Mateo 4: 12-25
Las motivaciones que traen a las personas a la iglesia son concretas. Angustias, malestares, miedo ante la enfermedad, el dolor, la muerte, la injusticia. Las personas se acercan por algún tipo de necesidad. Una necesidad que tiene la certeza que va a ser contemplada. Aunque necesariamente no sea resuelta, sabe que va a ser escuchada y, tal vez, orientada ante esta necesidad.
Jesús identificó esta situación en su tiempo. Él comienza a dar testimonio del evangelio de la vigencia del reino de Dios en esa realidad en el exilio a partir del arresto de Juan, el bautista. Jesús tenía un gran respeto por Juan, el bautista. En esta situación personal comienza a dar testimonio de su fe. En ese tiempo, Jesús organiza su mensaje y su equipo misionero. Su propia situación de vulnerabilidad lo asocia con los sectores sociales más vulnerables en aquellas tierras. Juan ya lo había marcado profundamente con su ética radical. La formación religiosa de Jesús se profundiza a partir de su condición de seguidor de un profeta encarcelado y devenido profeta con un mensaje radical para los pueblos de su tiempo: ¡Conviértanse! Mientras los profetas son amenazados y asesinados por plantear la vigencia de la ética social judaica la mayoría vive su vida como si nada pasara. Sin embargo, Jesús va mostrando que algo está pasando. El reino de Dios está en medio de ellos presente. Él se los va a mostrar.
Jesús convoca gente para su proyecto. ¿A quiénes? Trabajadores que viven el día a día. Incluso, gente que aún teniendo apenas para ellos dan de su producto para alimentar a gran cantidad de gente todos los días. Los pescadores solían regalar el pescado que no podían vender en el mercado o las piezas de pescado que los mercaderes no les compraban. El pescado que llevaban a casa para comer en familia no debe haber sido muy distinto. Jesús encontró la tierra fértil entre los pobres. Allí había disposición a escuchar su mensaje de ágape porque ya era una práctica entre ellos. Estaban convencidos que la solidaridad era necesaria para sostenerse como comunidad. Jesús apuesta a esta gente y a esta experiencia cotidiana de cuidarse para sobrevivir.
En este escenario Jesús se vuelve un terapeuta. El evangelio, de hecho plantea que Jesús de niño creció en sabiduría y en la fuerza del Espíritu Santo. Estas eran dos marcas que sus seguidores van a rescatar en él. Sus mensajes eran consistentes y contundentes. Jesús sabía hacerse entender y sabía hacerse escuchar. El anuncio o la proclamación es una estrategia innovadora de enseñanza que despierta a la fe a cientos de personas. No es un exposición teórica que explica el sentido de un texto. Es la puesta en evidencia, sea como relato, sea como experiencia, de la acción de Dios en la vida de los oyentes y actores con los que se interactúa en ese momento. El anuncio del evangelio es una experiencia colectiva trascendente porque trasciende lo verbal, lo individual y lo físico.
La experiencia de ser discípulos de Jesús moviliza profundamente porque involucra la vida cotidiana de las personas, Jesús enseña con las experiencias compartidas entre ellos, la gente se convence de lo que Jesús comparte al tratar a personas con diferentes enfermedades hablándoles, tocándolas y devolviéndoles la alegría y la confianza en Dios. Mientras entre los pobres pasaba todo esto, la religión oficial estaba orientada a los justos y puros que organizaban la vida social de cada pueblo y aldea.
Jesús predica con sus labios y con sus manos, con sabiduría y con afecto, con justicia y rectitud. Jesús con su actitud les devolvía la vida. El ánimo les cambiaba profundamente: ¡Un profeta me dijo que por la fe me voy a sanar! Jesús les devolvía la confianza en la vigencia de un mundo donde estas personas eran dignas de ser cuidadas y respetadas. Ese mundo está negado, oculto, incomprendido, desoído, pero es como querer tapar el sol con las manos.
La marginación a la que son expuestas las personas que no se ajustan a las normas de la sociedad de ese entonces es indignante a los ojos de este hijo de Dios. Él ha visto mucho más fe entre extranjeros y pueblos enemistados con el pueblo de Israel que entre los judíos más practicantes de esa sociedad. Esa gente está entrampada en el poder y la apariencia del deber ser donde todo funciona porque se hace la vista gorda entre nos, y se excluye al que nos manda al frente. El pecado siempre es el de los otros. El mal siempre está en los demás. Los demonios sólo andan por los desiertos.
Nosotros no conseguimos ni imaginarnos lo que es vivir en una sociedad como la de entonces. El malestar social de la amplia mayoría por la enorme presión religiosa, política y económica no podía menos que generar permanentes aflicciones de todo tipo sobre todo a los sectores más pobres.
En nuestros días, tal como en los tiempos de Jesús es posible encontrar discípulos entre los sectores populares. También como en aquellos tiempos es posible encontrar entre las familias adineradas mujeres como la esposa de Herodes, solícitas con la causa de Jesús.
Las demandas siguen siendo en torno al cuerpo, en torno a necesidades físicas, pero desde un abordaje espiritual en el que sea posible ver un cambio en la vida gracias a que la obra de Dios se ha hecho visible en una nueva manera de vivir y enfrentar la vida. La demanda sigue siendo un evangelio vivo que comprometa y movilice la vida de los actores con los que se comparte la certeza del reinado de Dios entre nosotros. La demanda sigue siendo hablar y salir al encuentro de la otra persona, escuchar y acompañar, entender y contener, aclarar y abrazar, para afianzar la fe en la realidad que Dios rige la vida que vivimos. Este es el cometido de Jesús. Este es el nuestro. Amén
Jorge Weishein
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