El acuerdo entre la Conferencia Episcopal Española de la Iglesia Católica y la Iglesia Española Reformada Episcopal sobre el reconocimiento mutuo del bautismo ha puesto este punto controvertido de la doctrina cristiana otra vez sobre la mesa. He de reconocer que no es un tema que me interese, como tampoco interesaba al apóstol Pablo (1 Co 1,14-17). La agenda de un cristiano, enviado a predicar y no a bautizar, es demasiado amplia para dedicar mucho tiempo y espacio a cuestiones rituales, y el bautismo es una de ellas. Es cierto que forma parte del corpus de la doctrina cristiana y, como tal, ha de ser tenido en cuenta, pero tiene poco que ver con la fe y el compromiso del creyente con Cristo.
El protestantismo histórico, siguiendo con ello a los reformadores, ha definido el bautismo como uno de los dos sacramentos que instituyó Cristo y, porque él lo hizo, lo seguimos practicando nosotros. La definición clásica de un sacramento en la doctrina protestante tradicional es: “signo visible de una gracia invisible”. El bautismo es, pues, un signo de la gracia de Dios que nos asegura del perdón de los pecados (Hch 2,38) y da testimonio de nuestra pertenencia al pueblo de Dios al ser integrados en el pacto de gracia que Dios ha establecido con su pueblo. Si en el Antiguo Testamento este signo o señal era la circuncisión (Ro 4,11), en el Nuevo Testamento es el bautismo (Col 2,11).
Como signo es irrepetible. El hecho de que se imparta mediante el rociamiento o el sumergimiento en agua hace que sea posible repetirlo tantas veces como se quiera, y en efecto hay personas que lo han recibido varias veces; pero si fuera –como en el caso de la circuncisión- una mutilación del cuerpo, evidentemente, sería imposible repetirlo.
Es por esto que, en el caso del bautismo, lo que no ocurre con la circuncisión, se presente el “problema” de su validez. Así lo hace el documento que comentamos y así consta en muchas declaraciones doctrinales de las iglesias cristianas. ¿Se puede hablar con propiedad de la validez del bautismo cristiano? ¿Han de cumplirse determinadas normas que lo hagan válido? Si el sacramento obrara “ex opere operato”, como lo interpreta normalmente la Iglesia Católica, entonces su recta administración, tanto por parte del oficiante como del candidato, sería de la máxima importancia. Pero si se trata de un signo actual y visible de una gracia invisible que siempre lo precede, el bautismo no es esencial ni tiene importancia salvífica. Se da en el mundo de las formas y es signo de pertenencia al pueblo de Dios.
El bautismo nos da entrada en la Iglesia, como pueblo de Dios, y nos identifica como cristianos. Lo recibimos como consecuencia de nuestra conversión, es decir, cuando por la fe aceptamos a Cristo como Señor y Salvador. Entramos a formar parte de la familia de Dios, que es una familia real en la que participamos –siempre que es posible- con nuestro pequeño grupo familiar. Por esto seguimos la práctica de los reformadores, que creemos era la de la iglesia primitiva, de bautizar a nuestros hijos, en la oración y la esperanza de que sean dignos del sobrenombre de cristiano que les imponemos. La iglesia no está formada solamente de adultos. Ha de ser una verdadera comunidad en la que todos los miembros de la familia tengan su lugar. Es una pena que la administración del bautismo de forma indiscriminada, fuera del ámbito eclesial, haya desvirtuado esta hermosa visión de pueblo de Dios. Pero las iglesias que también bautizamos niños nos resistimos a abandonar esta práctica que subraya la obra de Dios y el pacto de gracia que El ha hecho con su pueblo, porque “para vosotros es la promesa y para vuestros hijos” (Hch 2,39). Los hijos de los creyentes, incluso en el caso de que sólo uno lo sea, según el apóstol Pablo, “no son inmundos, sino que son santos”, es decir, miembros del pueblo de Dios. Es muy de respetar la práctica bautista, que tiene una larga tradición en el desarrollo de la doctrina cristiana. Tiene la ventaja de enfatizar el aspecto personal del seguimiento de Cristo y subraya la importancia de la conversión, pero no siempre expresa de forma clara el pacto de gracia de Dios con su pueblo ni la acción de Dios que precede toda decisión humana. Su punto más débil, en mi opinión, sin ninguna pretensión de pontificar, es distinguir entre un bautismo válido y otro que no lo es, pero esto no lo hacen solamente ellos, es muy habitual en la teoría de las iglesias cristianas.
Creo que el reconocimiento mutuo del bautismo entre anglicanos y católicos en España es importante, aunque no estemos del todo de acuerdo con el contenido teológico del documento que han publicado. Es un paso más en el acercamiento que todas las iglesias cristianas somos llamadas a realizar. La actitud anticatólica y de crítica acerba hacia Consejo Mundial de Iglesias que se da entre cristianos evangelicales no es de recibo. Fue comprensible en una época de obscurantismo teológico y de actitudes radicales, pero debería desaparecer de nuestro entorno cristiano, donde debemos respetarnos unos a otros y admitir que ninguno de nosotros tiene todas las respuestas y que la diversidad es, no sólo aceptable, sino también provechosa. El modelo de unidad cristiana que prevalece en la actualidad no tiende a crear una gran iglesia cristiana mediante la fusión o la integración de todos en una sola institución, sino que pretende llegar a una comunión entre todos, lo que se llama “una diversidad reconciliada”. Somos lo que somos y todos pretendemos ser fieles al testimonio bíblico. Aceptémonos en nuestra diversidad y atrevámonos a sentarnos juntos a la mesa que el Señor ha preparado y a la que nos invita. En esto consiste una actitud auténticamente ecuménica.
Enric Capó
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