Tema 11
El sanador herido
I. Introducción
Cuando podemos hablar a la cara de nuestra propia soledad, entonces podemos hacer el camino de retorno a comunidad. Cuando somos capaces de reconocer nuestras propias heridas, entonces estamos en condiciones de nombrar y ver las heridas de los demás. Solo cuando hemos sido recibidos y perdonados, solo entonces podemos comportarnos como un anfitrión y como un perdonador. Cuando hemos descubierto un espacio de libertad donde podemos ser nosotros mismos, entonces podemos ofrecer un lugar para encontrarnos con los demás. Pero necesitaremos de una gayata para hacer ese recorrido.
¿Por qué somos personas capaces de curar a otros? Quizás la respuesta no la tengamos tan bien definida ahora mismo, pero podríamos dar algunas herramientas. Curamos porque no somos una isla, porque formamos parte de los demás. Curamos porque no nos gusta ser arrojados a la soledad y al sufrimiento. Curamos porque es queremos que alguien nos sane a nosotros también. Que alguien nos reciba. Que alguien sea hospitalario con nosotros.
II. Dolor, perdón y generosidad.
Mirando el cuadro El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt, defino tres aspectos de la paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad.
Hablar de dolor en nuestro tiempo como una manera de ser compasivo ya se que es una locura porque nadie quiere sentir dolor. Vivimos sitiados por una cultura de la indolencia. Y el dolor nos hace reconocer que nuestro mundo no es justo, incluyéndome a mí. El dolor nos hace llorar; pero llorar sigue siendo un síntoma de debilidad. Y sin embargo no hay misericordia sin lágrimas. Y no importa si salen de los ojos o del corazón.
Cuando me logro ver saltándome las normas, desobedeciendo, ciego por la ira, inundado de codicia, repleto de violencia, inundado por el rencor, lo único que puedo hacer es gritar desde dentro de mí y mojar mis parpados. Pero esto es algo muy poco típico en nuestro mundo. Ahora pocas cosas nos emocionan hasta el punto de hacernos llorar así frente al mal. Pero este tipo de dolor es como una oración. Es parte de la oración.
El segundo camino tiene que ver con el perdón. Perdonar de corazón es muy difícil. Algunos dirían que casi imposible. Y es que muchas veces después de decir: Te perdono, mi corazón sigue enfadado y resentido. Y es que nos gusta volver a oír la historia cuando fuimos ofendidos o maltratados. Y es que queremos que nos digan en la cara que tenemos razón.
Pero del perdón que se habla aquí es el del incondicional. Del perdón que no exige nada a cambio. Del que pasa por encima de todos mis argumentos que me dice que perdonar es de imprudentes. Cuando logro perdonar estoy saltando un muro emocional. Un muro que me impide vivir con integridad.
La tercera vía para llegar a hacer como el padre de nuestra historia es la generosidad. En la historia que hoy acabamos de estudiar, el padre no solo entrega a su hijo pequeño lo que le pide, sino que cuando regresa a casa lo llena de regalos y al hijo mayor, al que nunca se fue de casa, pero que estaba amargado le dice: Todo lo que tengo es tuyo. El padre no se queda con nada para él. Sus hijos son todo para él.
Darse es una disciplina. Y es que nadie se da de manera espontánea. Por eso necesitamos caminar ayudados por un bastón
III. ¿Y tú cómo eres cuando nadie te ve?
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