Para defender la práctica de la confesión hecha a los sacerdotes, algunos de ellos mencionan el pasaje de Juan que dice: "Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes." Dicho esto, sopló sobre ellos: "Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados" (Juan 20:21-23). Lo primero que debemos notar es que estas palabras no fueron dichas sólo a los apóstoles ni a ninguna clase especial de personas, sino a todos los seguidores de Cristo que estaban reunidos en ese momento. Por tanto, remitir los pecados no es privilegio del clero, sino que se extiende a todos los creyentes.
Además, debemos preguntar, ¿cómo interpretaron las palabras de Jesucristo aquellos que estaban presentes y las escucharon? ¿Qué hicieron para obedecerlas? Evidentemente ellos comprendieron que los pecados son perdonados cuando la persona confía en Jesucristo como Salvador, porque salieron y predicaron las buenas nuevas de que por la fe en Cristo Jesús tenemos perdón de pecados (Hechos 2:37-38; 10:43). Ellos no salieron para escuchar confesiones, ni dijeron a nadie que estaban remitiendo pecados. El libro de los Hechos es la historia de lo que hicieron los primeros cristianos, y de cómo Dios obró por medio de ellos para esparcir el evangelio en aquel tiempo. Si usted todavía tiene dudas, un cuidadoso estudio de este libro lo convencerá.
El episodio en Juan 20, del cual examinamos los versículos 21-23, también se encuentra en Lucas 24:36-48, con la adición de un detalle muy importante: Les dijo: "Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonadas de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto" (Juan 20:46-48). Cristo estaba hablando de predicar el arrepentimiento y el perdón de pecados, no de confesar nuestros pecados a un hombre. Al preguntar, "¿qué hicieron los que lo escucharon?", y al estudiar la respuesta en la Biblia, fácilmente vemos qué quiso decir nuestro Señor: Cristo quería que testificaran de El y proclamaran su salvación; ellos lo comprendieron y obedecieron. Los confesionarios aparecieron cientos de años más tarde.
Tal vez usted pregunte: "¿Necesitamos confesar nuestros pecados o no?" ¡Sí! Cada cristiano debe confesar sus pecados, pero no debemos hacer nuestra confesión al hombre, porque sólo Dios tiene el poder para perdonar. El apóstol Juan escribió: Si confesamos nuestros pecados, El, por ser fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados, y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1:9). Esta exhortación bíblica para que confesemos nuestros pecados a Dios es muy clara. Asimismo, si lee los versículos anteriores, verá que las palabras "El, por ser fiel y justo", se refieren claramente a Dios.
Debemos confesar nuestros pecados a Dios, confiando que El nos perdonará por la sangre que Jesucristo derramó por nuestros pecados. Al confiar en Dios veremos que, como dice su palabra: El, por ser fiel y justo, nos perdonará nuestros pecados, y nos limpiará de toda maldad.
Si hemos pecado contra alguien, la Biblia nos enseña que también debemos pedir perdón a esa persona. Por tanto, si pecara contra un sacerdote, tendría que confesarle ese pecado a él y también a Dios. También hay ocasiones cuando necesitamos hablar con alguien respecto a lo que hicimos. Sin embargo, la idea de confesar a un sacerdote en lugar de confesar a Dios, no se encuentra en las Escrituras.
Ore directamente a su Padre que está en los cielos, confiésele todos los pecados que recuerda haber cometido, y confíe que Cristo pagó por cada uno de ellos. Y, en el futuro, si cayera en algún pecado, también deberá confesar de inmediato ese pecado a Dios.
Thomas F. Hainze
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