Los estudiosos de la misión cristiana señalan al siglo veinte como el tiempo en el
cual la Iglesia habría alcanzado un grado de universalidad mayor que nunca antes en su
historia. Hoy se puede afirmar que el Cristianismo ha llegado a ser una realidad global,
esparcida por todas las regiones del planeta, y al mismo tiempo arraigada en una inmensa
variedad de culturas. Una manera de medir el grado de globalidad alcanzado, al mismo
tiempo que el arraigo de la fe cristiana en las culturas a las que ha llegado, es la
consideración del número de lenguas a las cuales ha sido traducida la Biblia, el libro
cristiano por excelencia. El impulso hacia la traducción de la Biblia acompaña el impulso
misionero por compartir el Evangelio y la traducción busca que la buena noticia del
Evangelio sea escuchada y leída en la lengua propia de sus destinatarios, lo cual permitirá
el arraigo de la fe en la cultura de éstos.
Según el informe más reciente ofrecido por las Sociedades Bíblicas Unidas en el año
2015, la Biblia completa está traducida a más de 500 idiomas, el Nuevo Testamento a otros
1300. Hay un total de 2,650 lenguas en las cuales hay alguna parte de la Biblia o toda ella
traducida. Ningún libro o autor han alcanzado ese grado de universalidad. Cada año el
número de traducciones aumenta y se estima que hay unos setecientos proyectos de
traducción en marcha, lo mismo que revisiones y actualizaciones, especialmente en lenguas
como el castellano o inglés, que van cambiando rápidamente.
La misión cristiana
Los cristianos viven dentro de la tensión de una paradoja al dar cuenta de la vida y
obra de Jesucristo, la persona que es el centro de su fe y su mensaje. Los Evangelios, libros
que se ocupan de la práctica y el mensaje de Jesús tienen abundancia de detalles que nos
permiten ubicarlo en una cultura, un tiempo y espacio determinados. Jesús es un judío de la ciudad de Nazaret que muere crucificado fuera de Jerusalén, bajo el poder del gobernador
romano Poncio Pilato, en el siglo primero de nuestra era. Por otra parte según los
Evangelios Jesús mismo enseña que su mensaje es de alcance universal, y comisiona a sus
seguidores a proclamar dicho mensaje, en un itinerario que va desde Jerusalén hasta los
confines del mundo. Las iglesias han vivido esta tensión entre la intensa particularidad de su
arraigo en una cultura y por otro lado la vocación de universalidad que es esencial a su
mensaje. Esta tensión es como un principio dinámico que mueve la misión cristiana. Y
consideramos que nosotros, cristianos del siglo veintiuno, arraigados en nuestra cultura
ibérica, latinoamericana, africana o coreana, por ejemplo, somos deudores a ese
movimiento transcultural propio de la misión cristiana que lleva veinte siglos recorriendo el
planeta.
El término “misión” puede ser entendido en varios sentidos. En un sentido amplio misión
tiene que ver con la presencia y testimonio (marturia) de la Iglesia en una sociedad, la forma en
que la Iglesia es una comunidad cuyos miembros encarnan un estilo de vida solidario, según el
ejemplo de Jesucristo (koinonia), el culto que la comunidad rinde públicamente a Dios
(leitourgia), el servicio a las necesidades humanas que la comunidad emprende (diaconia), la
función profética de confrontar a las fuerzas del mal que destruyen a las personas y las
sociedades (profeteia). Todo ello cabe dentro de la misión de la Iglesia.
En sentido más específico, misión hace referencia al impulso de la Iglesia cristiana a
llevar el mensaje de Jesucristo (kerygma) hacia los cuatro puntos cardinales. La Iglesia toma
plena conciencia de que ha sido formada y enviada al mundo con un propósito. La palabra
misión deriva de la raiz latina mittere que significa "enviar". En las tres últimas décadas del siglo
veinte entre los cristianos se dio un debate sobre el concepto de misión determinado por la
nueva situación misionera en el mundo. El crecimiento de las iglesias en el hemisferio sur y su
declinación en Europa, antes baluarte del cristianismo, llevó a una crítica del concepto que
reducía la misión a la actividad apostólica cristiana en territorios distantes, donde la iglesia
todavía no había llegado.
Se ha dado un cambio de paradigma. Las iglesias recuperan su vocación misionera no
sólo en tierras lejanas sino en todo el mundo, comenzando en su propio medio ambiente, y
dentro de esa vocación recupera un sentido de la importancia de la evangelización. En el
protestantismo ecuménico que había ido ampliando el sentido del término misión casi hasta el
punto de dejar de lado la evangelización hay un regreso a ésta. En el protestantismo
evangélico a su vez, en el cual había predominado el referente evangelizador, lo que hacía falta
era recuperar la dimensión integral u holística, lo cual sucedió con el movimiento de Lausana
(1974). Así pues se ha redescubierto el sentido de "presencia" y "servicio" en el mundo que han
de caracterizar a la misión cristiana, y se ha redescubierto también el particular sentido de
anuncio del Evangelio del amor de Dios revelado en Jesucristo cuya muerte y resurrección abren el camino de los seres humanos a la comunión con Dios. Ese es el Evangelio, cuyo
anuncio es componente ineludible de la misión. Ese es el Evangelio que cambia vidas y les da
sentido, el instrumento que Dios usa para alcanzar a “todas las familias de la tierra” según su
propósito.
Naturaleza misionera transcultural de la verdad cristiana
Desde su inicio a partir de Jerusalén, las fronteras geográficas que tendrán que cruzar
los apóstoles en la misión están explícitas en el mandato misionero del Maestro, como círculos
concéntricos de alcance universal: Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch
1:8). En la segunda generación misionera que representa el apóstol Pablo se mantiene esta
visión global. Escribiendo a los Romanos el apóstol afirma que habiendo predicado en toda la
región oriental del Imperio, "desde Jerusalén y por todas partes hasta la región de Iliria" (Rom
15:19), se propone entonces llegar hasta "lo último de la tierra", la distante España donde el
continente se acaba. Además, el apóstol afirma también la universalidad de su llamado con
referencia a la multiplicidad de culturas de su mundo, cuyas fronteras atraviesa: es deudor a
cultos e incultos, instruidos e ignorantes, judíos y gentiles (Rom. 1:13-15). La razón de este
constante movimiento es que la naturaleza misma de la fe cristiana la hace misionera. Pablo
dice que "la fe resulta de oir el mensaje, y el mensaje llega por la palabra de Cristo" (Rom
10:17). La verdad que salva y da sentido a la vida no es una verdad que cada ser humano trae
al mundo, como una chispa que puede avivarse por la práctica religiosa o el conocimiento
filosófico. La verdad que salva es siempre una palabra que otro ser humano, un testigo, nos
transmite. Quien alcanza salvación al recibir el testimonio está en la obligación de encarnar esa
palabra, de reflejar la luz recibida, llegando también a ser luz y compartir la buena noticia.
La historia de la misión cristiana es la historia de las peripecias de viaje en el cruce de
fronteras geográficas. Es también la historia de la aventura de cruzar de una cultura a otra,
luchando contra el etnocentrismo y el racismo innatos al corazón humano. Es la historia del
continuo y asombrado descubrimiento de "el otro". El judío descubre al "gentil", más allá de
Jerusalén; el griego bien educado al "bárbaro" más allá de la frontera del imperio romano, el
español al "moro" más allá de la frontera de la cristiandad medieval, el europeo al "indio" y al
"asiático" más allá del océano. En sus mejores momentos la misión cristiana parte de esa
nueva experiencia de un pueblo nuevo en el cual las viejas fronteras se acaban, porque "Ya no
tiene importancia el ser judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer; porque unidos a Cristo
Jesús todos sois uno solo." (Gál. 3:28).1
Los que pertenecen a ese pueblo pueden decir
auténticamente "Así que nosotros ya no pensamos de nadie según los criterios de este
mundo." (2 Cor 5:16).
El Evangelio: un mensaje que se puede traducir.
La encarnación del Verbo, "Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre
nosotros" (Jn 1: 14), es un hecho fundamental de la obra salvadora de Dios. Así entendemos
que la Palabra se traduce en realidad visible que nuestros ojos pueden ver. El mensaje de esta
palabra encarnada puede traducirse a todas las lenguas humanas: ha sido dado y revelado
para ser comunicado. Cuando se escribieron los documentos básicos que son los Evangelios
se trataba ya de una traducción, puesto que no los tenemos en la lengua aramea que habló
Jesús sino en el griego popular, la lengua más difundida en el primer siglo. Esta
"traductibilidad" del Evangelio muestra que se trata de un mensaje capaz de alcanzar un grado
máximo de universalidad, es decir se trata de un mensaje hecho para ser traducido y
compartido. Así el dinamismo del Espíritu que empuja a la Iglesia hacia el cumplimiento de su
misión lleva también al pueblo de Dios a un constante proceso de contextualización. El texto va
pasando de contexto en contexto.
De las dos partes de la Biblia cristiana, como se ha dicho, la Biblia judía que los
cristianos llaman Antiguo Testamento originalmente fue escrita en hebreo y arameo, y la parte
llamada Nuevo Testamento fue escrita en griego. Con frecuencia el Nuevo Testamento cita al
Antiguo utilizando una temprana traducción de éste al griego anterior a Jesucristo, llamada
Septuaginta. Es materia de debate entre estudiosos la cuestión de si el judaísmo tuvo en algún
momento el mismo sentido de misión que el cristianismo. El hecho es, sin embargo, que el
exilio judío hizo surgir la necesidad de la traducción. Cuando vinieron nuevas generaciones de
judíos exilados que desconocían la lengua hebrea, fue necesario traducir los libros que
constituían la memoria e identidad del pueblo de Israel al griego, la lengua vernácula en cuyo
ámbito esas nuevas generaciones vivían. Subsistir como pueblo de Dios denotaba ya un
sentido de misión y para ello la palabra era fundamental.
Cuando llegamos al cristianismo es evidente la importancia que se atribuye a la lengua
vernácula. Precisamente al ser traducido de manera dinámica a otras lenguas el mensaje
alcanza resonancia en un contexto cultural diferente y se da lo que hoy llamamos
“contextualización”, término que la antropología cultural ha tomado de la tradición científica de
traducción bíblica. Y así comprobamos un hecho irrefutable. Toda lengua y toda cultura son un
buen vehículo para el mensaje de la Biblia. No hay alguna lengua, por así decirlo, mas
“sagrada” que las demás. No hay nada inefable en el mensaje bíblico, que sólo pueda ser
expresado en determinada lengua sagrada. Desde ese punto de vista la historia de la
traducción bíblica ha jugado un doble papel, porque como veremos a continuación, opera con
dos presuposiciones básicas.
El impacto cultural de la traducción de la Biblia
El proceso misionero asociado a la traducción de la Biblia ha relativizado a toda cultura
al no privilegiar a ninguna como lengua sagrada para la expresión de su mensaje divino. Así
la lengua y la cultura de los primeros misioneros que anunciaron el Evangelio no fueron
absolutizadas sino relativizadas, y la misión cristiana se lleva a cabo en un estilo que pone a
todas las culturas al mismo nivel a los ojos de Dios. Al mismo tiempo se ha dignificado a toda
cultura al considerar que toda lengua puede ser vehículo de dicho mensaje divino. Esto
explica el tremendo impacto cultural del mensaje bíblico, ya que la traductibilidad del mensaje
también ha dignificado a todas las culturas que ha tocado. De esta manera, un cashibo o un
aguaruna de la selva del Perú, puede decir "Dios habla mi lengua", como también lo decimos
quienes leemos la Biblia en castellano, inglés, catalán o francés. Esta relativización y
dignificación de las lenguas nos permite observar el efecto positivo de la traducción bíblica que
enriquece la dignidad humana.
Sin embargo, hay una tendencia muy humana a absolutizar la propia cultura y
considerarla como normativa. Muchas personas que han viajado y vivido en otras culturas
diferentes a la suya propia llegan a reconocer, con el tiempo, que esa experiencia les ha
enriquecido y también les ha ayudado a ver mejor los valores de la propia cultura. La
desabsolutización de la propia cultura es una experiencia por la que tiene que pasar el
misionero cristiano, si es que su misión se va a realizar según el modelo de Jesús. Es el
proceso de encarnación ejemplificado por el Maestro. Hoy se hace referencia al mismo con
el término inculturación. Es el proceso del que escribía el apóstol Pablo “A todos traté de
adaptarme totalmente para conseguir, cueste lo que cueste, salvar a algunos.” (1 Cor. 9: 22
La Palabra).La traducción bíblica obliga a ese proceso. Significa la inmersión de una
persona en la cultura de otra para aprender su lengua y eso requiere un espíritu de servicio
y entrega, y también plantea algunos desafíos.
Las dificultades de la traducción
La comunicación de un mensaje aun dentro de una misma lengua no es asunto
sencillo puesto que el emisor del mensaje opera desde cierto contexto y el receptor puede vivir
en otro contexto. La dificultad aumenta mucho más cuando se pasa de un idioma a otro
mediante un proceso de traducción. Cualquiera que esté familiarizado con ese proceso sabe
que toda traducción es sólo aproximada, y sin embargo ello no impide que haya comunicación
entre los seres humanos. La dificultad no ha paralizado el proceso de comunicación humana y
ello nos da esperanza. Ahora bien, imaginemos la dificultad de la traducción de la Biblia al
intentar comunicar en sociedades contemporáneas de ámbitos geográficos y culturales muy diversos un mensaje de un texto proveniente de varios siglos anteriores a la llegada de Cristo
y del primer siglo posterior al nacimiento de Cristo.
Si prestamos atención a la historia de la traducción bíblica nos vamos a encontrar con
un cuadro que contradice lo que una mirada crítica superficial haría pensar. El período más
intenso de traducción de la Biblia ha acompañado la obra misionera protestante. En la historia
de los dos siglos más recientes, en los que se desarrolló el movimiento de las Sociedades
Bíblicas, puede ubicarse la traducción de la Biblia en el contexto de la expansión comercial y
colonial desde el mundo protestante, en particular Gran Bretaña. Por esta asociación entre
expansión británica y misiones protestantes, se podría haber visto la traducción bíblica como
parte de un proceso de sometimiento de otros seres humanos a la dominación imperialista.
Paradójicamente sucedió lo contrario.
Para poder escuchar al otro cuya lengua es diferente a la mía he de conocer su
lengua y su cultura. La traducción bíblica ha representado ante todo eso, una inmersión
disciplinada y respetuosa en el mundo del otro, cuya lengua es la expresión más rica de su
cultura. Esta inmersión permite al traductor no sólo conocer el vocabulario y la sintaxis del
idioma sino el universo de conceptos, actitudes imágenes y figuras que son el mundo del otro,
para poder trasladar el mensaje de la Biblia de manera que realmente sea entendido por el
otro.
Este punto lo ilustra bien el caso de Guillermo Carey (1781-1864) un misionero inglés
que fue en 1792 a la India. Aunque no tenía educación universitaria, Carey aprendió los
idiomas sánscrito y bengalí. Su esfuerzo por aprender estas lenguas lo llevó a otros campos
como el de la botánica o el de la literatura en sánscrito. De esa manera Carey no fue
solamente un traductor del texto bíblico a estas lenguas sino que tradujo el poema épico
Ramayana al inglés para hacerlo conocer en Europa, y escribió trabajos de botánica por
medio de los cuales difundió la variedad y riqueza de las plantas de la India desconocidas
hasta entonces en Europa. Además contribuyó a un renacimiento de la literatura bengalí en
prosa. Carey aprendió un total de dieciséis lenguas que se hablaban en la India y trabajó en
la preparación de diccionarios de algunas de estas lenguas. Así pues Carey es un caso típico
de lo que pasó y sigue pasando con traductores bíblicos que contribuyen al encuentro entre
culturas, al proceso de interculturalidad.
En otros casos el traductor bíblico ha tenido que reducir a signos escritos los sonidos
de una lengua que hasta entonces no tenía escritura, a fin de crearle un alfabeto. Así el
alfabeto conocido como cirílico que se usa en las lenguas eslavas como el ruso, es resultado
de ese trabajo pionero del siglo noveno que llevaron a cabo Cirilo y Metodio, traductores de
textos bíblicos y sagrados a la lengua vernácula de la región morava en el centro de Europa.
El resultado es que muchas lenguas en las Américas, Asia y África, han podido librarse de su
extinción gracias al trabajo de los traductores de la Biblia.
En el ámbito de las Sociedades Bíblicas una de las personas que reflexionó
creativamente sobre el proceso de traducción de la Biblia fue el Doctor Eugenio Nida, quien
unía a su conocimiento magistral de las lenguas bíblicas una formación rigurosa como
lingüista y antropólogo. Trabajó en unos 80 países ayudando a traductores de la Biblia y
escribió más de treinta libros en los que desarrolló toda una “teoría de la comunicación” para
ayudar a traductores y misioneros. En un libro que es una excelente introducción al tema Nida
y su colega William D. Rayburn escriben: “…comprender un mensaje es mucho más que
simplemente disponer de cierta información. El mensaje tiene sentido sólo a la luz de
determinadas estructuras englobantes de pensamiento, las cuales comprenden ante todo las
presuposiciones básicas y las creencias de la cultura o subcultura receptora. Sin embargo
estos factores no pueden ser considerados hasta tanto no se examine un poco más de cerca
el marco del acto comunicativo.”
Los traductores modernos de la Biblia además de conocer las lenguas bíblicas se
preparan para conocer las culturas a cuyas lenguas van a traducirla y para ello les resultan
muy útiles ciencias como la Lingüística, la Antropología o la Etnología. Sobre la base de su
práctica en la traducción bíblica, personas como el ya mencionado Nida han hecho
contribuciones valiosas al desarrollo de las ciencias sociales. Además, gracias a ellos
sabemos mucho más hoy acerca del mundo en que se escribió la Biblia y la cultura de sus
primeros lectores, lo cual nos ayuda a entender mejor su mensaje para hoy.
Traducción de la Biblia y revitalización cultural
La traducción bíblica ha producido en muchos casos no sólo la dignificación de culturas
en diferentes rincones del planeta, sino también una revitalización de las culturas. En la propia
Europa se puede advertir ese impacto cultural. Hoy que se estudia tanto los orígenes de la
cultura europea se tiene que reconocer que la traducción de la Biblia influyó en la formación
de las lenguas nacionales de varios países europeos. Alemania es un caso que sirve de
ejemplo. La traducción de la Biblia al alemán que llevó a cabo Martín Lutero y se publicó en
1534, contribuyó a que esa lengua tomara forma definitiva. El pueblo no solamente la habló
sino que también la leyó, dado que el reformador alemán insistía en el deber de todo
cristiano de leer y estudiar la Biblia y no dejarla en manos de los expertos. Como dice uno
de sus biógrafos, “todo alemán ha sido criado con la Biblia de Lutero.”
Lo mismo esta sucediendo hoy, por ejemplo, con los traductores de la Biblia al idioma
de las comunidades nativas de la Amazonia boliviana, peruana y ecuatoriana. Están también
creando diccionarios y a veces recolectando el folklore, las leyendas, la literatura que de otro . modo se perderían. Se conservan como un aporte a la cultura universal gracias a este trabajo
que acompaña a la traducción bíblica y que va dignificando cada cultura, al mismo tiempo que
difunde el mensaje de Cristo. Este impacto se nota en particular por el contexto de
dominación cultural al que están sometidos las minorías indígenas. La traducción de la Biblia
les ha permitido adquirir un sentido renovado de identidad y dignidad. Esto ha sucedido
entre pueblos tan diversos como los Nagas de la India y los Quichuas de Ecuador.
En el marco de las misiones cristianas de los siglos diecinueve y veinte, fue en las
escuelas misioneras donde los nativos aprendieron a leer la Biblia en su propia lengua,
dignificando su cultura. En ellas se formaron los líderes nativos de iglesias autóctonas en las
cuales se practicaba formas de relación horizontal conducentes a la democracia. En esas
escuelas misioneras se formaron también los líderes políticos que iban a conducir a sus
pueblos a la libertad del yugo imperial europeo. Es que la traducción es labor fundamental en
la tarea de la convivencia. Eso lo aprendieron los traductores de la Biblia. Sólo prestando
atención al otro, aprendiendo a escuchar la expresión de su humanidad en su propia lengua
y creyendo que un mensaje de dimensión universal como el bíblico podía ser expresado en
la lengua nativa, era posible practicar la traducción fiel y la comunicación completa.
Cooperación misionera en la traducción de la Biblia
El énfasis en la traducción bíblica ha sido una nota distintiva de la práctica misionera
del protestantismo. Las grandes misiones de origen protestante florecieron especialmente en
los siglos diecinueve y veinte. Un componente fundamental de su práctica fue la traducción de
la Biblia a las lenguas vernáculas de las tierras en las cuales los misioneros plantaban
iglesias. En lugares como Filipinas o Latinoamérica los misioneros católicos en el siglo
dieciséis estudiaron las lenguas indígenas, compilaron diccionarios y tradujeron catecismos a
dichas lenguas, pero no tradujeron la Biblia. Sólo tres siglos más tarde se traduce la Biblia a
las lenguas nativas del pueblo en esos lugares, cuando llegan los misioneros protestantes en
el siglo diecinueve. Y sólo a la llegada de éstos empezó también una amplia difusión del texto
bíblico en castellano entre el pueblo.
Una convicción teológica evangélica fundamental es que la continuidad de la Iglesia
en la relación con Cristo no se basa en una continuidad institucional, sino en una
continuidad en la verdad hecha posible por la Palabra de Dios como texto escrito, y una
continuidad en la vida por la presencia del Espíritu Santo. El efecto de esta convicción en la
misión es que se supone que quienes escuchan el mensaje de Cristo por primera vez deben
tener la posibilidad de leer la Biblia en su propio idioma. La traducción de la Biblia también
fue considerada indispensable para la formación de un pastorado nativo, como paso
inmediato luego de la evangelización. Esta práctica tuvo también un efecto cultural inmediato. La lectura de la Biblia es fundamental, por consiguiente, las escuelas primarias y la
alfabetización eran también una necesidad lógica porque si el pueblo cristiano debe nutrirse
de la Palabra de Dios, necesita estar en condiciones de leerla. Todo esto refleja las
convicciones evangélicas de que la Palabra de Dios es la autoridad para la fe y la práctica
de la Iglesia, y de que todos somos sacerdotes en el pueblo de Dios.
En el Concilio Vaticano Segundo la Iglesia Católica Romana recuperó la práctica de que
la liturgia, la catequesis y toda la vida del pueblo de Dios se realizaran en la lengua
vernácula de los fieles. Al mismo tiempo hay una revalorización del uso de la Biblia. Todo
ello ha hecho posible que hoy en día se puedan dar proyectos inter-confesionales de
traducción de la Biblia. En años recientes ha habido proyectos de traducción en los cuales
cooperaron misioneros católicos y protestantes en lugares tan diferentes como Togo en el
África, Albania en la nueva Europa y Paraguay en América Latina.
La traducción de la Biblia ha sido un factor de importancia capital en la misión cristiana.
No podía ser de otra manera dada la universalidad del mensaje bíblico. Este es un mensaje
que atinge a toda la humanidad. La Biblia es una historia de toda la humanidad. No
comienza con Abraham el primer judío sino con Adán el primer ser humano. Comienza con
la creación y la historia de Adán, nombre que significa simplemente hombre. Los hijos de la
tierra son una familia y tienen un antepasado que es padre de todos. Por naturaleza no hay
nada semejante a castas o clases, ni diferenciación alguna por la sangre o la descendencia.
De aquí el hecho de la igualdad humana: el linaje de todos es el mismo. El tema central de
la Biblia es Jesucristo, palabra de Dios hecha ser humano, acto divino de traducción dirigido
a todos los seres humanos.
Samuel Escobar
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