Hay que revisar, urgentemente, todo ese tinglado teológico del “pueblo
elegido por Dios”, el “sacerdote o el pastor ungidos y elegidos por
Dios”, el “presidente de la iglesia elegido por Dios". La historia
demuestra que no se puede atribuir al Espíritu Santo la presunta
elección, tanto de reyes del Antiguo Testamento (Dios ni siquiera quería
reyes...) como de los dirigentes de las iglesias de hoy. Somos nosotros
quienes elegimos, y Dios hace lo que puede con nuestras elecciones. La
frase "Dios quita y pone reyes" (Daniel 2, 21) ha de ser revisada y
actualizada, por mucho que aparezca en la Biblia. Muchos la han usado
para justificar auténticas atrocidades. Cuando Dios escoge a alguien, lo
hace para que sirva con humildad a los demás. Si no hay servicio
humilde, es que no ha habido elección.
Para los cristianos, el único elegido es Jesús, el único ungido es Jesús, el único sacerdote es Jesús. Los demás, todos los demás, nos incorporamos por Jesús y en Jesús. Ya no hay más tronos que la cruz de aquella tarde de viernes, y la piedra del sepulcro caída aquella mañana de domingo. No hay más Reinado que el suyo, a los pies de los suyos, durante la cena de aquella noche de jueves. Así elige Dios. Y así son los elegidos por Dios.
Les he cogido miedo a los autoproclamados "elegidos por Dios", o a los proclamados por otros en olor de multitudes. Nadie debería ir por la vida haciendo gala de eso. Nadie debería pensarlo para justificar sus decisiones. Es un fardo demasiado pesado para ser llevado por un ser humano. Compadezco a quien lo crea. Si realmente ha sido escogido por Dios, la humildad que confiere dicha elección lo hará no invocarla nunca. Quien lo hace, se descalifica a sí mismo. Quizá sea preferible un terremoto a un presunto "elegido", con un libro sagrado en una mano y en la otra un mandato de Dios. Porque, muchas veces, usa las dos para fustigar a quien le lleva la contraria, o a quien le quita la razón. Un cierto síndrome mesiánico le permite discriminar el trigo de la cizaña. Y sabe lo que tiene que hacer...
Sin embargo, Jesús de Nazaret se limitó a esparcir la semilla y a verla crecer. No arrancó la cizaña (Mateo 13, 24-30). Sabía que eso es cosa de Dios, y que tiene la paciencia de verlo todo madurar. Será Él quien decida qué es trigo y qué cizaña, no el "salva patrias" de turno. Además, el maestro estaba convencido de que muchos se llevarán una sorpresa cuando el Padre del Cielo decida hacerlo. Invitará a la fiesta de la salvación a todos aquellos a los que los elegidos habían despreciado (Lucas 14, 16-24). Los creían cizaña, y se equivocaron.
El Padre nuestro y de Jesús busca por los caminos a los marginados, leprosos, hambrientos, cojos, paralíticos, ciegos y prostitutas. Escoge para sí al deshecho del mundo. El galileo pulveriza, en nombre de su Padre, el principio de elegidos. Sabe que hasta de las piedras pueden salir hijos de Abraham (Mateo 3, 9). Parece que esté haciendo un aviso a navegantes que se creen escogidos...
Juan Ramón Junqueras.
Para los cristianos, el único elegido es Jesús, el único ungido es Jesús, el único sacerdote es Jesús. Los demás, todos los demás, nos incorporamos por Jesús y en Jesús. Ya no hay más tronos que la cruz de aquella tarde de viernes, y la piedra del sepulcro caída aquella mañana de domingo. No hay más Reinado que el suyo, a los pies de los suyos, durante la cena de aquella noche de jueves. Así elige Dios. Y así son los elegidos por Dios.
Les he cogido miedo a los autoproclamados "elegidos por Dios", o a los proclamados por otros en olor de multitudes. Nadie debería ir por la vida haciendo gala de eso. Nadie debería pensarlo para justificar sus decisiones. Es un fardo demasiado pesado para ser llevado por un ser humano. Compadezco a quien lo crea. Si realmente ha sido escogido por Dios, la humildad que confiere dicha elección lo hará no invocarla nunca. Quien lo hace, se descalifica a sí mismo. Quizá sea preferible un terremoto a un presunto "elegido", con un libro sagrado en una mano y en la otra un mandato de Dios. Porque, muchas veces, usa las dos para fustigar a quien le lleva la contraria, o a quien le quita la razón. Un cierto síndrome mesiánico le permite discriminar el trigo de la cizaña. Y sabe lo que tiene que hacer...
Sin embargo, Jesús de Nazaret se limitó a esparcir la semilla y a verla crecer. No arrancó la cizaña (Mateo 13, 24-30). Sabía que eso es cosa de Dios, y que tiene la paciencia de verlo todo madurar. Será Él quien decida qué es trigo y qué cizaña, no el "salva patrias" de turno. Además, el maestro estaba convencido de que muchos se llevarán una sorpresa cuando el Padre del Cielo decida hacerlo. Invitará a la fiesta de la salvación a todos aquellos a los que los elegidos habían despreciado (Lucas 14, 16-24). Los creían cizaña, y se equivocaron.
El Padre nuestro y de Jesús busca por los caminos a los marginados, leprosos, hambrientos, cojos, paralíticos, ciegos y prostitutas. Escoge para sí al deshecho del mundo. El galileo pulveriza, en nombre de su Padre, el principio de elegidos. Sabe que hasta de las piedras pueden salir hijos de Abraham (Mateo 3, 9). Parece que esté haciendo un aviso a navegantes que se creen escogidos...
Juan Ramón Junqueras.
Gracias por compartir esta reflexión, Augusto. Creo que es de vital importancia seguir el ejemplo de Jesús y de su Padre del Cielo. Abrazos entrañables.
ResponderEliminar