Hoy os propongo una pelea entre dos púgiles que
luchan en el interior de todo ser humano. Por una parte, un potentísimo,
musculoso y bien nutrido combatiente responde al nombre del legalismo. Hace
siglos que impone su ley por doquier; nadie se libra de su influencia. En el
lado contrario se propone vencerle el indomable y persistente luchador que
responde al nombre de compasión. Uno frente otro y uno contra otro.
Ambos pueden luchar ante la legalidad oficial del
estado (ser compasivo con los errores o aplicar la dura ley); ante la razón y
sentido de la sanidad (derechos para todos, tengan papeles o no o sanidad
sólo para quien cumpla requisitos); también pueden combatir la dura pelea de
las relaciones humanas (rigidez o respeto; intolerancia o diálogo). Hoy los
dos púgiles se enfrentan poniendo en juego la relación del ser humano con Dios.
No nos engañemos, ¿quién de nosotros, como creyentes, no ha tenido alguna vez
en su interior este combate?
La Biblia refleja con claridad esta doble vía. Son dos
formas distintas de ponerse ante Dios, ante la presencia de Aquel que nos rodea
a la vez que nos sustenta; de Aquel que nos provoca a la vez que nos
consuela; de Aquel que nos exige a la vez que nos abraza; de Aquel que se nos
esconde a la vez que lo llamamos; de Aquel que buscamos y también rechazamos.
Para unos el único acceso a Dios y la única forma de presentarse ante Él es
preservar la separación entre su santidad y nuestra pobreza: la única relación
posible es la marcada por las normas. Para otros el camino a seguir para
acceder a él y vivir de forma correcta la fe es hacer la ruta de la humanidad
que ama, que sufre, comprende y se compadece.
Como he dicho, en la Biblia hay dos caminos que no se
excluyen, sino que conviven. Uno de ellos insiste en la alianza por amor,
si bien luego advierte que es una alianza condicionada a que el pueblo cumpla
unos mandamientos; a su vez estos mandamientos no son para esclavizar, sino
para que el pueblo «viva» en la tierra que Dios le va a dar (Deuteronomio). Una
alianza que el pueblo rompe y a la que Dios responde buscando enamorar de nuevo
a su gente para que vuelva a él (Oseas). Una alianza que se revela en la misericordia, ternura, entrañas (Oseas). Una alianza que, ante la continua
tozudez del pueblo de ir por otros caminos distintos a los de Dios, Dios mismo
promete que la hará nueva (Jeremías) y eterna (Ezequiel).
El segundo camino es el de la santidad que separa a
Dios de su creación (Génesis), que se revela en la santidad del Templo y ante
el que sólo puedes postrarte (Isaías), que se manifiesta en los patios
concéntricos y sucesivos del Templo de Jerusalén. Una santidad que necesita
mediadores (la monarquía davídica, el Mesías), para acercar al hombre a Dios.
Una santidad que con el tiempo se transformará en Ley (Esdras), y tras
sucesivas crisis en legalismo puro y duro (fariseos).
No son dos caminos excluyentes, sino dos formas de vivirnos en presencia de Dios. Todos conocemos personas que, cuando hablan de
Dios, las palabras que salen espontáneamente de su boca son «los mandamientos
de la ley de Dios; un poco de humor no viene mal ¿cómo tiene la cara esta
gente? ¿No tienen la cara muy severa, como si de señoritas Rottermaier, la
tutora de Heidi, se trataran? ¿No parece que se han comido un palo o que están
todo el día comiendo pepinillos?
Hay otras personas que, cuando hablan de Dios,
espontáneamente les viene a la boca la palaba «amor». Estas personas se dejan
mover por la misericordia más que por la culpabilidad, y por el abrazo más que
por el golpe. Estas personas lloran por el sufrimiento ajeno y se encabritan
cuando ven que todos se ríen de una persona débil. Hay una palabra bíblica que
se repite en Oseas, y luego sobre todo en los evangelios cuando hablan de
Jesús. Esa palabra es compasión.
En el evangelio de hoy Jesús se compadece al ver
cómo aquella mujer llora desconsolada porque ha perdido a su hijo. Sucedió en
Naín, en un pueblo pequeño de Galilea. Jesús se dejó mover a compasión y así
reveló en qué Dios creía y cuál era su experiencia de Dios. Es más, para los
que somos cristianos, Jesús con este gesto revela quién es Dios y cómo es Dios,
porque creemos que Jesús es el rostro humano de Dios. No hay que simplificar
demasiado, so pena de reducir la religión a sentimientos, lo cual sería un
error grave e imperdonable. No hay que simplificar, pero hay que decir con voz clara
y contundente que en el combate entre la compasión y el legalismo, cuando
el púgil era Jesús, ganaba siempre la compasión.
Pedro
Ignacio Fraile Yécora
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