sábado, 25 de junio de 2011

La eucaristía: la visión católica.

Jn 6:51-59

La eucaristía es una realidad muy profunda y compleja, que formar parte de la más antigua tradición. Tal vez sea la realidad cristiana más difícil de comprender y de explicar. Podemos quedarnos en la superficialidad del rito y perder así su verdadera riqueza. Para que veáis que no exagero, voy a contar dos anécdotas que me han sucedido en mi relación con dos representantes de la jerarquía. El primero me dice: “te exigimos que no metas ninguna morcilla en la celebración de la eucaristía”. Todos sabéis lo que es un “morcilla”, además de un embutido, claro. El diccionario dice: “añadido que hace por su cuenta el actor de teatro cuando representa un papel”. Da por supuesto que estoy haciendo teatro y lo que se me pide es que represente bien mi papel. No le contesté.

El otro me dice: “tienes que ser como el farmacéutico, que reparte pastillas al cliente sin contarle el proceso del laboratorio”. Aquí si hubo comentario, porque le dije: “la aspirina produce su efecto automáticamente, aunque el paciente no sepa nada del ácido acetilsalicílico; pero la comunión está a años luz de ese pretendido automatismo. Si el comulgante no se entera de lo que está haciendo, no le servirá de nada”. Lo grave no es que dos vicarios piensen eso de la eucaristía. Lo gravísimo es que todos hemos pensado –y algunos siguen pensando- así de los sacramentos.

Debemos superar muchas visiones raquíticas o erróneas sobre este sacramento.

1º.- La eucaristía no es magia. Claro que ningún cristiano aceptaría que al celebrar una eucaristía estamos haciendo magia. Pero si leemos la definición de magia de cualquier diccionario, descubriremos que le viene como anillo al dedo a lo que la inmensa mayoría de los cristianos pensamos de la eucaristía: Una persona revestida con ropajes especiales e investida de poderes divinos, realizando unos gestos y pronunciando unas palabras “mágicas”, obliga a Dios a producir un cambio sustancial en una realidad material como es el pan y el vino. Cuando se piensa y se dice, que en la consagración se produce un milagro, estamos hablando de magia. Trento afirma: “La Iglesia designa con el término muy adecuado de transubstanciación esta conversión eucarística”. Pero debemos advertir que “substancia” y “Accidente” son conceptos metafísicos; no hacen referencia a ninguna realidad física. Además, esos conceptos no se emplean ya nunca con sentido metafísico.

2º.- No debemos confundir la eucaristía con la comunión. La comunión es sólo la última parte del rito y tiene que estar siempre referida a la celebración de una eucaristía. Tanto la eucaristía sin comunión, como la comunión sin referencia a la eucaristía dejan al sacramento incompleto. Ir a misa y dejar de comulgar, es sencillamente un absurdo. Ir a misa con el único fin de comulgar, sin ninguna referencia a lo que significa el sacramento, sino buscando una religiosidad intimista, es un autoengaño. Esta distinción entre eucaristía y comunión explica la diferencia de lenguaje entre los sinópticos en la cena y Jn en el discurso del pan de vida que hemos leído. Jn dice hace referencia al alimento, pero fíjate bien, alimentarse lo identifica con, el que cree en mí, el que viene a mí.3º.- En las palabras de la consagración, “cuerpo” no significa cuerpo; “sangre” no significa sangre. No se trata del sacramento de la carne y de la sangre físicas de Cristo. Me explico. En la antropología judía, el ser humano no está compuesto por alma y cuerpo (concepción griega). El hombre es una unidad indivisible, pero podemos descubrir en él cuatro aspectos: Hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu. Hombre-cuerpo, para los judíos del tiempo de Jesús, es el ser humano en cuanto sujeto de relaciones con los demás. El concepto más cercano hoy, sería lo que nosotros llamamos persona. Cuando Jesús dice: “esto es mi cuerpo”, está diciendo: esto soy yo, esto es mi persona, estoy aquí para dejarme comer. En el caso de la sangre: Para los judíos la sangre era la vida. ¡Ojo! No se trata de que fuese símbolo de la vida. No, era la vida misma. Cuando Jesús dice: “esto es mi sangre, que se derrama”, está diciendo que su vida, no su muerte, está entregada a los demás. Todo lo que él es, está al servicio de todos.

4º.- La eucaristía no la celebra el sacerdote, sino la comunidad. El cura puede decir misa. Sólo la comunidad puede hacer presente el don de sí mismo que Jesús significó en la última cena y que es lo que significa el sacramento. Es el sacramento del amor. No puede haber signo de amor en ausencia del otro. Por eso dice Mt: “donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

5º.- La comunión nos es un premio para los buenos “que están en gracia”, sino un remedio para los desgraciados que necesitamos descubrir el amor gratuito de Dios. Solo si me siento pecador estoy necesitado de celebrar el sacramento. Cuando más necesitamos el signo del amor de Dios es cuando nos sentimos separados de Él. Hemos llegado al absurdo de dejar de comulgar cuando más lo necesitábamos.

6º.- Lo significado en el pan y el vino no es Jesús en sí mismo, sino Jesús como don. El don de sí mismo que ha manifestado durante toda su vida y que le ha llevado a su plenitud, identificándole con el Padre. Ese es el verdadero significado que yo tengo que hacer mío. Queda claro que la eucaristía no es un producto más de consumo que me proporciona seguridades a cambio de nada. Podemos oír misa sin que eso nos obligue a nada, pero no se puede celebrar la eucaristía impunemente. No se puede salir de misa lo mismo que se entró, es decir, como si no hubiera pasado nada. Si la celebración no cambia mi vida en nada, es que la he reducido a simple rito folclórico.

7º.-Haced esto, no se refiere a que perpetuemos un acto de culto. Jesús no dio importancia al culto. Jesús quiso decir que repitamos el significado de lo que acaba de hacer. Esto soy yo que me parto y me reparto, que me dejo comer... Haced también vosotros esto. Entregad la propia persona y la propia vida a los demás como he hecho yo.

8ª.- Los signos de la eucaristía no son el pan y el vino sino el pan partido y el vino derramado. Durante siglos, se llamó a la eucaristía “la fracción del pan”. No se trata del pan como cosa, sino del gesto de partir y comer. Al partirse y dejarse comer, Jesús está haciendo presente a Dios, porque Dios don infinito, entrega total a todos y siempre. Esto tenéis que ser vosotros. Si queréis ser cristianos tenéis que partiros, repartiros, dejaros comer, triturar, asimilar, desapare­cer en beneficio de los demás. Una comunión sin este compromi­so es una farsa, un garabato, como todo signo que no signifique nada.

Todavía es más tajante el signo del vino. Cuando Jesús dice: esto es mi sangre, está diciendo esto es mi vida que se está derramando, consumiendo, en beneficio de todos. Eso que los judíos tenían por la cosa más horrorosa, apropiarse de la vida (la sangre) de otro, eso es lo que pretende Jesús. Tenéis que hacer vuestra, mi propia vida. Tenéis que vivir la misma vida que yo vivo. Nuestra vida sólo será cristiana si se derrama, si se consume, en beneficio de los demás. En la Eucaristía estamos confesando que ser cristiano es ser para los demás. Todas las estructu­ras que están basadas en el interés personal o de grupo, no son cristianas. Una celebración de la Eucaristía compatible con nuestros egoísmos, con nuestro desprecio por los demás, con nuestros odios y rivalidades, con nuestros complejos de superioridad, sean personales o grupales, no tiene nada que ver con lo que Jesús quiso expresar en la última cena. Celebrar la eucaristía es comprometerse a ser fermento de unidad, de armonía, de amor, de paz.

La eucaristía es un sacramento. Y los sacramentos ni son milagros ni son magia. El concilio de Trento dice: “Es común a la santísima Eucaristía con los demás Sacramentos, ser símbolo o significación de una cosa sagrada”. Se produce un sacramento cuando el signo (una realidad que entra por los sentidos) está conectado con una realidad trascendente que no podemos ver ni oír ni tocar. Esa realidad significada, es lo que nos debe interesar de verdad. La hacemos presente por medio del signo. No se puede hacer presente de otra manera. Pero las realidades trascendentes, ni se crean ni se destruyen; ni se traen ni se llevan; ni se ponen ni se quitan. Están siempre ahí. Son inmutables y eternas.

La eucaristía concentra todo el mensaje de Jesús. El ser humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios de piedad sino liberarse del "ego" que es precisamente lo contrarío. Sólo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestro yo individual y egoísta que se cree independiente del resto de la creación. Imaginad una habitación llena de globos; si los pinchamos todos descubriremos que lo único que marcaba la diferencia, la fina película de caucho coloreado, no era prácticamen­te nada. Todos eran sustancialmente lo mismo, aire, el mismo aire.

Jose A. Pagola


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