jueves, 26 de abril de 2012

Ver en medio de la niebla.


Juan 10:11-18

Los cristianos están llamados a ver el puente que une las dos orillas antes que se construya.

En la cultura oriental y hasta en la occidental, desde la antigüedad, el pastor ha sido considerado una figura de humildad y sencillez, pero también de protección y guía. De ahí que por un lado se llame pastoril al género de poesías de temas sencillos y populares como la naturaleza y el amor, y por otro, que en el cristianismo se le llame pastores a sus líderes.
El relato que hemos leído en este día contiene una alegoría sobre pastor ideal, constituyendo una síntesis sobre lo que ha de ser la salvación. Pero no es una alegoría cualquiera, sino que se nos hace una pintura  descriptiva de Jesús como pastor. Para el autor de este evangelio la identidad de Jesús es importante. Juan considera que conocer nuestra identidad hace posible nuestra acción. Y si Jesús es el pastor entonces sus seguidores han de ser como ovejas. Este tema de la identidad abre una serie de relaciones entre Jesús y los suyos haciendo ver que el conocimiento mutuo no es un conocimiento de tipo psicológico, ni un conocimiento entre maestro y discípulo, sino que es un conocimiento que tiene su génesis en el amor, y que encuentra su paralelismo en las relaciones del Padre, Dios, con Jesús. Juan podría estar compartiendo la idea de que toda relación entre los que son creyentes debe tener como base primaria el amor real. No fingido.
En esta parte del valle del Ebro, donde vivimos, traducimos hoy la palabra  amor como respeto, comprensión, justicia, igualdad, cariño y hasta, si no somos escuetos, como compasión. Quizás, en el grupo de los que están siguiendo a Jesús en su ministerio público por pueblos y caminos la autoridad que muestra Jesús tiene como origen este tipo de amor. Jesús es el pastor porque tiene claro que su mayor interés es el de servir como sea. A cualquier precio. Contra todo pronóstico. Bajo toda circunstancia.
Jesús hace un acto radical de generosidad o compasión con el hombre y la mujer al que considera hermanos de verdad. El que es el dueño de la vida está dejando indicaciones, aunque algunos no las ven, de que está dispuesto a ofrecer su vida en favor de los que quiere. No se trata de una actuación solidaria políticamente correcta. No hay aquí ningún rasgo de altiva beneficencia. Sino la sencillez del que ofrece lo que más quiere por el amor que tiene a otros. Esto sigue siendo perturbador y contracultural. Así de primordial es este pastor. Así de tremenda es su muerte. Así de salvadora es su dimensión.
Detrás de la imagen de este atípico pastor está el tema profético de lo universal del rebaño y de la unidad del rebaño. Juan pretende traer al presente a Isaías que había intuido que el mensaje de la Palabra de Dios y el propio el don de Dios no podría quedar reducido a las estrecheces étnica de un pueblo. Jesús muestra con claridad, a veces sí y a veces no, que su ofrecimiento al hombre y a la mujer es para todos. ¿También para los que están fuera del rebaño? También.
Jesús es una especie de pastor que enseña a las ovejas a ver en la niebla. A ver lo que aún no existe. A ver lo que está por venir. Un pastor sui generis comienza a propagar la idea de que es posible un nuevo rebaño, un nuevo pueblo, una nueva humanidad. Y cuando las ideas son contagiosas nadie sabe hasta donde llegaran. Puede que hayan llegado hasta nosotros y por eso nos esforzamos en vivirla. Somos seguidores de Jesús cuando somos atípicos. Contraculturales. Los cristianos son los que  creen que la iglesia ha de ser cada mañana lo menos parecido a un coto cerrado. Un espacio de igualdad para todos y donde todos son iguales. Pero esto es un ideal aquí y ahora. Un ideal que hay que construir.
Si, los cristianos son los que ven el puente que une las dos orillas antes que se construya. Son los que ven en medio de la niebla.

Augusto G. Milián



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