Juan 10:11-18
Los cristianos están llamados a ver el puente que une las dos
orillas antes que se construya.
En la cultura oriental y
hasta en la occidental, desde la antigüedad, el pastor ha sido considerado una
figura de humildad y sencillez, pero también de protección y guía. De ahí que
por un lado se llame pastoril al género de poesías de temas sencillos y
populares como la naturaleza y el amor, y por otro, que en el cristianismo se
le llame pastores a sus líderes.
El relato que hemos leído en este día contiene una alegoría sobre
pastor ideal, constituyendo una síntesis sobre lo que ha de ser la salvación. Pero
no es una alegoría cualquiera, sino que se nos hace una pintura descriptiva de Jesús como pastor. Para el
autor de este evangelio la identidad de Jesús es importante. Juan considera que
conocer nuestra identidad hace posible nuestra acción. Y si Jesús es el pastor
entonces sus seguidores han de ser como ovejas. Este tema de la identidad abre
una serie de relaciones entre Jesús y los suyos haciendo ver que el
conocimiento mutuo no es un conocimiento de tipo psicológico, ni un
conocimiento entre maestro y discípulo, sino que es un conocimiento que tiene
su génesis en el amor, y que encuentra su paralelismo en las relaciones del
Padre, Dios, con Jesús. Juan podría estar compartiendo la idea de que toda
relación entre los que son creyentes debe tener como base primaria el amor
real. No fingido.
En esta parte del valle del Ebro, donde vivimos, traducimos hoy la
palabra amor como respeto, comprensión, justicia,
igualdad, cariño y hasta, si no somos
escuetos, como compasión. Quizás, en el grupo de los que están siguiendo a Jesús
en su ministerio público por pueblos y caminos la autoridad que muestra Jesús
tiene como origen este tipo de amor. Jesús
es el pastor porque tiene claro que su mayor interés es el de servir como sea. A
cualquier precio. Contra todo pronóstico. Bajo toda circunstancia.
Jesús hace un acto radical de generosidad o compasión con el
hombre y la mujer al que considera hermanos de verdad. El que es el dueño de la
vida está dejando indicaciones, aunque algunos no las ven, de que está
dispuesto a ofrecer su vida en favor de los que quiere. No se trata de una
actuación solidaria políticamente correcta. No hay aquí ningún rasgo de altiva
beneficencia. Sino la sencillez del que ofrece lo que más quiere por el amor
que tiene a otros. Esto sigue siendo perturbador y contracultural. Así de primordial
es este pastor. Así de tremenda es su muerte. Así de salvadora es su dimensión.
Detrás de la imagen de este atípico pastor está el tema profético
de lo universal del rebaño y de la unidad del rebaño. Juan pretende traer al
presente a Isaías que había intuido que el mensaje de la Palabra de Dios y el
propio el don de Dios no podría quedar reducido a las estrecheces étnica de un
pueblo. Jesús muestra con claridad, a veces sí y a veces no, que su ofrecimiento
al hombre y a la mujer es para todos. ¿También para los que están fuera del
rebaño? También.
Jesús es una especie de pastor que enseña a las ovejas a ver en la
niebla. A ver lo que aún no existe. A ver lo que está por venir. Un pastor sui generis comienza a propagar la idea
de que es posible un nuevo rebaño, un nuevo pueblo, una nueva humanidad. Y
cuando las ideas son contagiosas nadie sabe hasta donde llegaran. Puede que
hayan llegado hasta nosotros y por eso nos esforzamos en vivirla. Somos
seguidores de Jesús cuando somos atípicos. Contraculturales. Los cristianos son
los que creen que la iglesia ha de ser cada
mañana lo menos parecido a un coto cerrado. Un espacio de igualdad para todos y
donde todos son iguales. Pero esto es un ideal aquí y ahora. Un ideal que hay
que construir.
Si, los cristianos son los que ven el puente que une las dos
orillas antes que se construya. Son los que ven en medio de la niebla.
Augusto G. Milián
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