I. El texto de la Biblia
Afirmamos y defendemos que la Biblia es Palabra de Dios. Afirmamos y defendemos que en ella Dios se nos revela y nos muestra el camino de la salvación y de la vida. Afirmamos y defendemos que la Biblia es de libre interpretación, lo que significa que su comprensión no está sujeta a ninguna autoridad religiosa. Ha sido dada al hombre por Dios para que, a través de su estudio y meditación, le conozca, le ame y le sirva.
Para nosotros, esto está claro y, cuando hablamos de la Biblia, hacemos referencia a un libro concreto que está en nuestras librerías y que usamos tanto en nuestras iglesias como en nuestra vida devocional. Pero la Biblia no es un libro caído del cielo que haya llegado hasta nosotros como un todo homogéneo. Es un libro que ha sido escrito por hombres inspirados a lo largo de muchos siglos, en diferentes lenguas y en contextos sociales y culturales muy distintos. Tiene una larga historia que hemos de conocer si queremos entenderla.
El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo y nos ha llegado por medio del pueblo judío y a través de muchos manuscritos. El texto que tradicionalmente ha sido usado como base para las traducciones modernas es el llamado masorético, a partir del trabajo de fijación hecho por los masoretas, entre los siglos VIII y X de nuestra era. Actualmente, los traductores usan la Biblia Hebraica Stuttgartensia, que viene a ser una edición crítica del texto masorético, generalmente aceptada tanto por cristianos como por judíos.
Por lo que se refiere al Nuevo Testamento, fue escrito en el griego común de la época. Tampoco nos ha llegado como un todo acabado, sino a través de innumerables manuscritos, completos o parciales, que no tienen una antigüedad superior al siglo III. Entre estos cientos de manuscritos hay numerosas diferencias y errores, producidos por copistas poco meticulosos o por correcciones intencionadas que, sin embargo, no afectan en absoluto el mensaje central de la Biblia. De todas formas, esto nos obliga a realizar un estudio minucioso de todos ellos, comparándolos entre si, a fin de encontrar la lectura que pueda llegar a ser considerada auténtica o lo más cercana posible a los originales que se han perdido.
Las ediciones del texto
Un intento serio de encontrar un texto definitivo que pudiera ser base para las traducciones del Nuevo Testamento a las lenguas modernas, lo realizó Erasmo de Rotterdam. Lo hizo a partir de unos pocos manuscritos que tuvo a su disposición, ninguno de ellos anterior al siglo X. En 1516 publicó el resultado de su trabajo del que se hicieron muchas ediciones. Con el tiempo, y a través de la edición de 1633 hecha por los hermanos Buenaventura y Abraham Elzevir, recibió el nombre de “Textus Receptus”. Este texto fue el que sirvió de base a las traducciones bíblicas posteriores, desde el siglo XVI al siglo XIX. Por ejemplo, Lutero lo usó para su traducción al alemán y nuestra Biblia Reina-Valera también se tradujo a partir de esta compilación de Erasmo.
Sin embargo, el avance de los estudios bíblicos en el siglo XX, ha hecho que el Textus Receptus haya quedado desfasado. Ha habido un trabajo muy minucioso por parte de especialistas que han comparado los manuscritos entre si y esto ha hecho posible que las Sociedades Bíblicas Unidas hayan publicado importantes ediciones críticas del Nuevo Testamento griego. En ellas se tiene en cuenta, no sólo los manuscritos que usó Erasmo, sino otros mucho más antiguos, tanto los fragmentos contenidos en los papiros de los siglos III y IV, como los grandes unciales del siglo IV y V entre los que se encuentran el Sinaítico (a)), el Alejandrino (A) y el Vaticano (B). Este texto crítico, editado en las últimas décadas por Kurt Aland y otros especialistas bíblicos, es la mejor herramienta para las traducciones actuales del Nuevo Testamento. En él se encuentra un extenso aparato crítico que permite al traductor comparar variantes y encontrar, con mayor facilidad y fidelidad, el sentido del texto.
La gran mayoría de las traducciones modernas de la Biblia se hacen actualmente a partir de este texto crítico de las Sociedades Bíblicas Unidas. Así lo han hecho los traductores de la Biblia al catalán publicada por la Institució Bíblica Evangèlica de Catalunya1, y los de las modernas Biblias interconfesionales, tanto al castellano como al catalán.2 Una excepción a esta norma la representa la Sociedad Bíblica Trinitaria, que ha sacralizado el Textus Receptus, poniéndolo como base de todas sus traducciones, a pesar de sus errores evidentes. Esta Sociedad Bíblica Trinitaria también ha sacralizado el texto de la King James Version y, en español, de la versión Reina-Valera de 1909 y, si al final se ha decido a revisarla, lo ha hecho con la salvaguarda de que sus rectificaciones sólo se refieren a cuestiones lingüísticas. En 2009 publicó una nueva versión de la Biblia en catalán, hecha a partir del texto Masorético para el Antiguo Testamento, y el Textus Receptus para el Nuevo. 3
No creo que, para los cristianos de base, las diferencias entre el Textus Receptus y la edición crítica de las Sociedades Bíblicas, sean de importancia capital, ya que las variantes que se pueden encontrar no afectan en absoluto al mensaje central de le Biblia. Sin embargo, creo que no es de recibo que los cristianos nos anclemos en el pasado y sacralicemos algunos textos o traducciones porque se ajustan a nuestras propia ideología. Se puede preferir traducir el Nuevo Testamento a partir del Textus Receptus o hacerlo usando la edición crítica de las Sociedades Bíblica Unidas, sin por esto denunciar como corruptas otras opciones. Juzgar las traducciones bíblicas por quien las ha hecho o por su fidelidad al Textus Receptus o a la King James Version, como hace la Sociedad Bíblica Trinitaria, es cerrarse a la investigación bíblica, negándose a aceptar los errores propios o los aciertos de los demás. El cristiano ha de estar siempre abierto a la verdad o realidad de las cosas; abierto a los nuevos descubrimientos o investigaciones en este campo del texto bíblico. Erasmo hizo un trabajo inestimable al publicar el texto del Nuevo Testamento griego, pero él sólo pudo disponer de unos pocos manuscritos, mientras que, desde entonces, se han descubierto muchos más. Por ejemplo, sólo dispuso de una copia griega del Apocalipsis, al que le faltaba la última hoja. Esto le obligó a traducir los últimos versículos de este libro del latín al griego, introduciendo en 22,19 una lectura que no tiene apoyo en los manuscritos griegos4. Otro error que entró en el Textus Receptus de la 3ª edición, fue la coma juanina , o sea, la interpolación de 1ª Juan 5.7, al parecer por presiones eclesiales. 5
El texto original
Hemos de reconocer que no tenemos los textos originales, que se han perdido definitivamente, y que es importante tratar de encontrarlos a través del estudio y comparación de los manuscritos que han llegado hasta nosotros. Esto es una tarea ingente por la gran cantidad de manuscritos y de variantes que se han de estudiar. A través del Textus Receptus y del aparato crítico de las ediciones de las Sociedades Bíblica Unidas tenemos acceso a toda la información disponible para acercarnos cada vez más al contenido de los originales bíblicos. Por tanto, para la traducción y la interpretación de la Biblia es muy importante que tengamos esta mentalidad abierta a los resultados de la investigación bíblica, sin con esto quedar condicionados por ellos. Nadie tiene la verdad absoluta, pero es fascinante ir avanzando en este campo hacia una comprensión cada vez más plena del libro que llamamos Palabra de Dios.
Enric Capó
1 La Bíblia del 2000. Institució Bíblica de Catalunya. Barcelona Maig 2000.
2 Biblia Traducción Interconfesional. Madrid 2008. Biblioteca de Autores Cristianos, Editorial Verbo Divino y Sociedades Bíblicas Unidas.
Biblia Catalana traducció interconfessional. Barcelona 2005. Associació Bíblica de Catalunya, Editorial Claret i Societats Bíbliques Unides.
3 La Santa Biblia. Londres 2009.
4 En lugar de “el árbol de la vida” incluyó “el libro de la vida”.
5 En las dos primeras ediciones de su texto, Erasmo se negó a incluir la coma juanina, alegando que no se encontraba en ningún texto griego. Lo incluiría sólo si le mostraban uno solo que lo contuviera. El manuscrito que le presentaron y que le obligó a incluir la coma juanina en la tercera edición, al parecer fue elaborado para este propio fin por personajes ajenos a él.
Enric Capó.
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