Reflexionando desde el Norte.
I. Sobre preguntas y supuestos.
Quisiera comenzar afirmando que la respuesta a la pregunta del título no es de rápida solución. Es más debemos huir de las respuestas rápidas. La reflexión que invitamos a hacer ahora no está tanto en lo que no estamos haciendo, sino más bien en qué estamos haciendo y cómo lo hacemos. Quizás nuestra problemática, la de las iglesias del Norte, es preguntarnos ahora qué estamos haciendo y cómo lo hacemos.
Hemos de partir de un supuesto: Si nuestros pastores y presbíteros están trabajando diligentemente, si las comunidades están practicando una vida espiritual benigna, entonces: ¿Por qué no crecemos. Quizás es el momento de considerar otros factores de índole administrativo u organizativo de nuestro presbiterio.
II. Hechos 6:
Recordemos lo que ocurre en Hechos 6. Cuando se requirió de un grupo de personas que velaran por las necesidades físicas de la congregación. El problema no era que los líderes no estuvieran trabajando; ni que la espiritualidad de la congregación fuera deficiente. El punto problemático tenía más que ver con la administración. La solución en la que tomaron parte todos, fue la creación de este grupo de diáconos, que antes no existía como tal en la iglesia, que se encargarían del área administrativa en la comunidad, mientras los apóstoles se dedicarían a la enseñanza y la oración.
Hasta aquí lo que cuenta el relato lucano. ¿Y esto qué tiene que ver con nosotros? Si nos miramos bien podremos descubrir que en nuestras comunidades tenemos situaciones no solo cíclicas, sino parecidas a las que enfrentaron en la iglesia primitiva. La solución a la falta de crecimiento no siempre tiene que ver con una deficiente labor de los pastores o los presbíteros, o por el estado espiritual en ruinas de la congregación. A veces, la falta de crecimiento se debe a factores administrativos y a la ausencia de flexibilidad en nuestras estructuras.
En los últimos años hemos podido constatar que en nuestro presbiterio subsisten comunidades centradas en el pastor, faltan objetivos claros e identidad, vivimos una realidad desenfocada, nuestras comunidades han optado por el “sálvese quien pueda”, una eclesiología enfocada hacia el interior de las comunidades y una galopante falta de evaluación. Quizá nuestras comunidades no están creciendo por algún factor determinado que está incidiendo en ellas o por la combinación de los mismos.
III. Comunidades centradas en el pastor.
Perfilada la responsabilidad que tiene el pastor de velar por las comunidades, y sabiendo que recibe un salario por sus servicios, se hace muy fácil y natural construir todo el aparato eclesial alrededor de este rol. Los pastores del Norte perciben que es su responsabilidad hacerlo todo, y las comunidades del Norte tiene la expectativa de que así ocurra. La enseñanza, la visitación, la evangelización, la capacitación, la dirección de los cultos, la consejería, y las demás actividades que se realizan en nuestras iglesias están centradas en el tiempo, la capacidad y la disposición del pastor. A veces, los pastores y la iglesia llegamos a estos acuerdos de una manera silenciosa, sin que previamente se hayan hablado las expectativas, pero la realidad es que este tipo de pacto no escritural hace que todos estén cómodos con el arreglo. Pero es una trampa. Una especie de bomba de relojería que explotará más temprano que tarde.
Es con esta concepción, tan ampliamente extendida y practicada, que comienzan los problemas, y es que la iglesia local se desarrollará solamente hasta donde lleguen la capacidad, el tiempo y la disposición pastoral. Una comunidad cuya vida está regida por el ritmo pastoral retardará su crecimiento. ¿Por qué? Muy fácil de responder. Una sola persona no puede hacerlo todo. Una persona no puede supervisarlo todo. Una persona no puede decidirlo todo. Una persona no puede enseñarlo todo.
Todos, y cuando digo todos somos todos, presuponemos que los pastores han de tener la preparación teológica, y haber sido llamado por Dios a tal ministerio, para guiar a la iglesia, pero se nos olvida, quizás por las urgencias y la mala economía, que no tiene todos los dones para realizar todo en la iglesia. Así que es una utopía centrar el crecimiento de la iglesia local en la labor del pastor. A la vez que se convierte en un arma de doble filo si el pastor pretenda hacerlo en solitario.
Nuestra experiencia en los últimos cinco años nos dice, al menos en Zaragoza y en Donosti, que lo mejor que podemos hacer es reclutar, es capacitar y poner a funcionar a las personas a quienes Dios ha dotado con sensibilidad y dones para realizar los diferentes ministerios de la iglesia.
IV. Faltan objetivos y desconocemos nuestra identidad.
Las iglesias desde Santander a Jaca convocan a actividades durante la semana. En todas ellas hay personas que se ofrecen a trabajar y dan lo mejor de sí mismas en el servicio a las iglesias. Pero esto no lo es todo. Nuestro problema muchas veces se resume en que trabajamos sin un rumbo claro y definido. Y trabajamos sin realmente saber quienes somos y hasta donde podemos llegar. No hay una dirección establecida en nuestros proyectos. Y es que muchas veces carecemos de un proyecto. No hay una descripción del sueño que perseguimos. Quizá nuestra Confesión de fe nos dijo una vez cual era nuestra visión y cual era nuestra misión, pero en la práctica las hemos olvidado.
En esta situación sin referencias de trabajo es normal que cada una de nuestras iglesias del Norte hayan establecido sus propias metas y sus estrategias para permanecer. Pero la realidad es que subsistimos y no crecemos. Decimos con mucho orgullo histórico que somos una comunidad de iglesias que glorifican a Dios guiando a las personas a una relación creciente con Cristo. Y hacemos énfasis en la palabra comunidades; pero perdimos en algún tramo del viaje que hacemos, los conceptos de relación con Dios, relación entre nosotros y relación con los de fuera.
Un solo ejemplo. Y uno tan sencillo como: ¿Qué tipo de celebraciones hacemos? La claridad de nuestros propósitos definirá si las actividades que organizamos o los ambientes que recreamos en nuestros cultos están pensados para los no creyentes que se acercan a nosotros o sólo son para nuestro disfrute porque los de afuera no entienden nada.
V. Una realidad desenfocada.
Es normal ver a los pastores y presbíteros reunirse y proponer acciones para la vida de nuestras comunidades. Si miramos en nuestras agendas veremos que rara veces hay una semana libre o hay un espacio intencionalmente destinado para nosotros mismos. Y es que muchos de nosotros estamos gastando nuestro tiempo para la iglesia. Y a pesar de ello, no vemos resultados paralelos a nuestros esfuerzos en el sentido de que las comunidades del Norte crezcan.
Quizás estamos siguiendo patrones de reuniones y calendarios que ya no son útiles a nuestras necesidades. Quizás estamos proponiendo un modelo eclesial que no se corresponde con nuestra realidad. Quizás el problema no está en cuánto tiempo estamos invirtiendo, sino en la falta de enfoque que hacemos al leer nuestra realidad como creyentes. Estamos invirtiendo horas y recursos en diversas cosas a la vez, por ejemplo, campañas solidarias con personas que han padecido desastres naturales, trabajo social desde nuestros lugares de culto o mantenemos reuniones que tradicionalmente se han hecho y no nos centramos en una o dos que sean importantes y congruentes con nuestros dones y recursos. Esta historia se repite una y otra vez, año tras año, en todas nuestras comunidades. Y nadie se cree con autoridad para detenerse y preguntarse: ¿Pero tiene sentido seguir así?
Desde hace diez años venimos diciendo desde el Norte, en un Sínodo presbiteral tras otro: no hay gente que haga las cosas que hacemos nosotros, y por eso, tenemos que hacer muchas cosas diferentes a la vez. Pero esto no es del todo verdad. Dios nunca ha abandona su iglesia y Él ha repartido los dones entre nosotros. Ahora podríamos promover el mirar nuestro trabajo tal como es, sin más adornos ni escollos. La realidad suele ser una buena instructora.
En nuestras comunidades medimos el compromiso con Cristo de acuerdo con el número de eventos en los que participaban las personas o por la cantidad de compromisos económicos que asumimos, de hecho en nuestro Modelo de Información para las Iglesias del presbiterio del Norte, así aparece. Pero por rutina, se nos olvida que trabajamos con personas que adoran, que colaboran fielmente con algo más que dinero cada semana, que aprenden en nuestros estudios bíblicos o celebraciones, que participan en los diferentes ministerios eclesiásticos y que finalmente influyen al relacionarse con otras personas de su entorno.
VI. Nuestras comunidades han optado por el “sálvese quien pueda”
Estamos muy acostumbrados a iniciarnos en proyectos de acuerdo con la última moda de lo que funciona en Madrid o en Barcelona. Pero estas son ciudades que están muy lejos de donde vivimos. Somos un Presbiterio donde hay que tener en cuenta la geografía por la sencilla razón de que Bilbao está tan lejos de Zaragoza como Jaca de Santander. Y no es que sea malo experimentar lo que hacen nuestras iglesias hermanas; el problema viene cuando nos travestimos con estructuras y proyectos que no están pensados para nuestra realidad y al final al no poderlos cumplir el sentimiento de fracaso y aislamiento es mayor que las buenas intenciones. Al final de cuentas, no solo los presbiterios, sino que las propias comunidades entran en una especia de competencia por recursos económicos y humanos. Este efecto es conocido generalmente por “sálvese quien pueda” y no siempre se manifiesta entre diferentes comunidades. A veces dentro de la propia iglesia hace su aparición en escena.
En Zaragoza, por ejemplo, la escuela dominical infantil compite con el deseo de las maestras de disfrutar de las celebraciones dominicales. El grupo de jóvenes compite con los integrantes del coro de cantar todos unidos. El grupo de oración compite con el de los estudios bíblicos. A fin de cuentas, ponemos acciones sobre acciones creyendo que esto es síntoma de buena salud eclesial. Y no nos queremos dar cuenta cómo en realidad es lo nuevo y lo antiguo los que están compitiendo entre sí. El resultado es una iglesia con mucha acciones, pero sin crecer. Y dónde al final cada comunidad miembro del Presbiterio optará por un camino donde se encuentre con la autonomía y la flexibilidad que necesita.
Si en nuestras comunidades se está haciendo algún trabajo sistemático y no se ven los resultados, entonces es el tiempo para cuestionar dónde y quién ha entrado en competencia y descubrir el “sálvese quien pueda”. Pero esta estrategia no solo nos hace más lejanos los unos a los otros sino que nos condena a no ser referenciales, a vivir en una continua supervivencia.
VI. Una eclesiología enfocada hacia dentro de las comunidades.
Nuestras comunidades están enfocando su acción sólo hacia adentro. Esto tiene una cierta ventaja: nos acomoda endógamicamente. Pero tiene una desventaja certificada: no nos permite alcanzar a nuevas personas. Si sólo nos ocupamos en mantener a los que ya están adentro, la iglesia entra en una especie de letargo, yo diría que hasta de estado vegetativo, que más temprano que tarde nos ha impedido crecer. Si revisamos los proyectos de trabajo de nuestras iglesias vemos, no sólo que el plato fuerte es el culto dominical, sino que todo lo demás, si existe, girará en torno a él. ¿Qué tenemos en común las comunidades de Santander, Bilbao, Donosti, Jaca y Zaragoza? Trabajan para si mismas, pero la praxis de alcanzar a otros para Cristo está pendiente, suspendida para cuando seamos más o hayan más recursos.
¿Hay entre nosotros alguna iglesia joven? ¿Alguna comunidad ilusionada? No sé Uds. pero yo nombraría en esa situación a Donosti. Sólo a Donosti. Las personas que allí se congregan no se limitan a inyectar nueva vitalidad a su iglesia mediante cánticos o himnos poco tradicionales, sino que se han creído lo de hablar de Cristo a otros. El entusiasmo de esta comunidad debe despertar nuestro entusiasmo. Debe invitarnos a salir de la apatía en que vivimos cada domingo. Una iglesia así es necesaria.
VI. Falta de evaluación.
Un pastor, un presbítero, una iglesia que no se evalúan constantemente están destinados a perpetuar sus propios errores. Unos presbíteros que no admiten su evaluación están condenados a vivir en un círculo de desaciertos. Cuando la evaluación es adecuada se mantiene el enfoque de la misión en las comunidades, el entusiasmo no muere, la innovación es aceptada por todos y la creatividad estimula. Si no evalúas, nunca sabrás si estás cumpliendo la misión.
Nuestras iglesias del Norte han estado realizando actividad tras actividad, programa tras programa, compromiso tras compromiso. Pero no se han detenido un año, ni un mes, ni un día para reflexionar en lo que hacemos, no hemos separado un tiempo para celebrar los logros, no nos hemos detenido para corregir los errores, no nos hemos parado para ajustar las estrategias, no hemos programado tiempo para prever los posibles problemas que nos han llegado y es que para hablar del futuro no hay tiempo. La evaluación es fundamental para mejorar nuestra vida de iglesia. Pero no lo hemos descubierto aún.
¿Qué es evaluar? ¿Responder a una encuesta? ¿Decir lo que pensamos de cómo el pastor hace su trabajo? No, decididamente evaluar no es eso. Evaluar es otra cosa. Evaluar es entre otras cosas valorar, estimar. Pero para evaluar se requiere tiempo, se precisa esfuerzo y se necesita constancia. ¿Tenemos tiempo? ¿Tenemos esfuerzos? ¿Tenemos constancia? Evaluar suele ser peligroso si lo vemos como una manera de rendir cuentas por nuestros trabajos o aprovechar para decir lo que no nos gusta de alguien. Pero tiene un efecto positivo en el crecimiento de tu iglesia. Sería bueno que las iglesias del Presbiterio del Norte comiencen a planificar tiempos y procedimientos para evaluar en todos los niveles la comunidad.
VII. ¿Conclusiones?
Podemos afirmar que una iglesia con un pastor y unos presbíteros aptos, una vida espiritual equilibrada y una administración eclesial adecuada está abocada a crecer sean las circunstancias externas mejores o peores.
Si nuestras comunidades no están creciendo habrá que hacerse preguntas desafiantes. Quizás en otro momento tendremos que valorar lo que significa un pastor adecuado y unos presbíteros aptos o qué entendemos los reformados por una vida espiritual equilibrada. Pero aquí y ahora, nos hemos dedicado a repensar sólo en el aspecto administrativo de nuestras comunidades.
Una cosa es cierta, el crecimiento viene cuando se da una combinación positiva de los tres, cuando hay un balance entre ellos.
Augusto G. Milián
Presbiterio Norte.
Enero 2011
Gracias Augusto por tu valiente reflexión, no es fácil centrar un asunto que vamos arrastrando desde hace años. Con relación al crecimiento de la iglesia, creo que no debemos obsesionarnos, pues este se dará de forma natural si conseguimos enforcar nuestra misión y testimonio como creyentes e iglesia. Con relación a las cuestiones administrativas, creo sinceramente que son excesivamente pesadas para nuestra realidad eclesial, en ocasiones pienso que requerimos un esfuerzo muy grande en cuestiones que no nos aportan salud y crecimiento personal, atender a normas, modelos, tradiciones, compromisos, etc. que nos sobrepasan, que estando para evitar problemas, nos lo generan, pues en ocasiones son en sí mismos la fuente del problema. Ánimo, seguiremos conversando. Un abrazo.
ResponderEliminar