Taller de Antiguo Testamento y
el arte de la resiliencia
Miércoles 4 Mayo 2011
I. Introducción
No, no podemos cambiar aquellas cosas que no aceptamos. Por lo tanto parte de nuestro progreso en la vida estará marcado por las veces en que nos mostramos como personas con aceptación. Y una persona con aceptación es aquella que muestra paciencia, es aquella que entiende que la vida está llena de etapas, es aquella que sabe que todo a nuestro alrededor cambia, es aquella que ve las asperezas de los demás y no intenta cambiarlas, es aquella que sabe que sus asuntos son los asuntos de Dios y viceversa, es aquella que desarrolla la pasividad para ver como se desarrolla su mundo interior sin nerviosismos, es aquella que en nuestra existencia muchas cosas van unidas: la oscuridad y la luz, la vida y la muerte, la fiesta y el funeral, el canto y las lágrimas.
II. Miriam
María o Miriam, hermana de Moisés. Profetisa y cantora de Israel, hermanastra de Moisés y hermana de Aarón, nacida en Egipto. Hija de Amram y Yokebed, ambos de la tribu de Leví. Según el relato bíblico fue ella quien, a pesar de su edad avanzada, inició las danzas y los cantos para dar gracias a Dios por el milagroso paso del Mar Rojo que permitió al pueblo de Israel escapar de Egipto.
María era bastante más mayor que Aarón y que Moisés, tal y como se desprende del hecho de que su madre Yokebed, le encargarse cuidar de su hermanastro Moisés. La primera aparición de María en el relato bíblico quizá aparezca en Éxodo 2:3,4, cuando se narra como Yokebed deja a Moisés en el Nilo para salvarle de las iras del faraón. Pese a que fue Miriam quien salvó la vida de Moisés, parece ser que estuvo más unida a su hermano Aarón, probablemente debido a que ambos se criaron juntos mientras Moisés permanecía en el exilio forzoso de Madián. La figura de María no vuelve a aparecer hasta que el pueblo de Israel se encuentra en su largo peregrinaje por el desierto.
Ya en el desierto, María, junto con su hermano Aarón criticaron a Moisés por la forma en que éste había dirigido al pueblo en la travesía por el desierto y por el hecho de haber contraído matrimonio con una etíope. Parece ser, así lo han interpretado los estudiosos bíblicos, que fue María la que instó a su hermano Aarón para enfrentarse con Moisés y que fue ella la que tomó la palabra y la que llevó el peso de dicho enfrentamiento.
El enfrentamiento entre los hermanos se saldó con la expulsión temporal del campamento y, según la Biblia, con el castigo divino de la lepra para María por la deslealtad hacia su hermano. Al cabo de siete días, y al parecer por intercesión del Moisés, María fue perdonada y regresó al campamento, no obstante, el don de la profecía la había abandonado definitivamente. Desde este momento María desapareció por completo del relato bíblico y tan sólo se la vuelve a citar para decir que falleció en Cadés, en el desierto de Sin, poco antes de que los israelitas lograsen alcanzar la Tierra Prometida. Aparece citada en los pasajes bíblicos del Éxodo 15:20,21 y de Números 12,20
III. La aceptación como camino
En los últimos años la aceptación se ha convertido en uno de los grandes remedios terapéuticos. Desde distintos frentes recibimos mensajes sobre los beneficios que podemos obtener de la aceptación y cómo cultivarla: mímate, quiérete sin condiciones, sé benevolente contigo mismo. Querernos y valorarnos es necesario para no estar en conflicto permanente, pero la resignación no nos ayudará a solucionar nuestros problemas. Si queremos conseguir unos resultados distintos a los que obtenemos en la actualidad tenemos que estar dispuestos a cambiar hábitos, creencias y comportamientos ineficaces. El cambio, bien gestionado, puede convertirse en un gran aliado.
¿Cuántas veces hemos oído la frase “acéptate tal y como eres”? Desde distintos frentes recibimos mensajes sobre los beneficios que podemos obtener de la aceptación y cómo cultivarla. Todos estos eslóganes me parecen peligrosos por lo que tienen de reaccionarios.
Están en sintonía con los sofismas descontextualizados de ciertas religiones orientales y corrientes estoicas que proclaman la solución de los problemas mediante su disolución.
La aceptación acostumbra a ir acompañada de otros métodos terapéuticos como la autoafirmación o el pensamiento positivo; un arma de doble filo, que puede causar auténticos estragos al hacernos minimizar los problemas reales a los que tenemos que hacer frente.
La solución a nuestros problemas no pasa por autoengañarse, resignarse, o comportarse imitando la estrategia del avestruz: enterrando la cabeza bajo tierra. Está muy bien reconocer todo lo bueno que hay en nosotros, pero si queremos cambiar hábitos, creencias y comportamiento ineficaces, tenemos que empezar a reconocer nuestros puntos débiles y áreas de mejora.
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