Soy cristiano. Todavía. Hoy. Año 2010.
Lo he sido toda la vida. Desde niño. Desde el día en que mis padres me llevaron al bautismo y lo hicieron –ahora lo sé- con fe y con esperanza. Entonces no lo entendía. No sabía qué era lo que me hacían. La fe fue para mí como una herencia no siempre apreciada. Pero aprendí a conocer y amar al Maestro al mismo tiempo que aprendía el nombre de mi padre y el de mi madre. Era una fe de niño, vivida en el seno de una familia cristiana, que me enseñó a mirar hacia arriba, a buscar las cosas mejores, a mirar la vida en profundidad. Nunca podré agradecer bastante a mi padre y a mi madre lo que hicieron por mí. Nunca olvidaré aquellas dos vidas, vividas en tiempos malos, de guerra y de hambre, superando las dificultades, sostenidos por Aquel a quien yo no veía. Cuantas veces, delante de una mesa vacía, sentí aquello de “Dios proveerá”. Y Dios proveyó. Todos, una familia de siete miembros, salimos adelante.
No soy un buen cristiano. Quizás nunca llegue a serlo. Mi mundo está lleno de debilidades, de sombras y de miedos. Conservar la fe durante toda una vida ha sido una tarea difícil. Nunca ha sido del todo mía. Ha sido un continuo ganarla, una lucha constante contra las tinieblas, la frialdad del mundo, la tentación de las cosas. Pero ahora, cuando ya veo cerca el fin de mi vida, estoy contento. He perdido muchas cosas, no he podido atesorar muchas de este mundo, pero he conservado la fe. Soy cristiano.
Me diréis, ¿por qué eres cristiano cuando hoy todos lo dejan, al Maestro? ¿No será tu fe sólo un recuerdo amado de la infancia? Os puedo decir que no y os lo puedo decir con mucha seguridad. Bien pocas cosas, lamentablemente, me han quedado de aquel tiempo. Ya no tengo la fe noble y sencilla del niño que cree y confía. ¡Quien pudiera ser como ellos, los niños! Pero tengo otra clase de fe, más probada, que ha vencido los ataques del “mundo”, que ha sobrevivido a la lectura de toda clase de libros, que ha salida ilesa de discusiones y controversias, que ha sido capaz de confiar, incluso cuando el cielo estaba mudo y cerrado. Tengo todavía muchas cosas oscuras. No os podría explicar el misterio del sufrimiento, ni el por qué de la elección, ni cómo es el rostro de Dios. Pero tengo muy claro el camino. Sé que más allá de las nubes, que tan a menudo impiden la visión, luce el Gran Sol de la Justicia.
¿Qué es lo que me hace cristiano? Sólo Cristo. Estoy de vueltas de doctrinas llamadas “sanas” y de confesiones de fe cristianas perfectas. No, no es la religión que salvará al mundo. Es El, Cristo, el que nos amó hasta el extremo de morir por nosotros, el que nos enseñó un nuevo camino. En un mundo de egoísmos y de tensiones, dominado por el consumismo y el amor al dinero, en el que los hombres nos pisoteamos los unos a los otros para tener más y más cosas, Cristo es la otra posibilidad: la de vivir para los demás, la de amar y servir, la de buscar lo que verdaderamente tiene sabor de eternidad.
Seguir a Jesús es una opción, la mejor opción de la vida, una opción comprometida que, quizás, no complicará la vida, pero que paso a paso nos llevará a reencontrarnos a nosotros mismos como seres humanos junto a otros seres humanos, hijos de Dios, llamados a vivir la vida a otro nivel que no sea el del conformismo materialista que nos rodea. Vivir la vida para los demás, para todos, en un continuo dar y recibir, amar y ser amados. No soy yo quien ha de salir adelante. Somos todos. Y sólo si, mirando hacia arriba, nos damos las manos y hacemos pacto de justicia, habrá una nueva oportunidad para todos nosotros. Sólo la fe en Dios, que es fe en la verdad, en la justicia y en el amor, nos puede salvar del desastre presente y de la condenación eterna.
Soy cristiano. He acabado la carrera, he guardado la fe. ¿Qué más me importa? Sólo decirte esto: si tienes fe, incluso si es muy pequeña, como un grano de mostaza, o como la llama de una vela que parece que se va a apagar, no la dejes. Consérvala. Cuídala como la pupila de tu ojo. Nunca tendrás nada mejor. Te salvará, día tras día, de caer en el nihilismo de este mundo y te llevará a andar un nuevo camino, quizás estrecho y difícil, pero auténtico y verdadero. Incluso en el caso de que lo pierdas todo, si conservas esto, habrás ganado la vida. Nunca te arrepentirás.
Enric Capó
Barcelona
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