miércoles, 11 de mayo de 2011

El nacimiento.

Tema 1 Curso La fe y la duda.
Miércoles 11 Mayo 2011

I. Introducción.

Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después le dijeron los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Tomás les contestó:
–Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo creeré. Jn.20: 24-25

Se suele decir que es el apóstol que mejor refleja nuestro talante moderno de hombres y mujeres incrédulos es Tomás. En lo personal Tomás no me parece un modelo muy cercano, pero constantemente lo veo reproducir entre mis amigos y conocidos. Y por extraño que parezca a Tomás le tengo cierta simpatía y es que me reconozco a menudo en sus dudas, pero no pertenece al grupo de aquellos que son dichosos porque creen "sin haber visto".

Al fin y al cabo, siempre creemos en algo sin haberlo visto. Ya sé que esta es una herejía cultural en un tiempo en el que parece que sólo se puede aceptar lo que cabe en nuestro diminuto ordenador cerebral. Pero no siempre ha sido así y no siempre será. Cuanto más maduremos en nuestro conocimiento de la realidad más humildes seremos. Y más cerca estaremos de aquellos que han creído y creen sin haber visto, pero sintiéndose amados.

II. Entre la creencia y la duda.

Creer es la palabra, el concepto que asociamos con aquello que imaginamos que existe pero que no podemos probar, ¿cuantas veces usamos ésta palabra todos los días? Creemos en cuestiones de orden divino pero también lo hacemos respecto de aquellas cosas de las cuales estamos "casi" seguros y que abarcan todo tipo de cosas y situaciones cotidianas. Separar las creencias según su trascendencia o grado de probabilidad es algo que hacemos casi automáticamente. Entendemos que aquellas creencias relacionadas con la fe tienen un valor, una importancia distinta respecto de aquellas que representan una opinión de la cual no estamos tan seguros, también son diferentes de las que nos motivan a hacer algo; creo que puedo hacerlo, etc. La pregunta entonces es: ¿qué tan distintas son las diferentes creencias? Al analizar las creencias se las suele diferenciar por sus contenidos, por su importancia, por las consecuencias sociales, políticas y religiosas que de ellas se puedan derivar, sin embargo estos son todos actos posteriores a la existencia misma de la creencia. Para poder creer cualquier cosa tiene que existir antes una razón, una facultad que nos permita hacerlo, esto es lo que hay que encontrar. Algunas personas comienzan a creer en Dios tras el nacimiento de su primer hijo. Y es que para ellos, el nacimiento es un milagro.

¿Dudas? La duda no es vacilación ni falta de confianza. En su centro, la duda es miedo. Miedo de lo arcaico, de lo primitivo, de lo incontrolable, miedo de la vida y miedo del destino, miedo del abismo que quien duda se crea, por no poseer las herramientas para vencer los obstáculos que les impiden seguir adelante, o calificarlos para ser dueños de una historia congruente, que defina y organice sus vidas adaptándolas de una manera racional y feliz. La fe es una fuente incomparable de fortaleza y valor para confrontar las incertidumbres de la vida. La fe es un proceso ético/moral que nos habilita para comunicarnos con el Dios mismo (si es que somos creyentes) que nos gobierna y nos rige. La fe es mina de conocimientos ciertos, de verdades trascendentales y de direcciones seguras, cuando el panorama de la vida se oscurece con las nubes del dolor o con las sombras de la incertidumbre. Quien duda, se pregunta: ¿Por qué a mí? En lugar de ¿Por qué no? En la semántica entre esas dos interrogaciones existen diferencias básicas que gobiernan nuestra capacidad de sobreponernos al destino con todos sus caprichos arbitrarios. El que duda se pierde y no encuentra salida de su marisma de arenas movedizas --- donde se atasca y sucumbe.

III. Cuando la duda es una opción.

A veces la gente que conozco no quiere creer. Y no por que le haya pasado nada triste ni horrible. No, simplemente han optado por no creer. Y no se trata de que la cuestión en dudar o creer en Dios sea una cosa sencilla. Tampoco lo es la problemática si los creyentes o los que no creen son mejores o peores. Una de las paradojas entre la fe y la duda es que en última instancia se trata de un reto intelectual y sin embargo personas sencillas y sin mayor educación pueden vivir con gran sabiduría y otros que ostentan grados universitarios pueden escoger la necedad.
Pero no siempre la duda es por elección. A veces es la punta del iceberg. Dudamos, porque tememos poner a prueba nuestras capacidades de confrontar cara a cara nuestras propias adversidades sin temor al rechazo, porque no podemos tolerar lo que nos significaría la pérdida de prestigio adquirido tras las mentiras de las apariencias. Dudamos porque no nos consideramos dignos de lo que tenemos ni tampoco dignos de tener más. Dudamos porque poseemos una inclinación innata hacia la autodecepción y la mentira, donde decimos lo que no sentimos nada y hacemos lo que no queremos hacer. Dudamos porque somos esencialmente débiles.
Creemos y dudamos. Ambas acciones comparten la misma inevitabilidad, pero no son similares. No pueden hacerle el mismo reclamo a nuestra lealtad. No tienen el mismo poder.
Si existe un lugar más allá de un callejón sin salida, la duda no puede llevarnos allá.


Próximo tema: ¿Por qué nos molestan las diferencias?

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