jueves, 27 de junio de 2013

Moviéndonos hacia abajo.

Muchos de nosotros nos consideramos hombres y mujeres libres; pero en realidad somos moradores de una sociedad donde constantemente se nos está invitando, y de muchas formas, a que hagamos un camino en una sola dirección: hacia lo alto.
Si eres de los que lees y visitas cualquier librería has de reconocer que hay muchos libros, por no decir que todo una sección de los expositores, dedicados a cómo alcanzar la cima de una montaña sin moverte de casa, cómo tocar el cielo sin abandonar la tierra, cómo hablar con Dios sin escucharle, cómo superar una enfermedad estando sano, cómo adelgazar sin dejar de comer, cómo ganar dinero sin mover un dedo, cómo tener fama sin hacer algo bueno por la humanidad, cómo seducir sin exponer el corazón, y así hasta el infinito y un poco más allá.
La travesía que hace Jesús de Nazareth es diametralmente opuesto. No sólo viaja del norte de Palestina al sur, sino que hace un recorrido desde lo alto hacia lo de abajo. Jesús no está interesado en alcanzar la cima para que los demás vean cuan buen montañero es, sino que la mayor parte del tiempo está en el valle con las personas. A Jesús le interesan las personas. Tampoco dedica mucho tiempo para hablar del cielo y es que opta, en un ejercicio de libertad, por observar la tierra, por describirla, por transformarla. Jesús habla poco con Dios y es que dedica todo su tiempo a escucharle, a mirarle. Jesús es un imitador de Dios. Por eso lo hace visible en un mundo donde se esperaba su invisibilidad. Jesús no elude a los enfermos, no los aisla, no los pone a dieta. Jesús los toca, los levanta y pide que les den de comer. Jesús no quiere ser millonario. Jesús no cree en la teología de la prosperidad. Jesús se entrega a las personas como un amante y por eso enamora y por eso calienta los corazones. Jesús pone el dedo en la llaga. Jesús busca el fondo de los asuntos. Pero se queda atrás. Entre las cortinas, como el utilero de un gran espectáculo. Y del cual muchas veces no sabemos ni su nombre.
Delante de nosotros, cada día, tenemos estos dos caminos a elegir. Como lo hacemos con la ropa o el perfume. O la marca de leche y el programa de televisión. Como la vida y la muerte. Tú, ¿que caminos estás haciendo?

Augusto G. Milián

1 comentario:

  1. Ese Jesús me gusta, al que quiero imitar, aunque sé que solo llegaré a parecerme una milésima parte. Dios ayudame a conseguilo.

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