El ecumenismo es el esfuerzo de cristianos que bajo el impulso del Espíritu, desean restaurar la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo. Esto no es el ideal solo de algunos cristianos aislados que se sienten responsables de este proyecto; es un imperativo para cada cristiano en virtud del bautismo común a todos los seguidores del Evangelio. Como sabemos, el ecumenismo recibió un nuevo impulso en 1910, en el Congreso de Edimburgo, Escocia. Desde Edimburgo, el movimiento de acercamiento ha progresado por etapas importantes: Ámsterdam (1948), Evaston (1954), Nueva Delhi (1961), Upsala (1968), Nairobi (1965). Como resultado de éste esfuerzo, el movimiento hacia la unidad visible, tiene ya un Consejo Mundial (1948), una carta y una definición.
El Consejo aspira reunir a todos los cristianos en la triple vocación que les es común: Vocación de testimonio, de unidad, y de servicio. Al propio tiempo, el mismo deseo de unidad se ha manifestado entre otros cristianos que se han asociado, dando testimonio del mismo movimiento del Espíritu.
La Iglesia Católica Romana en un principio reservada y reticente, poco a poco acabó por entrar en la corriente ecuménica. El Vaticano II, hizo ver claramente que “El Espíritu sopla donde quiere” y reconoció su presencia en las iglesias o comunidades cristianas fuera de su seno. Durante éste mismo período histórico, es decir a partir de 1900, se ha visto surgir en la iglesia otra corriente espiritual importante conocida bajo el nombre global de “pentecostalismo”.
El pentecostalismo surgió de la sala de oración en una casa de Topeka (Kansas), por el pastor metodista Charles F. Parham, en 1900. Parham y sus discípulos, el mas célebre, el pastor negro William Seymour, iniciador del “Asusa Street Renewal” en Los Angeles, no pensaron nunca en formar una nueva denominación. Su intención era permanecer arraigados en sus propias iglesias, trabajar por su renovación espiritual y de este modo por su reconciliación, ayudándolas a abrirse a una experiencia común del Espíritu. Habiendo sido excluidos de las iglesias a que pertenecían y debiendo hacer frente a una hostilidad bastante general, muchos de los pentecostales se apartaron de la orientación ecuménica de sus orígenes. Agregado a ciertos desacuerdos sobre puntos doctrinales, así como conflictos raciales o personales, les condujeron a fragmentarse en un grupo considerable de denominaciones y grupos, que han crecido notablemente.
El crecimiento más extenso en el movimiento pentecostal ha sido en el mundo en desarrollo y, sobre todo en los años recientes, ha llegado a ser una parte significativa del entorno religioso y político de América Latina. Desde la década de los ‘60 esta región ha visto un crecimiento sustantivo en el número de pentecostales, que ya alcanza al 13% o alrededor de 75 millones de los 560 millones de habitantes, como ya señalamos al principio. Cabe mencionar y no olvidar que los pentecostales no son los únicos “evangélicos” en la región. Además, los miembros carismáticos de denominaciones no-pentecostales (mayoritariamente católicos en América Latina) añaden 80 millones más a las cifras.
Sin embargo, la creciente presencia del pentecostalismo en la sociedad levanta mucha crítica y su influencia ha significado leña para el conflicto político. Mientras algunos observadores insisten en que el pentecostalismo sigue un patrón esencialmente monolítico de quietud y pasividad política, inclinándose hacia la derecha, otros subrayan su activismo político en Brasil y Guatemala. Los hechos demuestran que ha habido diferentes patrones de crecimiento, énfasis teológico y contextos políticos en cada una de estas comunidades pentecostales nacionales y la realidad actual lo refleja.
Hoy por un lado vemos el crecimiento del movimiento Pentecostal en América Latina, y por el otro la Iglesia Católica se ve a sí misma como la Iglesia total, en virtud de la sucesión apostólica de Pedro en la persona del Papa, en lo cual divergen los protestantes que niegan valor a dicha tradición sin embargo poco a poco se da lugar a una nueva entidad que nos aúna denominado Ecumenismo.
La relación con el Ecumenismo
El nacimiento del Ecumenismo dio que hablar desde su comienzo. Si bien hay un reconocimiento en la necesidad de unir al “Pueblo de Dios” hay errores en la apreciación que hacen distintos dirigentes a medida que pasa el tiempo, y que genera diversos sentimientos de unión y rechazo entre los hombres que profesan su búsqueda.
Desde los inicios, la separación de las iglesias se produjo, principalmente, por motivos teológicos y cuestiones doctrinales, presentes todavía entre las diferentes iglesias. Para intentar salvar esas diferencias se han suscitado innumerables coloquios, encuentros y diálogos a diferentes niveles, que pretenden dar verdaderos pasos hacia la unidad cristiana en plenitud. Es innegable que existen otras dimensiones ecuménicas no estrictamente doctrinales y que, sin resolverse, difícilmente se hace creíble una eventual unidad cristiana. En muchos casos, cada uno de los interlocutores enviado a los coloquios y encuentros por el dialogo cree que no puede dar nuevos pasos en el terreno de las concesiones por impedírselo la lealtad que debe a su propia Iglesia y cree haber topado con un muro infranqueable, por lo que podemos decir claramente que tenemos una lucha entre las concesiones y las lealtades….
Por ahora la unidad eclesial es solo un misterio que llevará siglos resolver….No se puede avanzar si en el liderazgo de la Iglesia persiste la sospecha y la desconfianza… ¿Cuál sería la diferencia entre la política de los gobierno y la Iglesia del Señor?
Respuestas procedentes de todos los continentes aluden a la persistencia de actitudes marcadas por el miedo, la sospecha y la desconfianza recíprocos. Otros cristianos albergan el temor de que pueden ser absorbidos por la comunidad católica, más fuerte. Algunos católicos consideran que el ecumenismo pone en peligro su fe y equivale a admitir una insuficiencia de la Iglesia católica.
Ahora bien, ¿Con quién es el diálogo ecuménico? El documento de Puebla, en su párrafo 1108 expresa: “Persiste con todo en muchos cristianos la ignorancia o la desconfianza con respecto al ecumenismo. Desconfianza que en nuestras comunidades se origina en gran parte en el proselitismo, serio obstáculo para el verdadero ecumenismo”. Precisamente ésta referencia al “proselitismo” muestra la sensibilidad de la Iglesia Católica ante el tremendo crecimiento del movimiento pentecostal y el documento de Puebla recomienda estudiar diligentemente “las causas que motivan su rápido crecimiento para responder a los anhelos y planteamientos a los cuales dichos movimientos buscan dar una respuesta tales como liturgia viva, fraternidad sentida y activa participación misionera” (párrafo 1122).
Sin embargo, no falta la crítica a dichos movimientos en el mismo documento: “Los movimientos religiosos libres, manifiestan frecuentemente deseo de comunidad, de participación, de liturgia viva que es necesario tener en cuenta. Con todo no podemos ignorar en lo tocante a esos grupos, proselitismos muy marcados, fundamentalismo bíblico y literalismo estricto respecto a sus propias doctrinas” (1109).
El catolicismo dialoga y coopera con las llamadas “iglesias históricas” que han estado dispuestas a entrar en el diálogo ecuménico, pero no ve con buenos ojos a los llamados “movimientos religiosos libres”, que son las iglesias que no han entrado en el diálogo ecuménico con Roma. Esos movimientos, constituyen la vasta mayoría del pueblo evangélico y hasta que el catolicismo los tome con seriedad dejando de clasificarlos como “proselitistas” o “fundamentalistas”, no habrá un verdadero ecumenismo. Principal escollo que aun hoy, Roma no sabe como sortear.
En resumen, persisten muchas sospechas, acerca de las intenciones mutuas reales y de las motivaciones evangélicas de los programas y las actividades de unos y de otros.
La corriente ecuménica recuerda a los cristianos de cualquier obediencia, que la iglesia debe ser UNA. El teólogo reformado Lukas Vischer ha dicho: “La iglesia dividida presenta al mundo un Evangelio contradictorio”.
La sociedad presa de un relajamiento moral sin precedentes, cuando las conciencias están como anestesiadas e incapaces de reacción, hoy mas que nunca necesitamos un cristianismo vigoroso y fuerte apoyado en el poder del Espíritu. En un mundo con falta de gozo y de propósito, nuestro Señor pide a los suyos nada menos que llevar el Evangelio a cada criatura, y la evangelización va unida al testimonio de UNIDAD, dado por la Iglesias. Una unidad en el ESPÍRITU, en la FE (no en la teología, puesto que la iglesia acepta una pluralidad de teologías, siempre que quede a salvo la fe) y en el CUERPO.
Esto solo es viable en un clima de respeto mutuo, reconociendo la identidad de los otros. “TENEMOS QUE ENCONTRARNOS PARA CONOCERNOS, CONOCERNOS PARA AMARNOS, AMARNOS PARA SER UN SOLO CUERPO"
Hacia una Espiritualidad Vivencial
Así como la historia de la Iglesia es la historia de la interpretación de las Sagradas Escrituras que se hace Iglesia, el pentecostalismo es una página de la Escritura que se transforma en Iglesia.
La primera respuesta a las expectativas de las masas tiene que ver con la espiritualidad “vivencial”, es decir, un tipo de espiritualidad que da primacía a la experiencia de y con Dios.
El pentecostalismo reivindica, en primer lugar, el valor de esta experiencia. La experiencia de la sanación -emocional y física- que parece estar conectada con los sentimientos de “bienvenida”.
La bienvenida y la hospitalidad de la comunidad pentecostal parecen tener un efecto curativo o sanador. Aquellos que llegan sienten que la comunidad entera pide a Dios por ellos, manifiesta interés en su salvación y se pone feliz al verlos. La persona solitaria, angustiada o enferma con su autoestima seriamente deteriorada, experimenta un enorme cambio en su auto-percepción. De repente se siente importante, que su vida tiene valor y que Dios le ama de verdad porque la comunidad lo expresa en forma concreta. Recupera el significado en su vida, vence la soledad y angustia y con frecuencia ve su experiencia confirmada con el alivio de su dolor físico. En muchas partes es también un hecho que el trabajo con los pentecostales es una ayuda muy poderosa para ir apartándose del alcoholismo y otros flagelos similares.
Entre otras cosas, aprendemos que el éxito de su evangelización surge de la participación de los laicos, gente organizada en tareas específicas, con responsabilidades. Se sienten parte necesaria en la acción de su iglesia.
También aprendemos la necesidad de multiplicar lugares de culto más modestos. Los pentecostales sólo tienen espacios pequeños alquilados o comprados a bajo costo, mientras que otras Iglesias gastan a veces millones de pesos en edificar grandes templos para sus liturgias.
Finalmente, muchas Iglesias asignan grandes sumas de dinero y muchos años a la formación y preparación de su personal, tanto clerical como laical. Los pentecostales, por otro lado, tienen un pastor entrenado en unos pocos años.
Sabemos que nuestro mundo posmoderno ha demostrado su sed de la experiencia religiosa en todas sus variadas formas, a veces erradas. Es posible que el éxito actual del pentecostalismo y de muchos grupos carismáticos se explique, en gran parte, por su tendencia a acentuar la experiencia religiosa individual, vivencial con todos sus aspectos emocionales; una disposición presente también en las pequeñas comunidades de base. Aquí tenemos una dimensión pastoral que quizás requiere nuestra atención y reflexión en el futuro.
La reforma del siglo XVI entre otras cosas proclamó el sacerdocio de todos los creyentes, no obstante, la Iglesia, enfrentó el temor de la pérdida de uniformidad teológica y estructural (status quo) limitando el accionar de los laicos y creando involuntariamente una infinidad de congregaciones independientes que propician la libertad de los creyentes-laicos en el servicio a Dios y la Iglesia. Estas congregaciones, al crecer, se transforman en nuevas denominaciones.
Quizás los pentecostales encontraron un camino que permite liberar a los creyentes-laicos para que puedan utilizar todo su potencial.
Cabe mencionar, que los estadistas modernos de la Iglesia definen cuatro etapas de crecimiento y decaimiento de la Iglesia
1. Los “Bárbaros”: Son los que comienzan una obra nueva, sin dinero, pasando necesidades, sufriendo persecuciones, poniendo al Señor antes que todo. Hubieron muchos misioneros que hicieron esto viniendo de países lejanos.
2. Los “Administradores”: Son los que le siguen a los “Bárbaros”. Generalmente son los pastores que vienen a seguir la obra. Alguien que fue al seminario y que ya viene con un salario y comienza a organizar la Iglesia.
3. Los “Burócratas”: La Iglesia comienza a crecer numéricamente y económicamente, se hacen edificios, se emplean profesionales para dirigir distintos ministerios. En esta etapa, ya los puestos de la Iglesia son como empleos. Aunque se sigue con las actividades, pero sin pasión y la Iglesia es dirigida por una burocracia que es cada vez menos espiritual. Los pastores viajan, son admirados, pero la Iglesia entra en una meseta, no aumenta ni decrece.
4. Los “Aristócratas”: Este es el período cuando la Iglesia comienza a declinar. Los creyentes son gente buena, dadivosa, pero han perdido el celo evangelizador. Los dirigentes son admirados y respetados pero son aristócratas de la Iglesia. Eso no es malo, pero ya no produce.
Hoy en día hay menos “Bárbaros”. Se me ocurre que la manera de producir “Bárbaros” es propiciar el servicio y ministerio de los creyentes-laicos cuando están llenos de fuego; cuando no saben todavía las políticas de las denominaciones e iglesias, cuando leen el evangelio y los hechos de los apóstoles, lo creen y lo imitan.
Mi Testimonio Personal
Yo nací en un hogar evangélico. Nos reuníamos con mis padres en lo que fue la Primera Iglesia Pentecostal en Buenos Aires.
Para mi era una incomodidad ser pentecostal; como un peso y me decía “…que lastima que no soy como los demás vecinos, ellos pueden pecar, y hacer lo que quieren”. Mis padres eran rígidos y no me permitían.
A la edad de 13 años hice una decisión de aceptar a Jesucristo como mi salvador y me bautice. Muchos otros jóvenes amigos también lo hicieron y comenzamos a predicar en las calles acerca de Jesucristo.
Más adelante a mis 15 años de edad en una vigilia de oración recibí la experiencia del “bautismo en el Espíritu Santo” y comencé hablar en nuevas lenguas.
En aquellos años los grupos pentecostales eran minoritarios en Argentina. Yo fui enviado por mi Iglesia a colaborar en una congregación nueva en la zona del gran Buenos Aires (Billingursth). Predicábamos y la gente se convertía. Yo comencé siendo un “Bárbaro”.
Por otro lado mi padre que era Pastor, comenzó a relacionarme con hermanos y pastores de otras denominaciones. El, llego a ser parte de la FAIE en sus comienzos, como así también mantenía relación con algunos sacerdotes católicos.
En los primeros años de nuestra experiencia todo eso nos alejo un poco de los mismos pentecostales que no veían muy bien nuestro acercamiento con los católicos y otros hermanos que no tenían, según estos, lo que se llamaba el “evangelio completo”
Dios es maravilloso y tiene su agenda. Una de las cosas que aprendimos fue que Dios no es pentecostal evangélico tampoco es católico. Dios es santo. Dios es uno y El quiere un solo pueblo. San Pablo dice que nosotros estamos bautizados en el Espíritu justos para formar la unidad de la Iglesia. Un solo cuerpo. Este es el Espíritu Pentecostal, la iglesia indivisa.
Pentecostés es la revelación del Dios de las Naciones, conocido como el Salvador. Por lo tanto, esta es la experiencia del Bautismo en el Espíritu Santo: El don por la excelencia de la unidad de los cristianos. El don por la excelencia de la Iglesia unida, y ésta experiencia viene transversalmente vivida por todas las denominaciones cristianas: Protestantes, Ortodoxos, Católicos, es lógico que esta gracia del Espíritu Santo sea el vehículo de la unidad.
El ecumenismo basado en la justicia social, en la búsqueda de la paz, por cierto muestra gracia de Dios y es válido para las Iglesias, pero para los pentecostales el bautismo del Espíritu Santo es la gracia por excelencia, promueve un ecumenismo del Espíritu y recuerda a los cristianos que el Espíritu, es el soplo vital de la Iglesia, que su presencia activa y poderosa está siempre operante en la medida que se lo permita obrar.
Los hijos de una familia no son iguales, uno es mejor, el otro más díscolo, pero son todos hijos amados. Amamos a pesar de las diferencias y amamos con las diferencias. Aprender a ver la diversidad no necesariamente como una división. Vivir la diversidad con un corazón curado. Cristo fue a la cruz por el ecumenismo, por la unidad de sus discípulos.
Los pentecostales creen que la unidad de la iglesia es posible pero en una unidad del espíritu, no la unidad de escritorio.
El dialogo ecuménico tiene que ser intensificado debe ser llevado adelante con coraje con el testimonio de todos. Tenemos el duro y obstinado trabajo de juntar todas las hojas de las ramas rotas. Para que el árbol majestuoso de la iglesia que esta destruido por los rayos, la desunión, torne a ir más alto más hermoso, más fuerte.
Es necesario una reconciliación que tiene que ver con el destino de la Iglesia, ya que hubo un lenguaje impuesto en el pasado: herejes, hermanos separados, sectas, etc. Pero Dios tiene un proyecto: este proyecto se llama “Unidad”.
El Señor no tiene un harem. El señor no es polígamo. El tiene una sola esposa, una sola Iglesia.
La Iglesia tiene que ser una, aun en la diversidad y la diversidad tiene que venir con un corazón reconciliado y la reconciliación tiene que ver con una obra del Espíritu que está siendo derramado sobre todos los que le aman.
Que podamos trabajar en obediencia a la profecía del Salmo 50:5 “Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio”. Vale decir que este es tiempo de juntar, de unir a todos los que están comprometidos con nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien nos ha llamado a que se cumpla la oración de Jesús: “PARA QUE TODOS SEAN UNO, COMO TU, OH PADRE EN MI Y YO EN TI QUE TAMBIEN ELLOS SEAN UNO EN NOSOTROS, PARA QUE EL MUNDO CREA QUE TU ME ENVIASTE”
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