miércoles, 12 de agosto de 2015

Cuando Dios arrastra sus pies.



Ellos son la única pareja en la Biblia que se ríen de Dios. Abraham primero y más tarde su esposa, Sarah. ¿Pero quién les puede culpar?  Si  el escenario es hilarante. Esperan un cuarto de siglo para que Dios haga cumpla la promesa de darles un hijo. Abraham es de setenta y cinco años y Sarah sesenta y cinco. Así que esperar. Y esperan durante veinticinco años. Estos tortolitos envejecidos hacen el acto de amor, pero no acaba de llegar el bebé. La última vez que Dios les asegura que van a tener un hijo, Abraham inclina el rostro y se ríe (Gen 17:17) y Sarah, más tarde, se ríe como una colegiala (18:12). Asi que muy apropiadamente, es por lo tanto, que cuando su bebé viene al mundo el próximo año, le nombran, la risa. O como lo conocemos nosotros, Isaac.

Me siento feliz de que Abraham y Sara pudieran reír. Creo que la mayoría de nosotros no hubiéramos encontrado en este escenario un motivo de alegría.. De hecho, cuando esperamos que Dios cumpla lo que nos ha prometido, aunque sea por un par de semanas o meses, hacemos de todo menos reírnos. Esperar nos duele. Por eso murmuramos. A menudo nos enojamos con Dios por ir por la vida arrastrando los pies.

Es tal vez no es de extrañar que una de las preguntas más comunes en el libro de los Salmos que se hacen los autores es: Oh Señor, hasta cuándo? Pero veamos unos ejemplo de  esas oraciones que hacemos en nuestros días y donde algunos podrán decir Amén
Oh Señor, ¿cuánto tiempo necesitas para quita el cáncer que está destruyendo mi cuerpo?
Oh Señor, cuánto tiempo voy a estar esperando que me ofrezcan un trabajo?
Oh Señor, ¿cuánto tiempo más necesitas para ver que mi matrimonio no funciona?
Oh Señor, ¿por qué tus pies son tan lentos mientras  nuestras almas están hundiéndose en la desesperación?

Para la mayoría de nosotros, esperando la acción de Dios no es divertido. Nada divertido. Nos hace preguntarnos si realmente le importamos. ¿O será que ÉL se ha olvidado de nosotros? En nuestras horas más oscuras, podemos preguntarnos si los ateos no tendrán algo de razón cuando dicen que  nuestras oraciones no son más que palabras repugnantes vomitadas a un cielo vacío.

Pero la verdad es otra. Dios está. Incluso cuando no le vemos.  Dios se preocupa por nosotros. Y el cielo no está vacío, sino lleno de un Dios que cesa en pensar en nosotros de día y de noche.  Como dice Isaías: ¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho? (49:15). Cada vez que oramos, Señor, ¿hasta cuándo? La respuesta es siempre la misma: Has muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3). Tú puede objetar: Pero esa no es la respuesta que yo quería escuchar. Y tienes razón, no es lo que tú deseas, pero es una respuesta.  Es una respuesta sincera. Y es la mejor respuesta que se te puede ofrecer.

Dios no nos ofrece una máquina del tiempo; ÉL nos ha dado a su Hijo. Y lo ha hecho para que no tenemos que esperar un solo segundo sin vida. Hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Esta es una promesa que ya está cumplida. Nosotros somos el cuerpo de Cristo.  Nosotros somos abrazados por Padre cuando regresamos a casa y de ese abrazo no es fácil desprenderse.

Así el Padre responde a nuestras insistentes preguntas: ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuántas oraciones más son necesarias? Responde con un abrazo.  Pero responde. Dice la escritura a modo de recordatorio que el que pide, recibe; el que busca, encuentra; al que  llama a la puerta, se le abrirá. Ciertamente El no va a ignorar tus súplicas de misericordia.  Y por eso te ofrece una respuesta. Una respuesta que quizás no es la que quieres oír. Una respuesta que lleva el nombre de Cristo. Nuestras vidas, nuestras angustias, nuestras lágrimas y desengaños, todos ellos están escondidos con Cristo en Dios.

Los caminos de Dios son hilarantes. Extravagante. Tan locos que a veces lo único que podemos hacer es reír. Lo único. Y es que antes estábamos, muerto, y ahora vivimos. Antes estábamos, pensando que no teníamos esperanza  y ahora la esperanza crece dentro de nosotros. Como Isaac en la matriz de Sara. Dios nos sigue asombrando. Siempre está lleno de sorpresas. Siempre hace lo que no esperamos. Y es que no hay nada más sorprendente en este mundo que un amor que no conoce límites, que no claudica ante los horarios, pero que te reconoce y te sostiene apretado entre sus brazos.

A veces el mejor amén que podemos ofrecer ha de sonar como una risa.

Chad Bird

1 comentario: