayor problema

La gente nos hacen preguntas comunes cuando quieren averiguar lo que hacemos. ¿Eres fontanero? Prepárate para ayudar a reparar un grifo que gotea. ¿Un médico? Prepárate para recibir un listado de molestias y dolores misteriosos.
Para los consejeros en algún lugar cerca de la parte superior de la lista está la pregunta, “¿Qué problemas encuentras más a menudo?”. La depresión, la ansiedad, la ira, el conflicto matrimonial, todos están ahí. Pero mi respuesta a lo que está hasta más arriba en la lista tal vez te sorprenda. Es el orgullo. Esto no debería ser una sorpresa para nadie, y menos para los cristianos. Proverbios 6:16-19 lista siete características que Dios desprecia y la primera (“ojos soberbios”) es una forma proverbial de hablar acerca del orgullo.

El orgullo es una prisión que perpetua la ira, las heridas y la necedad, mientras que mantiene alejados los efectos restauradores de la culpabilidad, humildad y la reconciliación (Pro. 11:2; 29:23; Gá. 6:3; Sa. 4:6; Ap. 3:17-20). Más adelante, en Proverbios 16:18, Dios nos dice: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu”. No es solo que el orgullo vaya a ser nuestro carcelero, también será nuestro verdugo.

Todos los demás son el problema

Cuando las parejas vienen a verme por primera vez en la sala de consejería, con frecuencia tienen una lista de ofensas cometidas contra ellos por su cónyuge, así como un ensayo de inventario de los comportamientos que esperan que su pareja cambie. De manera similar, los padres a menudo traen niños a la consejería informando de que necesitan aprender formas de ser respetuosos, tener autocontrol, y ser útiles. Además la gente viene con un catálogo de formas en las que el mundo que los rodea no les ha servido en su búsqueda de alegría, comodidad, y seguridad.
Es necesario escuchar estas ofensas con ternura. Nuestros hermanos y hermanas necesitan experimentar algo de la misericordia de Dios en los momentos en que explican algunas de sus heridas más dolorosas. Un doctor me dijo una vez que la medicina efectiva se encuentra en la intersección del tacto, tiempo, y dosis. Lo mismo se puede decir de la consejería (y estoy seguro que de muchas otras disciplinas también).

Además, los comportamientos que ellos quieren ver cambiar ciertamente necesitan ser reformados. Al mismo tiempo, durante el curso de nuestro trabajo juntos, cuando cambio la perspectiva y comienzo con preguntas como: “¿Qué le has hecho a tu esposo/hijo/mundo? ¿De qué podrías tener que arrepentirte? ¿Cómo puedes mostrarles a Cristo en la misma forma en que anhelas que ellos te lo muestren a ti?”, normalmente no obtengo respuestas, sino miradas confundidas y dolidas. Y a menudo responden con completa indignación. Responden con orgullo.

Cristo rindió sus derechos

Comparemos esta reacción con la de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Si alguna vez hubo alguien que tuvo el derecho de ser orgulloso, es Aquel a través del cual toda la vida llegó a existir. Si Jesús hubiese venido al mundo y hubiese exigido que todos le sirviesen, no hubiese sido arrogante. Hubiese sido apropiado. Sin embargo, como nos dice Filipenses 2, Él no vino en la forma de un gobernante, sino de un siervo.
El llamado de Cristo para nosotros es que vivamos de forma que evidencie un servicio similar, y que de esa forma nos demarque como aquellos que tenemos nuestra ciudadanía en el Cielo, y no en el mundo (Mt. 20:25-28). De este modo, Cristo redime nuestro servicio. Qué gozo es servir a mi cónyuge, a mi hijo, o a aquellos que me rodean y reflejarles —aunque solo sea en parte— algo del carácter de Dios.

Quitando las cadenas

¿Cómo podemos quitarnos las cadenas de la obsesión orgullosa y mover hacia la libertad del humilde auto-servicio?
Hay tres perspectivas que suelo pedir que comprueben dentro de ellos mismos a las personas a las que aconsejo. Piensa en ellas como tres facetas (aunque puede haber muchas más) de la joya de la verdadera humildad cristiana.
  • ¿En los pecados de quién te estás centrando?
  • ¿Cuál es el centro de tu alegría, seguridad y contentamiento?
  • ¿Cuál es el enfoque de tu servicio?
Cuando vemos que estamos esclavizados a nuestro propio orgullo, las respuestas a las preguntas anteriores son normalmente: en el de otros (pecado), en el mundo (alegría), y en mí mismo (servicio). ¿De quién es el pecado que es más odioso para mí en esos momentos? ¿De quién es el pecado que necesita ser sacado a la luz, confesado, y finalmente mortificado? No es el mío, sino el de todos los demás. ¿Dónde encuentro mi consuelo, mi alegría, mi paz, mi seguridad? No es en la gloria del evangelio, sino en algún suceso, cosa o persona. Si solamente hiciese más dinero, tuviese más poder, tuviese un cónyuge, hijos, casa, perro, lo que sea. Cualquier cosa menos el gozo de sufrir por el evangelio. ¿Quién debe ser servido en todo esto? Yo. El mundo, mis relaciones, y Dios mismo existen para servirme.
Pero las Escrituras contestan estas preguntas de manera muy diferente.
  • ¿En qué pecados debería centrarme? En los míos. (Ro. 8:13).
  • ¿Quién es el centro de mi alegría, seguridad y contentamiento? Cristo. (1 Pe. 1:8-9).
  • ¿Quién debería ser el centro de mi servicio? Los demás, y especialmente los compañeros cristianos. (Fil. 2:3-4)
Aunque los problemas presentados pueden variar ampliamente, el problema que normalmente suele complicar la consejería desde el mismo principio es el orgullo. Y la respuesta es una humildad habilitada por el Espíritu Santo y centrada en Jesús.




viernes, 25 de septiembre de 2015

A veces llegan noticias tergiversadas.

Apuntes para un estudio bíblico de Hechos 21: 15-26




En este pasaje vemos la unidad de la Iglesia. Pablo, luego de todos sus viajes, luego de ejercer como líder de una comunidad y de fundar numerosísimas comunidades, se somete a lo que dictamina la iglesia madre de Jerusalén.



21,15 TRANSCURRIDOS ESTOS DÍAS Y HECHOS LOS PREPARATIVOS DE

VIAJE, SUBIMOS A JERUSALÉN.

Nuevamente Lucas acompaña a Pablo en este viaje. Por fin se dirigen a Jerusalén, tal como Pablo quería y resignados ya a que no podrán convencerlo de desistir de su idea (ver Hch 21,14). Este viaje "requiere no menos de dos días, pues hay que recorrer una distancia de cerca de 100 kilómetros.


21, 16 VENÍAN CON NOSOTROS ALGUNOS DISCÍPULOS DE CESAREA, QUE NOS LLEVARON A CASA DE CIERTO MNASÓN, DE CHIPRE, ANTIGUO DISCÍPULO, DONDE NOS HABÍAMOS DE HOSPEDAR.

Mnasón. Era uno de los judeocristianos helenistas de los primeros tiempos."



21, 17 LLEGADOS A JERUSALÉN, LOS HERMANOS NOS RECIBIERON CON ALEGRÍA.

Lucas nos presenta la aparente armonía que hay entre los miembros de la primera comunidad cristiana. No hay rivalidades, envidias, celos. Reciben a Pablo y a los que vienen con él, con alegría fraterna.



21, 18 AL DÍA SIGUIENTE PABLO, CON TODOS NOSOTROS, FUE A CASA DE SANTIAGO; SE REUNIERON TAMBIÉN TODOS LOS PRESBÍTEROS.

Santiago, el pariente de Jesús, queda al frente de la comunidad de Jerusalén cuando Pedro marcha a Roma. Pablo va a ver a Santiago y en su casa se reúnen los líderes de la iglesia local.



21, 19 LES SALUDÓ Y LES FUE EXPONIENDO UNA A UNA TODAS LAS COSAS QUE DIOS HABÍA OBRADO ENTRE LOS GENTILES POR SU MINISTERIO.

Como siempre, Pablo enfatiza que ha sido Dios el que ha obrado por su medio. Él no se atribuye ningún mérito. Pablo se sabe instrumento y lo reconoce con gozosa humildad. Lo mismo que Pedro.

El saberse instrumento de Dios nunca debe despertar vanidad sino gratitud por haber sido tomado en cuenta sin merecerlo, y admiración ante Aquel que puede lograr cosas extraordinarias aun con los medios más sencillos y limitados



21, 20 ELLOS, AL OÍRLE, GLORIFICABAN A DIOS.

La comunidad se regocija de lo que Pablo cuenta. Nuevamente cabe hacer notar que no hay entre ellos rivalidades, no les incomoda ni inquieta los frutos admirables que Pablo a lo largo de sus años de misión, al contrario, se alegran junto con él y dan gloria a Dios.



ENTONCES LE DIJERON. 'YA VES, HERMANO, CUÁNTOS MILES Y MILES DE JUDÍOS HAN ABRAZADO LA FE, Y TODOS SON CELOSOS PARTIDARIOS DE LA LEY.

Le hacen notar que numerosos judíos convertidos todavía siguen aferrados a cumplir la ley de Moisés. Recordemos que éste ser á uno de los puntos que más atacará Pablo en sus cartas, en las que insistirá que la ley ha quedado superada por Cristo, que ya no es la ley la que salva, sino la fe en Cristo que se expresa cumpliendo el mandamiento de amar. Ver Gal 3,11ss; Rom 3,20; En este punto, sin embargo, los judíos convertidos al cristianismo todavía no acaban de realizar lo que pedía Jesús: a vino nuevo, odres nuevos, y siguen aferrados a sus tradiciones y al cumplimiento exigente de la ley.

El propio Santiago "que desde la partida de Pedro (ver Hc 12,17) tenía la dirección de la comunidad de Jerusalén...aun en su calidad de cristiano estaba totalmente ligado a la ley judaica. Ya conocemos su actitud en el concilio de los apóstoles (ver Hch 15, 13

-21). Es verdad que aprobó por principio la misión a los gentiles exenta de la ley, pero, al mismo tiempo, quiso satisfacer los sentimientos de los judíos, proponiendo las llamadas cláusulas jacobeas.En esta misma actitud lo hallamos también ahora.



21, 21 Y HAN O ÍDO DECIR DE TI QUE ENSEÑAS A TODOS LOS JUDÍOS QUE VIVEN ENTRE LOS GENTILES QUE SE APARTEN DE MOISÉS, DICIÉNDOLES QUE NO CIRCUNCIDEN A SUS HIJOS NI OBSERVEN LAS TRADICIONES.

Como siempre sucede las noticias que llegan de 'trasmano' llegan distorsionadas. 'Me dijeron que dicen que dijo...' Dicho así como lo plantea Santiago pareciera que Pablo está predicando en contra del judaísmo, cuando en realidad en su prédica lo que quiere hacer ver es que todas las prácticas que antes realizaban son innecesarias: no se necesita la circuncisión para seguir a Jesús. Pablo afirma que la circuncisión debe ser la del corazón (ver Rom 2, 29). Pero no lo hace para destruir el judaísmo o atacarlo, como parecen entenderlo estos judíos, sino para hacerles ver que lo que antes vivían ha sido superado, que el cristianismo es un paso más allá, por lo que no hay que volver a lo anterior.



21, 22 ¿QUÉ HACER, PUES? PORQUE VA A REUNIRSE LA MUCHEDUMBRE AL ENTERARSE DE TU VENIDA.

Santiago se preocupa de que se arme un lio o los que suelen armarse dondequiera que va Pablo. Comprende que los judíos que están molestos contra Pablo por todo lo que han oído decir, no se quedarán callados cuando sepan que está en Jerusalén. Así pues, plantea la necesidad de encontrar una manera de aplacar sus ánimos exaltados.





21, 23 HAZ, PUES, LO QUE TE VAMOS A DECIR: HAY ENTRE NOSOTROS CUATRO HOMBRES QUE TIENEN UN VOTO QUE CUMPLIR. 21, 24 TÓMALOS Y PURIFÍCATE CON ELLOS; Y PAGA TÚ POR ELLOS PARA QUE SE RAPEN LA CABEZA; ASÍ TODOS ENTENDERÁN QUE NO HAY NADA DE LO QUE ELLOS HAN OÍDO DECIR DE TI, SINO QUE TU TAMBIÉN TE PORTAS COMO UN CUMPLIDOR DE LA LEY.

Seguramente se trata de un voto de 'nazireato: "Por regla general abarca treinta días Durante este lapso estaba prohibido al nazireo cortarse los cabellos. Transcurrido el tiempo del voto, se debían ofrecer scrificios en el templo de Jerusalén, se cortaba entonces a los nazireos el cabello y se arrojaba luego al fuego del sacrificio (Num 6,13ss). como los gastos para el sacrificio eran considerables, se había introducido la costumbre de que los más pudientes pagasen por los pobres; el hacerlo se consideraba obra meritoria. A más de responder por los gastos, Pablo debe también purificarse con ellos... Según la mentalidad hebrea, todo judío que llegase del extranjero se hallaba en estado de impureza cultual como consecuencia del continuo trato con los gentiles, y tenía necesidad de purificarse antes de entrar en el templo.

Pide a Pablo que dé público testimonio de que no está contra la ley de Moisés sino que se sabe someter a ella. Como él lo dijo alguna vez: se hace todo con todos para ganarlos a todos (ver 1Cor 9, 19-20), y, en este caso, para no ser motivo de escándalo para los judíos celosos cumplidores de la ley.



21, 25 EN CUANTO A LOS GENTILES QUE HAN ABRAZADO LA FE, YA LES ESCRIBIMOS NOSOTROS NUESTRA DECISIÓN: ABSTENERSE DE LO SACRIFICADO A LOS ÍDOLOS, DE LA SANGRE, DE ANIMAL ESTRANGULADO Y DE LA IMPUREZA.'

Santiago hace referencia a la carta que se envió a todas las comunidades, escrita durante el llamado 'Concilio de Jerusalén' (ver Hch 15, 22-29), la cual fue llevada por varios miembros de la comunidad, entre los cuales estaba Pablo (ver Hch 15,30).



21, 26 ENTONCES PABLO TOMÓ AL DÍA SIGUIENTE A LOS HOMBRES, Y HABIÉNDOSE PURIFICADO CON ELLOS, ENTRÓ EN EL TEMPLO PARA DECLARAR EL CUMPLIMIENTO DEL PLAZO DE LOS DÍAS DE LA PURIFICACIÓN CUANDO SE HABÍA DE PRESENTAR LA OFRENDA POR CADA UNO DE ELLOS.

Si en su interior Pablo sintió cierta resistencia a realizar esta práctica no lo dijo. Se somete a lo que se le pide, por el bien de todos y porque se lo pide el líder de la comunidad cristiana de Jerusalén.


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cuando nos faltan las palabras.

Cuando tengo que orar por lo general es cuando mi lengua mete su cola entre las piernas y se va corriendo. Yo mee quedo sin palabras. En lugar de un guerrero de oración, me siento como un desertor de la oración.
Sucedió de nuevo esta semana mientras estaba con una joven viuda junto al ataúd de su esposo. La iglesia está llena de lágrimas. Los corazones yacían rotos en pedazos y todos esperaban mis palabras.  La muerte, en toda su fealdad, se pavonea por la habitación. Y yo me quedo ahí, quiero,  buscando en mi mente las palabras adecuadas para hablar con el Padre en medio del dolor y la pérdida. Sin embargo, esas palabras, cuando más se  necesitan, parecen haber caído a través de un agujero invisible hacia el fondo de mi boca.
¿Qué puedo hacer? ¿Qué podemos hacer cuando nuestros amigos piden nuestras oraciones, pero no sabemos qué decir? Tal vez estamos tan enojado con Dios que no queremos hablar con él. Tal vez estamos tan confundidos que no tenemos ni idea de cómo organizar las palabras en una declaración que suena religiosa en busca de ayuda. Tal vez sólo estamos atropellados por vida, y llegamos a sentir que orar sería como una tarea más a realizar, pero sin corazón. Sin sentido.
No sé si hay alguna palabra en la Biblia que sea más cierto que esto: no sabemos qué orar. El apóstol dice que a la iglesia en Roma: No sabemos qué orar como nos conviene (Romanos 8:26). De pie junto en los cementerios, en las filas del desempleo, en las celdas de la cárcel, en los dormitorios solitarios, con los niños llorando en brazos, con los padres ancianos que no son capaces de recordar, que no sabemos qué orar. Es cuando nos faltan las palabras. Así que gracias a Dios por las palabras de Pablo: pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden explicar.


Chad Bird

Cinco mitos que creen los cristianos sobre la misión

Soy conciente que dentro de la cultura cristiana se perpetúan un montón de ideas desinformadas y engañosas sobre la misión y las misiones. Creci dentro de la iglesia y llegue a pensar que el campo de la misión era un lugar mágico en el que todos sus sueños se hacen realidad. Todos. Pero estaba equivocado. Cuando era adolescente, leí muchas historias donde los cristianos que se iban al extranjero sin dinero, sin un proyecto de trabajo y sin billete de regreso para ser recompensados ​​por su fidelidad y sacrificio con bastante éxito en un mundo tan diferente. Un mundo como el de la Madre Teresa de Calcuta.
Yo idolatraba a estas personas. Sus historias se convirtieron en mi escape. Incluso me retiré de los estudios durante mi segundo año en la universidad para ir a África y seguir sus pasos. Pero cuanto más tiempo pasé en el campo misionero, esas historias comenzaron a ser un cuentos de hadas. Y es que la mayoría de las ideas que atesoramos sobre la misión son engañosas y no sinceras.
Ahora comparto algunas de los mitos de los que me enamoré:
Mito 1: Dios puede usar a cualquiera persona.
En la mayoría de los muchos libros sobre las misiones son animados los jóvenes cristianos a responder a una llamada radical en el servicio en las misiones internacionales. Se les cuentan hechos extraordinarios, historias de éxito de una en un millón de una manera que sugieren que cualquiera puede hacerlo. Según algunos autores, es sólo una cuestión de escoger un lugar en el mapa, subirse a un avión y confiando en Dios para hacer el resto. Pero lo que estos autores no mencionan, sin embargo, es que estos resultados no son típicos. Son irreales.
La verdad es que la gente en estas historias no llegaron a donde están hoy por accidente. No puedo pensar en más de unos pocos misioneros celebres que contaban con fondos económicos altamente privilegiados. No estoy diciendo que tener mucho dinero para la misión sea maligno. No es que esto sea algo malo, pero sin duda nos debe hacer pensar antes de tratar de repetir el éxito de otras personas cuyas circunstancias eran cualquier cosa menos ordinaria si es nuestra condición.
Mito 2: Los misioneros son llamados o elegidos
Cuando alguien se convierte en un misionero, se dice que están respondiendo a la llamada de Dios. Cuando nos enteramos de su actividad en el extranjero, se nos informa que están haciendo la mejor obra del Señor. En el cristianismo no es políticamente correcto decir que la función de una persona en el cuerpo de Cristo es superior a la de otro. Pero la última vez que lo comprobé, no ungimos, ni oramos por el que limpia nuestra capilla cada semana.
A pesar de su prevalencia en la eclesiología de los Estados Unidos, este tipo elitista de pensar es casi inexistente en el campo misionero real. Esta fue una de mis mayores sorpresas durante mi experiencia en el extranjero, los misioneros que encontré, las personas que servían en medio de otras culturas durante la mayor parte de su vida adulta, eran gente sencilla sin recuersos. Eran como los pobres de la tierra
Mito 3: Los milagros ocurren en el extranjero. 
A los cristianos les gusta argumentar que la razón por la que no experimentamos milagros en Occidente es porque somos más dependientes de nuestra riqueza y de la tecnología y la medicina de lo que somos en Dios. Y llegan a decir que aquellos pueblos menos afortunados que viven en el resto del mundo tiene que confiar plenamente en Dios para recibir sus bendiciones, y es por eso que escuchamos muchas historias de milagros y prodigios que vienen del campo de la misión. Siempre del otro lado del mar.
No vi ningún milagro en África. Pero lo que yo vi eran personas pobres que eran igual de dependiente en el mundo material como nosotros. Ellos trabajaron para ganarse la vida, igual que nosotros. Se fueron a la farmacia cuando necesitaban medicina, al igual que nosotros. Incluso los más pobres entre los aldeanos tenían teléfonos móviles, al igual que nosotros. A diferencia de la visión romántica algunos cristianos tienen de los pobres, la gente que conocí en África no se sentaron tranquilamente alrededor de una mesa en espera que su pan diario cayera del cielo. Había que trabajarlo.
Mito 4: El mundo nos necesita.
En pocas palabras, no me necesitaban en África. Casi todos los otros edificios en la ciudad donde yo vivía pertenecían a organizaciones no lucrativa de ayuda. Dos hospitales dirigidos por la iglesia compartían la misma pared. Había escuelas, orfanatos y centros de difusión, y todos dirigidos por los habitantes autoctonos que hablaban el idioma del país, que vivian la cultura nativa y yo sabía que eran mucho más cualificado que yo. No era necesario que nadie viniera de afuera a decirles como vivir.
Detrás de gran parte del ímpetu misionero internacional, detrás de las misiones está la suposición de que nosotros los cristianos blancos tenemos algo que el resto del mundo no tiene. Por alguna razón, hemos decidido que solo nosotros tenemos las claves para el progreso y la prosperidad, y si no salvamos el mundo, nadie lo hará. Quizás los ideales norteamericanos tengan algo que ver con esta visión. Pero lo que he visto en África era un mundo que podía vivir sin nuestro estilo de vida. Sin mi.
Mito 5: El éxito está garantizado.
Una vez escuché en una conferencia decir a  un misionero que la mayoría de los que salen a hacer misión no cuentan toda la verdad. Sólo parte de ella. Él proclamaba que los misioneros que estaban en el extranjero no podían escribir sobre sus fracasos porque tenían miedo de lo que pensaran sus coolaboradores y sostenedores económicos.
A la mayoría de los cristianos no les gustan las historias sin finales felices. De hecho, muchos cristianos no quieren creer que cualquier cosa hecha en nombre de Dios puede terminar mal. En mi experiencia, las historias de fracaso no se ajustan a la narración deseada. Los cristianos que nunca han salido de su zona de seguridad no saben cuán común es la decepción y la tristeza en el campo misionero. Y es que esas historias no son buenos testimonios que contar.
Cuando mi viaje a África se vino abajo por razones fuera de mi control, me sentí como si no tuviera a quién recurrir. Como si debería guardar silencio. Yo nunca había oído hablar de un misionero volviendo a casa agitando la bandera blanca. Derrotado. Así, que escribí un libro sobre el tema. Y desde el lanzamiento de Runaway Radical, he sido inundado con correos electrónicos de misioneros desesperados po compartir sus historias de personas lastimadas que están tratando de dar sentido a lo que pasó con ellos y sólo quieren saber que no están solos.
Si hemos de contar la historia de la misión ha de ser narrada la historia real. No adornadas ni embellecidas o desinfectada para un tiempo de testimonio cristiano feliz podría hacer que Dios. Tergiversar nuestra historia o experiencia no hace a Dios más grande ni más perfecto. No se corrigen los errores mintiendo. 

Jonathan Hollingsworth

sábado, 12 de septiembre de 2015

Sobre la soledad


La gran tentación del hombre moderno no es la soledad física, sino la inmersión en la masa de otros hombres; no es la huida a las montañas o al desierto sino la inmersión en ese océano informe de irresponsabilidad que es la masa. 
Actualmente no hay soledad más peligrosa que la del hombre perdido en una masa, que no sabe que está solo y que tampoco actúa como persona en una comunidad. No afronta los riesgos de la verdadera soledad ni las responsabilidades que ésta implica, al tiempo que la masa lo ha liberado de todo las demás responsabilidades. Con todo, en modo alguno está libre de preocupaciones, está cargado con la angustia difusa y anónima, los miedos indecibles, los apetitos mezquinos e insoportables y todas las hostilidades omnipresentes que llenan la sociedad de masas como el agua llena el océano.
El mero hecho de vivir en medio de otras personas no garantiza que vivamos en comunión con ellas. ¿Quién tiene menos que comunicar, que el hombre-masa? Muy a menudo, es el solitario quien tiene más que decir; no porque use muchas palabras, sino porque lo que dice es nuevo, sustancial, único: es propio de él. Aun cuando diga muy poco, tiene algo que comunicar, algo personal que puede compartir con otros.
El constante clamor de palabras vacías y ruidos de máquinas, el continuo zumbido de altavoces, termina por hacer casi imposible la verdadera comunicación y la verdadera comunión. Cada individuo en la masa está aislado por espesas capas de insensibilidad. No se preocupa, no escucha, no piensa. No actúa, sino que es empujado. No habla, sino que produce sonidos convencionales cuando es estimulado por los ruidos apropiados. No piensa, sino que segrega tópicos.
Una persona no se aísla por el mero hecho de vivir sola y tampoco se produce la comunión entre los seres humanos por el mero hecho de que vivan juntos. No hay más soledad verdadera que la soledad interior y ésta no es posible para quien no acepta su justa situación en relación con los otros
La soledad no es separación.


La diaspora judía



La palabra diáspora deriva del verbo griego diaspeírô la cual significa dispersión, por lo que dicha palabra sirve para denominar al conjunto de aquellos judíos que se fueron estableciendo en el exterior de Palestina en el origen de la era cristiana. Esta situación, durante los dos últimos siglos antes de Cristo, era para el judaísmo una situación política, social y religiosa ampliamente conocida y reconocida por judíos y no-judíos determinando estadística e ideológicamente la constitución global del mundo judío1 (incluso Filón de Alejandría aseguraba que hubiera sido difícil encontrar una sola ciudad en la que no hubiera judíos2). Se cree que, en el siglo I a.C. sólo una tercera parte de la sociedad judía vivía en Palestina3, con lo que podemos llegar a hacernos una idea de su gran importancia.
Después de la muerte del rey Salomón (931 a.C.) el reino de Israel se dividió en dos, uno al norte con capital en Samaria y otro en el sur (Judá) con capital en Jerusalén4. La primera diáspora se remonta al 722 a.C., cuando el reino del norte fue invadido por los asirios y una gran parte de su pueblo deportada a Asiria5. Durante el 586 a.C. los babilonios (Nabucodonosor II) asaltaron y saquearon Jerusalén (Reino de Judá) destruyendo incluso su templo y enviando a las clases judías más destacadas a Babilonia. En el año 521 a.C. el imperio persa somete al pueblo babilónico y el rey Ciro II el Grande permite el retorno de los judíos a su tierra (cerca de 50.000 judíos emprendieron este viaje de retorno, pero otros permanecieron en Mesopotamia formando con el tiempo una comunidad judía en Bagdad6).
Durante la dominación del imperio romano en Judea y gracias a la libertad de movimientos y comercio que ofrecía Roma, el pueblo judío llegó a expandirse por las costas del Mediterráneo (llegando a los puertos del mar Negro y Mesopotamia) (incluso algunos judíos se establecieron en los puertos del oeste de la India7). Se establecieron comunidades importantes en numerosas ciudades romanas, en la propia Roma y en Alejandría. En el año 70 d. C. se produjo una gran rebelión del pueblo judío ante la dominación romana, la cual fue controlada con gran brutalidad por parte del general romano Tito8 (destruyendo el segundo templo de Jerusalén). Muchos supervivientes judíos abandonaron Palestina, pasando a sumarse a las comunidades de la diáspora. Una segunda rebelión tuvo lugar en el 135 d.C. (Bar Kojba) dominada, esta vez, por el emperador romano Adriano el cual envió a muchos judíos a llenar los mercados de esclavos del imperio.

Jose A. Flores-Sánchez

Citas
[1] C. en A. Paúl, “El mundo judío en tiempos de Jesús. Historia política”, Madrid 1982, 91-161. Cf. también S. Applebaum, “The Social and Economic Status of the Jews in the Diaspora”, en The Jewish People in the First Century: Historical Geography, Political History, Social, Cultural, and Religious Life and Institutions (S. Safrai y otros, eds.), Philadelphia 1976, 701-727
[2]  Cf. Filón De Alejandría, “Legatio ad Caium”, 281-282
[3]  S. W.Baron, “Histoire d’Israel. Vie sociale et religieuse I”,Paris 1956-1957, 232
[4]  Cavero Coll, Juan P, “Breve historia de los judíos”. Ediciones Nowtilus S.L. Pág.38.
[5]  Pellini, Claudio. “Historia de la diáspora judía.”http://historiaybiografias.com/los_judios/  [online] [Consulta 11/09/2015]
[6]  Wikipedia, enciclopedia libre. “Diáspora.”https://es.wikipedia.org/wiki/Di%C3%A1spora [online] [Consulta 11/09/2015]
[7]  Rukmini, Rachel, “The Jews of India: Their Story”. Mosaic Books. USA, 2004.
[8]  Lago, José I, “Jesús de Nazaret”, El portal personal de José I. Lago.http://www.historialago.com/jesucristo.htm [online] [Consulta 11/09/2015]