Curso Entre la duda y la fe
Tema 6
I. Introducción
Las montañas siempre han sido lugares de Dios. Una montaña es el lugar donde la tierra está más cerca del cielo. Una montaña es un lugar de visión. Nos gusta subir montañas. Somos buscadores de montañas. Y es que las alturas sugieren trascendencia, poder y visión.
Uno de los nombres más importantes de Dios y que en la Biblia se usa cerca de cincuenta veces es Altísimo. Y significa entre otras cosas que está sobre todo. Pero, a veces, para ver a Dios precisamos subir una montaña.
II. Donde nace la fe
Tener un momento cumbre equivale muchas veces cuando somos capaces de ver algo que durante un tiempo no vimos. O cuando alguien nos dice una palabra inspiradora. O ver como nace nuestro primer hijo. O cuando Dios responde a nuestra oración. A veces es la belleza la que perfora nuestro corazón endurecido por la vida. A veces es una melodía la que nos rompe el alma. A veces es un libro el que nos pone delante del mundo. A veces es una pequeña cosa, e insignificante, la que nos hace ver a Dios. Entonces nace la fe.
Pero con mucha frecuencia nuestros momentos cumbres están vinculados con nuestros valles más sombríos. Después de una experiencia dolorosa o triste, sin previo aviso, llegamos a la conclusión de que Dios ya no está donde debería. Otras veces llegamos a esta conclusión sin un motivo, pero con la misma certeza de que no existe Papá Noël. Hay personas que están arrastrando una vida de fe llena de dudas. Una vida con esperanzas de que de alguna manera Dios esté ahí, aunque ellos no lo puedan ver. Por eso necesitamos subir alguna montaña. Toda historia ha comenzado con fe. Después vienen las dudas.
III. Bajar de la montaña
No podemos vivir siempre en la cima de una montaña. En algún momento tendremos que bajar al valle de la ambigüedad. Y cuando no tenemos certezas entonces llegan las dudas. ¿Me caso con esta persona o no? ¿Debo invertir en este negocio o no? ¿Hay espacio en esta iglesia para mi o no? Es delante de estos abismos que tenemos la opción o no de dar un alto de fe. Y traducido a nuestro idioma cotidiano es hacer algo donde no tenemos certezas de las evidencias, donde se abandona la razón y nos abrazamos a la fe o a la fantasía. Casarse o no. Criar un hijo. Seguir a Dios. No tenemos garantía de que estas acciones nos lleven a un buen final. Pero se nos pide que nos entreguemos por completo. Cuando damos pasos sin tener certeza de lo que ocurrirá después entonces podemos decir que tenemos confianza. Pero si permanecemos en áreas de seguridad (comodidad), si no confío, si no realizo ningún salto, si no pregunto, nunca me elevaré. Nunca sabré. Me limitaré a vivir y moriré junto al abismo, pero sin saber que me esperaba del otro lado.
En Ez. 28 leemos que el jardín del Edén de la montaña estaba en una montaña. La caída del hombre significó entre otras cosas dejar el Edén, o sea, bajar de la montaña. Pero Dios continúo encontrándose con los hombres en la cima, p. e, Abraham, Moisés, etc. En el NT descubrimos que Jesús subía con mucha frecuencia al monte a orar. En el monte de la Transfiguración, Marcos, el evangelista se hace eco de lo que había pasado con Moisés en el Sinaí. Muchas veces delante de Dios no sabemos que decir.
Sabemos que nueve veces en el NT Jesús les dice a diferentes personas Tu fe te ha sanado. En otras veces se refiere a la fe de personas no normales o extranjeras. O sea, personas que no deberían tener fe la tienen o los que deberían tenerla no muestran vestigios de ella. ¿Por qué será que muchas veces la fe parece prosperar donde menos nos lo imaginamos? ¿Por qué será que a menudo las persecuciones o los sufrimientos lejos de destruir la fe a menudo la fortalecen? No tengo respuestas para esta pregunta. No tengo respuestas fáciles. A veces la fe es como un clavo. Mientras más duro le golpeas, más hondo se clava.
Lo único que sé, y lo leo y releo en los evangelios, es que Jesús siempre acaba diciendo lo mismo: Es tiempo de dejar la montaña. Es tiempo de descender.
IV. Discusión
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