jueves, 5 de mayo de 2011

¿Cómo encontrar a Cristo hoy?

Lc 24,13-35

Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana” (ya hemos dicho muchas veces que la experiencia pascual no es cuestión de un Día). Esta vez es Lc el que resalta la importancia que ya tenía para las primeras comunidades la reunión de cada domingo. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia.

La entrañable narración de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros cristianos tuvieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día a los seguidores de Jesús. La importancia del relato estriba en que en ellos estamos representados todas.

En primer lugar vemos que es Jesús quien toma la iniciativa, como siempre. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén. Sólo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla de un ser querido, que había acabado tan desastrosamente. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. No iban en busca de Jesús; es él el que les sale al encuentro. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la decepción y amargura que acumulaban en su interior. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de la evidencia de su catastrófica muerte.

En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles y pudo ser avivado sin saber muy bien como. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de ese mismo Jesús, a quien trataba de destruir. En un momento determinado, pudo más el sentimiento interno que la fanática racionalidad. Cuando llegó ese instante, cayó del burro.

La manera de reconocerlo (después de haber caminado y discutido durante tres kms.) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal, que algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos están advirtiendo contra la manera física de interpretar los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.

“Nosotros esperábamos”... Esperaban que desde fuera, se cumplieran sus expectativas materialistas. No podían sospechar que aquello que debían esperar, se había cumplido ya con creces. Fijaros bien, como refleja esa frase nuestras propias decepciones. Esperábamos que la Iglesia... Esperábamos que el Obispo... esperábamos que el concilio... Esperábamos que el Papa... Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos, no hay que esperarlo. “Buscad el Reino de Dios, todo lo demás es añadidura”. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Si lo que esperamos no coincide con lo que Jesús da, la desilusión estará asegurada.

No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y ahora están capacitados para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que ya tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. No es Jesús el que tiene que hacer algún milagro para manifestarse de manera espectacular y evidente. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos.

En el relato que acabamos de leer, como en todos los que hacen referencia a apariciones, descubrimos la experiencia de la primera comunidad. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar. ¿Dónde se hace presente el Señor, entonces y ahora?

1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio también nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Después de su muerte, habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es también una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús vivo no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás que caminan junto a nosotros. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será falsa. La dificultad que se nos presenta a la hora de llevar a la práctica este punto, estriba en la concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera y deja al mundo abandonado a su suerte, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.

2) En la Escritura. En la experiencia de Jesús resucitado nos encontramos con la verdadera interpretación del AT. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tendremos en las Escrituras un eficaz instrumento de aproximación. El gran peligro está en buscar esa presencia en la literalidad de lo escrito. El mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios de un ser humano. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe, es el fundamenta cada ser. No hay un Dios fuera de la creación, sino que cada criatura es la manifestación del único Dios. La experiencia interior es la única palabra que Dios puede pronunciar. Esa experiencia, expresada en conceptos, es ya palabra humana. Volverá a ser palabra de Dios, cuando surja la vivencia en quien escucha o lee.

3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Jesús había dicho: “Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración por la comunidad. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura. Jesús se hace presente al partir el pan, no al oír misa. Celebrar la eucaristía es repetir el gesto y las palabras de Jesús y descubrir lo que quieren decirnos. Jesús no se hace presente materialmente, sino vivencialmete en el interior de cada uno.

4) En la comunidad reunida. En el narrar y compartir las experiencias de cada uno. Ahí está presente Jesús después de su muerte. Cristo resucitado sólo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al compartir con los demás esa experiencia, él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sea de dos) es imprescindible para provocar la vivencia. La experiencia de uno compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano sólo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús que creían ver, no era el auténtico. “Os conviene que yo me vaya...” Sólo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús sigue estando entre nosotros. Es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en mi camino. Unas veces seremos caminantes decepcionados y otras el “Jesús” que anima, explicando las Escrituras y partiendo y repartiendo el pan. En ambos casos hacemos comunidad.


José Antonio Pagola

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