Mateo 27: 3-5
El suicidio es el acto de quitarse la propia vida. Muchas religiones lo consideran un pecado y en algunas jurisdicciones se considera un delito. Por otra parte algunas culturas lo ven como una manera honorable de escapar de algunas situaciones humillantes.
Generalmente las actitudes suicidas ocurren como respuestas a situaciones personales abrumadoras tales como el envejecimiento, la muerte de un ser querido, un trauma emocional, sentimientos de culpa, enfermedades graves, aislamiento social y problemas financieros entre otros.
Durante los primeros años de la historia de Israel el suicidio era extremadamente raro. La vida era considerada demasiada preciosa como para terminarla por la propia voluntad. Sólo se mencionan seis casos de suicidio en el Antiguo Testamento. Y es que el pueblo judío comprendió que la vida era un regalo de Dios al hombre y por tanto sólo Dios tenía la potestad de quitarla.
Esta forma de pensar encontró eco en la manera de pronunciarse el cristianismo sobre el suicidio y declaró sin que le temblara la voz que Dios aborrecía y rechazaba a los suicidas. En el Nuevo Testamento existe un sólo caso de suicidio. Judas Iscariote no sólo se hace famoso por haber traicionado a Jesús, sino por llevar a cabo el suicidio.
La persona que aboga por el suicidio piensa que Dios es injusto por enfrentarlo a situaciones límites. Y que la muerte es la solución a tanto sufrimiento.
Una pregunta que nos llega a la mente en relación con el suicidio está vinculada en cuanto al destino del alma del suicida. Y cómo nuestro mundo es blanco y negro los destinos solo son dos: ¿Van al cielo o al infierno? Pero esta no es la pregunta que realmente nos aterra, en realidad el asunto se reduce a sí un creyente puede o no perder la salvación tras suicidarse.
Si miras la Biblia, verás que hay información en cuanto a que un creyente no puede perder su salvación puesto que todos sus pecados han sido ya juzgados en Cristo. Tampoco esto es un estímulo para que los cristianos opten por el suicidio como solución definitiva. Las Escrituras no lo aconsejan al menos. Pero tampoco el acto del suicidio condena a alguien al castigo eterno. Tanto la salvación como la vida eterna son regalos de Dios a todos aquellos que se reconocen pecadores y han confiado de manera personal en que la muerte de Jesús fue la paga justa por sus pecados. La salvación para toda persona descansa sobre la obra completa y perfecta de Jesús en la cruz.
Para los cristianos no hay ningún acto o pecado individual que pueda anular la salvación, cambiar el destino eterno o separar el creyente de Dios.
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