miércoles, 5 de junio de 2013

Lo que nos falta. Lo que tenemos.



Lc 7,11-17

El contexto del evangelio que leemos, es la norma de lo que solía hacer Jesús. Acompañado de sus discípulos, recorre los caminos de Galilea, llevando a todas partes la palabra de Dios y la ayuda a la gente que se siente abandonada. En Lc se aprecia mejor esta manera de actuar, porque acompaña siempre los relatos con todo lujo de detalles, que nos permiten adentrarnos en el ambiente en que se producían los milagros. En el relato que leemos hoy, la gente que acompañaba a Jesús y la que acompañaba a la viuda se aúna para dar gloria a Dios.
Se nos narra un episodio espectacular, la resurrección del hijo único de una viuda. Es muy difícil precisar en este texto qué es lo que pasó realmente. Sorprende que un acontecimiento como la resurrección de un muerto se narre en un evangelio y se ignore en otros. La única resurrección que se encuentra en los tres sinópticos es la de la hija de Jairo. Y en los tres se pone en boca de Jesús esta frase: la niña no está muerte, está dormida.
De grandes profetas del AT se narraban resurrecciones. Es muy fácil que la tradición intentara con estos relatos potenciar la idea de que Jesús era un gran profeta, que no podía ser menos que lo más grandes del AT. De hecho el relato termina dando gloria a Dios porque ha visitado a su pueblo con el envío de una gran profeta.
Para valorar este relato debemos tener en cuenta el ambiente  en que se narra. Las mujeres no contaban en aquella época. Una viuda no tenía la más mínima posibilidad de desenvolverse ni socialmente ni económicamente. La única salvación de una viuda era el hijo, por eso se resalta que era único, es decir la única esperanza de la viuda. La muerte del hijo de una viuda se consideraba un durísimo castigo de Dios. En el relato, Jesús quiere dejar claro que en ningún caso la actitud de Dios es la de castigar a nadie, y menos a una pobre viuda.
Podemos descubrir un simbolismo profundo entre la muchedumbre que acompaña a la viuda identificados con la muerte y sin solución para esa situación extrema y Jesús y el gentío que le acompaña, que vienen transformados por la vida que él mismo les comunica. La muerte y la vida se encuentran pero la vida es más fuerte que la muerte y termina por envolverles a todos. Todos proclaman la gloria de Dios que les ha llevado a la vida.
Hay un dato en el relato muy interesante. Nadie le pide a Jesús que haga algo por la viuda.  Es él el que se siente movido por la compasión, le dio lástima. Este hecho nos hace comprender la calidad humana de Jesús que a su vez, es reflejo de lo que sería Dios si pudiera actuar como nosotros. La compasión es, para mí, la manera más certera de hablar de una verdadera humanidad. Se ha dicho muchas veces que el mensaje cristianos se resume en el amor. Creo que mucho más acertada es la palabra compasión para hablar de la misma realidad.
No es preciso tener la capacidad de resucitar a un muerto par ser testigos de la vida y llevar vida a todas partes. Todos tenemos la obligación de llevar alegría y optimismo a donde vayamos. No son las carencias naturales (dolor, enfermedad, muerte) lo que nos impide ser felices. Es la actitud ante ellas lo que nos impide descubrir las inmensas posibilidades que todos tenemos a pesar de esas limitaciones. Solo si  despliego esas posibilidades en mí, estaré preparado para ayudar a los demás a descubrir las suyas, a pesar de sus limitaciones.
La gran tentación es exigirle a Dios que nos saque de nuestras limitaciones. Muchas veces nos ha metido por este callejón sin salida la misma religión. Nuestras limitaciones no son accidentes. No es que a Dios le saliera mal la creación y ahora tiene que andar con parches. Ni el mismo Dios podía hacer una creación sin limitaciones. Por eso es ridículo creer en un Dios que pudiera sacarnos de esas situaciones que consideramos insufribles, pero no lo hace porque está encantado con vernos sufrir. Lo que nos falta no puede anular lo que tenemos.

José Antonio Pagola.

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