martes, 3 de febrero de 2015

Ecumenismo y diálogo interreligioso. I. Peligros.

En esta primera parte se analizan los peligros que presentan algunas tendencias del ecumenismo y el diálogo interreligioso actuales.
El Diccionario de la Real Academia Española define el ecumenismo como la «tendencia o movimiento que intenta la restauración de la unidad entre todas las iglesias cristianas». Tal es el sentido más frecuentemente otorgado al concepto: se restringe al ámbito de la cristiandad y se asocia a la búsqueda de la unidad (por otro lado, tal y como es frecuente en sus definiciones de términos religiosos, el DRAE introduce un marcado sesgo al utilizar el término "restauración", con lo que asume que en el pasado la cristiandad estuvo unida en una sola iglesia, lo cual no es exacto). En cambio, para hacer referencia a las relaciones entre diferentes religiones se suele utilizar el término "diálogo interreligioso".
Pero no siempre se entiende que el ecumenismo implique las dos características señaladas: cada vez es más común el uso del término para referirse a las relaciones interreligiosas en general; y también hay quienes hablan de ecumenismo sin tener en mente la búsqueda de la unidad. En tales casos "ecumenismo" y "diálogo interreligioso" funcionan prácticamente como sinónimos.
Estos dos artículos no son más que un esbozo de un tema amplísimo. En esta primera parte señalaré los peligros que observo en ciertas tendencias ecuménicas de nuestro tiempo; en la segunda propondré algunas vías que faciliten un aprovechamiento constructivo de las relaciones entre cristianos y entre religiones en general. Para una ampliación y profundización remito a las referencias aportadas en los enlaces.
1. Confundir diálogo por voluntad con diálogo por necesidad
El primer peligro consiste en confundir diálogo por voluntad con diálogo por necesidad. En atención a las motivaciones, se podrían distinguir dos tipos de diálogo: el diálogo por voluntad e interés y el diálogo por necesidad. El primero es el que mantienen dos o más personas cuando desean conocerse e intercambiar puntos de vista. Siendo su objetivo la comunicación y el conocimiento en sí, no está condicionado por la consecución de unos resultados específicos, sino que es un diálogo abierto, libre, y por tanto lo mismo que comienza puede acabar.
El diálogo por necesidad es el que entablan dos partes con el objetivo de alcanzar un acuerdo o un pacto. Puede haber interés previo, pero sobre todo lo definen los objetivos establecidos y la necesidad de tomar decisiones vinculantes mediante el consenso. Es el diálogo de la política y las instituciones (por ejemplo, el "diálogo social", entre sindicatos y patronal), en el que las partes siempre tienen que ceder en algunos de sus planteamientos iniciales.
El diálogo interreligioso debe ser siempre un diálogo por voluntad, pero gran parte del movimiento ecuménico contemporáneo somete el diálogo a la consecución de unos objetivos prefijados, partiendo de la premisa de que quienes se comunican alcanzan siempre y necesariamente posturas consensuadas. A veces se expresa explícitamente que el objetivo es la unidad. De esta manera, el diálogo por voluntad se convierte en diálogo por necesidad, pervirtiendo así su naturaleza libre y sometiéndolo a la exigencia de un consenso. Todo aquello que obstaculice el objetivo final previamente señalado se margina e, incluso, se condena.
Algunos promotores del "diálogo" consideran que para que éste sea fecundo han de despejarse obstáculos. En su encíclica sobre el ecumenismo, Juan Pablo II afirmaba: «Cuando se empieza a dialogar, cada una de las partes debe presuponer una voluntad de reconciliación en su interlocutor, de unidad en la verdad. Para realizar todo esto, deben evitarse las manifestaciones de recíproca oposición. Sólo así el diálogo ayudará a superar la división y podrá acercar a la unidad». Según este planteamiento, el "diálogo" hay que llevarlo hasta sus últimas consecuencias, evitando «las polémicas y controversias intolerantes» (Ut unum sint, 29 y 38; destacados añadidos en todas las citas).
Observo aquí el riesgo de que se avance hacia el pensamiento único. Porque, ¿acaso las organizaciones religiosas deben renunciar a creencias esenciales a fin de salvar el diálogo? La convicción en la verdad (en una verdad, si se quiere) no es negociable, como no lo es la conciencia individual, y los dirigentes religiosos no deberían actuar como delegados de las religiones cuyo objetivo es decidir qué deben creer los respectivos fieles (ver nuestro artículo Diálogo).
2. Confundir la tolerancia con el respeto
Aunque el ecumenismo nace en el ámbito cristiano (protestante, más concretamente), desde hace varias décadas se ha desarrollado un ecumenismo más global, el "ecumenismo humanista", basado en el diálogo entre todas las religiones y expresiones de espiritualidad. Auspiciado por la ONU (especialmente por su agencia cultural, la UNESCO) y por instituciones como el Parlamento de las Religiones, viene promoviendo encuentros y foros de los que emanan numerosos documentos. Todas estas declaraciones están inspiradas en altísimos valores éticos y comparten encomiables objetivos personales y sociales: la libertad religiosa, la paz, la justicia, la igualdad, el perdón, la compasión...
Ahora bien, un análisis cuidadoso y crítico revela fallas conceptuales de las que se podrían derivar consecuencias graves, en caso de aplicación de las medidas propuestas. En primer lugar, se tiende a fomentar la tolerancia (el año 1995 estuvo consagrado a ella por la ONU) más que el respeto. Aunque la "Declaración de principios de la tolerancia" de aquel año lo define de forma muy amplia, el concepto de tolerancia podría implicar una actitud permisiva hacia los derechos ajenos; antes o después, por su parentesco terminológico, puede derivar hacia la adopción de una posición de superioridad, indicando que se "tolera" que otro piense de modo distinto que nosotros, sin aceptar realmente su derecho inalienable. Lo acertado, en cambio, es que los derechos ajenos no se deben tolerar, sino que se deben respetar. Son los defectos ajenos los que, con vistas a una sana convivencia, han de ser tolerados. Y las creencias religiosas no deben considerarse defectos.
Invocando la tolerancia se puede cuestionar que las minorías defiendan sus ideas como verdaderas, sobre todo si quieren difundirlas (aun cuando no pretendan imponerlas). El relativismo subyacente a algunas declaraciones contempla como alguien sospechoso a quien pretende convencer a los demás en materia religiosa. De ahí que se acuse de "proselitismo" a algunas comunidades religiosas en crecimiento, sugiriéndose incluso la prohibición del derecho a la expresión de las convicciones religiosas con fines de difundir una creencia (ver Ecumenismo humanista).
3. Voluntarismo y pragmatismo
El tono general de estas declaraciones ecuménicas es idealista; las expectativas de futuro son optimistas, incluso contra los signos que nítidamente auguran tiempos difíciles para la humanidad.
En relación con la acción política, es loable el llamado constante a la búsqueda de soluciones según el principio de la no violencia, si bien en algunos casos subyacen concepciones pragmáticas basadas en la violencia y se acepta el concepto de "guerra justa" (ídem).
4. Imbricación religión-política
Por otro lado, es de destacar que en muy pocas ocasiones se apela al principio de separación entre las organizaciones religiosas y el estado. Esta ausencia se puede deber a que estas declaraciones oficiales intentan aglutinar a representantes de todas las tradiciones religiosas, algunas de las cuales no reconocen explícitamente este principio; y que lo hacen sugiriendo la necesidad de cooperar estrechamente con los estados y con organismos supranacionales. Pero, considerando que esta separación es un pilar básico en el desarrollo de la democracia y las libertades en Occidente, resulta preocupante que no se destaque como esencial. Estaríamos ante uno de los característicos riesgos de la búsqueda del consenso en torno a mínimos comunes.
El movimiento ecuménico, que nació, al menos en parte, de la inquietud por un conocimiento mutuo profundo y sincero, ha evolucionado hacia una institucionalización de proyección política, que amenaza con quebrar las frágiles fronteras con que a través de la historia algunas naciones han conseguido delimitar el poder político de la práctica religiosa. Es patrimonio de Occidente haber circunscrito (que no "proscrito") la religiosidad al ámbito privado (por contraposición al estatal), correspondiendo al estado solamente la protección de sus derechos. Ahora hay una tendencia a invertir esta concepción. La Modernidad supuso una privatización de la religión, entendida como el paso a un marco regido por la voluntad individual y no por la coacción pública; la globalización impulsa una imbricación de las religiones con el ámbito político o estatal. Esto podría implicar el peligro de querer establecer cuál es la función social de las religiones y, en gran medida, condicionar su propia identidad. Se contempla el ecumenismo cada vez más como vía de solución de problemas globales (ídem).
5. Sincretismo
La búsqueda de una religión universal implica necesariamente el sincretismo. En este sentido, las declaraciones interreligiosas siempre "favorecerán" los postulados de las creencias más sincretistas; de ahí que sea frecuente encontrar expresiones que reflejan la "teología" de las religiones orientales.
El Templo de la Comprensión, una institución inspirada en las iniciativas del monje católico Thomas Merton, aspira a constituirse en unas "Naciones Unidas espirituales"; en su "Declaración sobre la Unidad de la Familia Humana" no habla de Dios, sino de «una única entidad de origen divino», y alude a «la tarea evolutiva de la vida humana y de la sociedad para moverse por la eterna corriente del tiempo hacia la interdependencia, la comunión y una conciencia cada vez mayor de la Divinidad». Esta cosmovisión orientalista se aproxima a la corriente universal de la Nueva Era, movimiento sincrético por antonomasia, y se aleja radicalmente de las religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo, islam (ídem).
Las invitaciones a "venerar la Tierra y todos los seres vivos" son también cada vez más frecuentes, y se tiende a buscar la unidad en aspectos simbólicos y hasta idolátricos: desde la oración ecuménica, la liturgia y la veneración de imágenes y reliquias, hasta la sacralización de espacios y ciudades, como Jerusalén, concebida como "madre de todos los pueblos" y punto de confluencia interreligioso (ver Los hijos de Abrahán).
6. Diálogo sólo de élites
Muchos grupos ecuménicos fomentan unas relaciones a partir de las comunidades de base, pero no todos lo ven igual. El Vaticano II establece que quienes participen en reuniones ecuménicas «bajo la vigilancia de los Prelados, sean verdaderos peritos» (Unitatis redintegratio, 9). Según Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, «es un verdadero peligro pensar que todo cristiano tiene la capacidad de dialogar. Lo pueden hacer sólo las personas preparadas y que tengan la vocación» (ver Ecumenismo y autoridad).
7. Revisionismo histórico-teológico
El ecumenismo moderno hunde sus raíces en los intentos de algunas iglesias protestantes de buscar un denominador común de cara a la misión en el siglo XIX. Desde entonces, el ecumenismo entre iglesias protestantes ha avanzado significativamente, si bien todavía son enormes las divisiones entre las iglesias reformadas (sobre todo porque las iglesias de mayor crecimiento, que son las que se suele clasificar como propiamente "evangélicas" –destacando entre ellas las pentecostales–, son generalmente reacias al ecumenismo). Aun así, el concepto de iglesia en el mundo protestante responde en general al de "iglesia invisible"; no coincide por tanto con la visión sacramental y jerarquizada del catolicismo romano. Por eso en general se asume la división confesional como algo natural, y no hay en principio una obsesión por lograr una unidad "visible" que se concrete en el sometimiento a una autoridad centralizada.
La Iglesia Católica Romana (ICR), que reconoce que «el movimiento ecuménico comenzó precisamente en el ámbito de las Iglesias y Comunidades de la Reforma» (Ut unum sint, 65), y que fue durante décadas reticente a esta corriente, sólo muy tardíamente asumió la voluntad de dialogar con los demás cristianos y con las otras religiones. Fue en el Concilio Vaticano II cuando esta iglesia, dando un giro 180 grados, se integró en el movimiento ecuménico pero, en lugar de sumarse a los avances dados por las demás confesiones, asumió el liderazgo promoviendo un ecumenismo centrado en la institución eclesiástica romana. Desde entonces el Vaticano se ha prodigado en documentos e iniciativas ecuménicas, entre las que destacan el decreto conciliar de 1964 Unitatis redintegratio y la encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint (1995), que supone básicamente una repetición actualizada de las ideas del decreto.
El resultado es que casi todos los avances en el ecumenismo entre protestantes y católicos han supuesto una aproximación de aquellos a las posiciones romanas. Las iglesias protestantes tradicionales han entrado en diálogo sobre asuntos que bíblicamente son incuestionables y que además están en los orígenes de la Reforma, como son las indulgencias o la naturaleza del papado. De esta forma, parece que el ecumenismo alienta a revisar y diluir el valor de la Reforma protestante, más que a contrastar la adecuación de las distintas iglesias a las Escrituras (ver Ecumenismo cristiano).
8. Búsqueda de una unidad visible
Las distintas corrientes ecuménicas actuales tienen en común el objetivo de lograr algún tipo de unidad religiosa. El ecumenismo humanista habla de la "unidad de la familia humana"; la ICR lo expresa mediante la noción de "unidad visible". En todos estos conceptos subyace la idea de unidad organizativa y, de alguna manera, política. En un mundo de efervescencia neorreligiosa, superado el materialismo, casi todas las iniciativas "globalistas" confieren un papel importante a las religiones, bien como aliadas o instrumento de la política, bien como motor de cambio.
Hasta en las religiones más igualitarias existe una tendencia histórica a la institucionalización jerárquica de la representatividad y la autoridad, de manera que las voces particulares de los fieles se van acallando ante la imposición o, simplemente, el liderazgo de los dirigentes.
Por ello, las comunidades religiosas más pequeñas, menos institucionalizadas o de perfil más disidente no pueden contar con una voz propia en el movimiento ecuménico global. Al igual que la globalización está dirigiendo al mundo inevitablemente a la construcción de bloques económicos y políticos, sepultando los intereses de países débiles o pequeñas comunidades, el ecumenismo silencia a los grupos religiosos que no se ajustan a las grandes tendencias. Las organizaciones con más capacidad de influir políticamente tienden a descalificar a las confesiones más independientes, para lo cual resultan muy efectivos los términos "secta", "fanatismo" y "fundamentalismo" (ver Ecumenismo y autoridad).
9. Supremacismo romano
Siendo que desde hace décadas el papado es el máximo líder mundial en cuestiones de diálogo interreligioso y ecumenismo, es necesario detenerse en los planteamientos y la práctica de sus relaciones con otras religiones y confesiones.
El ecumenismo papal se presenta como la búsqueda de la unidad de la humanidad dentro de una serie de círculos concéntricos; la propia ICR sería el círculo interior, en torno al cual se van abriendo otros círculos en función de la mayor o menor proximidad eclesial y dogmática con ella: las iglesias católicas orientales, las iglesias ortodoxas orientales, las iglesias anglicanas, las iglesias protestantes, las religiones no cristianas y los ateos, hasta finalmente abarcar el mundo entero. «En el centro encontramos al papa quien, siendo el sucesor de Pedro es Vicario de Cristo en la tierra y, como tal, el poder centralizador de la unidad de todos los círculos, de la humanidad en general, por la cual él asume el pastorado» (V. N. Olsen, Supremacía papal y libertad religiosa, Miami: API, 1992, p. 127).
Ateniéndonos a los planteamientos de la trascendental encíclica de Juan Pablo II, los objetivos del ecumenismo entre cristianos están determinados de antemano; el diálogo no es abierto, sino que está supeditado a la consecución del «fin último del movimiento ecuménico [que] es el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados». Se insiste en la idea de que la Iglesia ha de ser «única y visible». El diálogo con las demás confesiones «tiene dos puntos de referencia esenciales: la Sagrada Escritura y la gran Tradición de la Iglesia. Para los católicos es una ayuda el Magisterio siempre vivo de la Iglesia» (Ut unum sint, 77, 7, 39); es decir, se introducen instancias de autoridad exclusivas o al menos propias de esa iglesia, y se supedita todo resultado a la propia autoridad jerárquica romana.
En los documentos ecuménicos papales el acento está en los aspectos eclesiásticos y sacramentales propios de esta iglesia y ajenos a otras (ídem, 3, 22, 79; Unitatis redintegratio, 2). El Vaticano considera la unidad de los cristianos una exigencia y «un preciso deber del Obispo de Roma como sucesor del apóstol Pedro», pues la ICR es para todos un «sacramento inseparable de unidad» y «es consciente de haber conservado el ministerio del Sucesor del apóstol Pedro, el Obispo de Roma, que Dios ha constituido como "principio y fundamento perpetuo y visible de unidad"». El papa está revestido de autoridad y debe vigilar todas las iglesias, cuya comunión con Roma es «requisito esencial –en el designio de Dios– para la comunión plena y visible»; además el papa «puede incluso –en condiciones bien precisas, señaladas por el Concilio Vaticano I– declarar ex cathedra que una doctrina pertenece al depósito de la fe. Testimoniando así la verdad, sirve a la unidad» (ídem, 5, 88, 92, 94, 97).
Nada del espíritu auténticamente ecuménico puede hallarse en los documentos vaticanos, que más bien reafirman las posiciones tradicionales de la ICR: «Únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación», pues la «una y única Iglesia [...] subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica [...] enriquecida con toda la verdad revelada por Dios» (Unitatis reditegratio, 4).
Tras definir estos "mínimos", que en realidad no dejan ni un solo resquicio para un replanteamiento de lo esencial de la doctrina papal tradicional, ni permiten a otras confesiones propuestas alternativas, el papado se muestra dispuesto a «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Con esas premisas, es difícil, por no decir imposible, que algo nuevo pueda organizarse en este asunto esencial. A pesar de esta enumeración, en la que la figura de Cristo y el valor del evangelio apenas quedan recogidos, Wojtyla, siguiendo a Juan XXIII, consideraba que «es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide» (Ut unum sint, 95 y 20).
La proyección ecuménica del papa Francisco, si bien teñida del tono desenfadado que le caracteriza, y a pesar de algunos matices del lenguaje con respecto a papas anteriores, está basada en los mismos principios de siempre: búsqueda urgente de la plena comunión visible en torno a Roma (p. ej., Evangelii Gaudium, 246), nostalgia de los tiempos previos a la Reforma protestante (Zenit, 21.2.14), o celebración de actos supuestamente ecuménicos cargados de elementos religiosos inaceptables para el resto de iglesias, como la vigilia de oración por la paz en Siria (ver los análisis de Leonardo de Chirico en Protestante Digital, en especial los de 24.11.13, 14.12.13, 28.12.13, 1.2.14, 28.6.14, 27.9.14 y 8.11.14).
10. Búsqueda de un liderazgo mundial
Desde casi todas las instancias sociales y políticas se clama por la necesidad de un liderazgo que dirija a la humanidad hacia sendas de progreso, paz y justicia. Los líderes políticos, "contaminados" por la naturaleza de su propia actividad, no cuentan con suficiente legitimidad moral ante la población. Por eso ellos mismos buscan apoyos instrumentales en los sistemas de creencias, cuya capacidad de cohesionar la sociedad e ilusionar con proyectos es mucho mayor.
El liderazgo papal se sustenta por un lado sobre la propia concepción de poder universal consustancial a la Iglesia Romana, y por otro sobre la necesidad del ejercicio de la autoridad moral que se considera que tiene el mundo en el actual proceso de globalización. En cuanto a la primera, la ICR concibe su proyecto de cristiandad no tanto como propuesta alternativa para el hombre que opta por Jesucristo, sino como una organización "visible" (es decir, organizada, estructurada) cuyo fin es «la salvación de la humanidad» (Ut unum sint, 99).
En cuanto a la necesidad de un liderazgo moral, ningún líder recibe en el mundo actual el reconocimiento que recibe el papa, no sólo por su carisma personal, sino por la propia imagen de sí misma que la institución que representa, el papado, ha logrado consolidar en todo el mundo. Representantes de todas las tendencias religiosas e ideológicas coinciden en resaltar, no ya tanto la espiritualidad o la visión religiosa del papa, sino sobre todo su iniciativa social y política, su liderazgo moral, el calado de sus mensajes.

Así, el movimiento ecuménico, de tradición horizontal e igualitaria, va confluyendo hacia un modelo de autoridad carismática centrado en una institución cuya vocación histórica es la supremacía sobre la humanidad.

Guillermo Sanchéz

No hay comentarios:

Publicar un comentario