Mateo 22: 1-10
Jesús nuevamente enseña con el lenguaje del pueblo y
para el pueblo. Esta parábola para hoy tiene su paralelo en el Evangelio de
Lucas 14:15-24. La parábola nos habla de un rey que prepara la fiesta de bodas
para su hijo. No nos da detalles del hijo: no aparece su nombre; tampoco
aparece el nombre de la novia; pero sí da la información de que había
invitados. La otra información importante que aparece es que los invitados, a
la hora de la fiesta, no estaban presentes: cada uno de ellos tenía una propia
razón para justificar su ausencia. Pero la mesa ya estaba servida. La mesa
estaba pronta esperando que los invitados, junto al novio, pudieran disfrutar
de un tiempo de camaradería.
¿Y ahora qué? ¿Qué hacer? Tanta expectativa, tanta
preparación, tanta comida (seguramente en un tiempo en el que la comida faltaba
para muchos y era muy abundante para unos pocos)... Pero los que habían sido
invitados a la fiesta, ellos/as, probablemente en sus casas la tenían en
abundancia. El rey manda a sus servidores en dos momentos diferentes a buscar a
los invitados. Pero la reacción de ellos fue diversa, mas ninguno
aceptó...hasta inclusive ese envío generó enojo y venganza de algunos
invitados, matando a los servidores del rey. Todo lo que debía ser alegría y
celebración se transforma en tensión, ira, muerte y destrucción. El rey
insiste, con todo, que esa fiesta no se debe suspender. Ello hace que la fiesta
se transforme en un banquete de inclusión de los que, socialmente hasta ese
momento, habían sido rechazados.
¿Dónde ha puesto el rey el valor central? Lo ha puesto
en el banquete de bodas que ha preparado en honor a su hijo. Por lo tanto, la
invitación que había sido extendida no debería haber sido rechazada por nadie.
Sin embargo, el rechazo de los primeros invitados generó una oportunidad de
vida para participar de la fiesta de Dios. El rey simboliza a Dios y el
banquete, la vida nueva que trae su Reino para la humanidad.
¿Dónde nos colocamos nosotros cuando somos
invitados/as a la fiesta de Dios? ¿Debemos resolver primeramente nuestros
propios negocios y necesidades, u ocuparnos de maltratar a otros/as? ¿O debemos
dejarnos sorprender por Dios cuando nos llama e invita a ser parte de su Reino?
El anuncio de Dios entonces es la recuperación de una
vida digna para aquellos/as que no tienen oportunidades de alimentarse
adecuadamente. El Reino de Dios, desde esta mirada, invierte los valores que
como sociedad nos creamos, porque promueve la acción para cambiar, transformarnos
y convertirnos. Por lo tanto, palabra y acción van juntas. Una curación, una
comida compartida, un encuentro particular, pueden ser la ocasión para
experimentar un cambio de perspectiva y de conversión personal. Cambiar a la
luz del Reino de Dios significa encontrar un nuevo sentido para la vida y, por
lo tanto, para el testimonio que podemos dar. Ello nos ayuda a redescubrir a
nuestros prójimos, derribando prejuicios y preconceptos estereotipados que
están arraigados en nuestras mentes y corazones. A partir de este relato
estamos invitados/as a ampliar enfáticamente nuestro círculo de contactos y
relacionamientos para con las personas que son diferentes de uno/a, y que son
nuestros prójimos. Porque "prójimo" implica una relación de compromiso
y reciprocidad, desde el momento en que Dios está en el medio y produce el
encuentro. Si logramos esto es que estamos tomando la invitación que nos hace
Dios de ser parte del Reino en serio.
La gracia de Dios es un regalo para todos y todas: no
hay excepción de personas aunque ‘las vestimentas para la fiesta' no sean las
adecuadas. En el v. 10 tenemos el primer final de la parábola, el cual
corresponde al tiempo de la gracia abierta para el encuentro festivo de
todos/as los que se quieran sumar, "malos y buenos". La nueva
invitación del rey, por lo tanto, es la superación de aquel primer exclusivismo
o "gueto" de los invitados originales, a fin de ampliar la
convocatoria a toda persona que, en principio, no reunía los requisitos ni
estaba preparada para la fiesta, o no tenía el perfil adecuado
esperable de un invitado digno del rey.
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