Marcos 9, 38-41
¿Alguien me quiere dar un vaso de agua, por favor?
Cuando el equipo de deportes de una escuela de zaragoza va en un partido fuera
de casa, se les dice a los jugadores: Vuestro comportamiento refleja la
reputación del colegio y de la gente de nuestra ciudad. Ustedes representan hoy
a su colegio y a la ciudad. Así que, siga todas las normas de la escuela y sean
amables y corteses con todo el mundo.
Cuando los comerciales salen de venta, su comportamiento es visto
como un modelo de la empresa que representan. Si los vendedores no son rápidos,
son perezosos, no mantienen los compromisos, inmediatamente asumiremos que la
empresa que representan es así de lenta, de perezosa, y que no cumple lo que
cumple.
Conozco algunos padres que se ponen muy molestos por la forma en
que sus hijos se comportan socialmente, porque sienten que el comportamiento de
sus hijos es un reflejo de ellos mismos. Y ellos tienen una fuerte necesidad de
quedar bien con los demás.
Esta necesidad de aparentar ser buenas personas ante los demás nos
hace que en algunas ocasiones decir cosas que Jesús nunca diría y comportarnos
como él nunca se comportaría. Pero la presión social a veces es más fuerte que
nuestra fe.
El texto del evangelio en esta noche nos invita a mirarnos ante el
espejo; pero en el espejo está el Sr. Dios. Y me pregunto aquí y ahora:
¿Estoy reflejando la bondad de Dios?
¿Estoy haciendo uso del perdón de Dios?. Nosotros podremos engañar un tiempo a
los que viven a nuestro alrededor, pero no a Dios. Al Sr. Dios no le podemos
venir con apariencias. Las apariencias son cosas nuestras. Humanas.
No sé si conocen la expresión castellana de aguafiestas. Juan esta
noche es el aguafiestas del relato. Juan es ese discípulo que se parece mucho a
ti y a mí. Pretende vivir en un mundo sin tonos grises. Un mundo de blancos y
negros. Donde se puede saber quienes están dentro del salero y quienes fuera, si es que para ti la iglesia es un salero. Y
por eso pretende que Jesús mande a detener al hombre que echaba fuera
demonios. ¿Qué sabemos de este hombre? Nada. O casi nada. Ese
hombre no era parte del grupo de seguidores de
Jesús. Y lo peor es que no estaba haciendo nada para mantener las
buenas apariencias del grupo. El iba por libre. Y eso a Juan no le gusta. A nosotros tampoco. Nos dan miedo las personas asi.
En las palabras de Juan se percibe cierto sentimiento de celos. Y
por eso quiere poner tropiezos. Quiere causar buena impresión. Este
comportamiento de Juan dice algo muy peligrosamente común en nuestro tiempo:
las apariencias son más importantes que la experiencia de fe. Lo que las
personas desean ver resulta generalmente más importante que el conocimiento que ellas tienen de Jesús.
Por eso vengo aquí con la certeza de que nosotros necesitamos de
la ayuda del Sr. Dios. Ayuda para liberarnos
de los demonios de las apariencias. Ayuda para no depositar nuestra confianza
en leyes y códigos que nos aseguren la buena opinión de los hombres. Y es que
esta lista de reglas y leyes y mandamientos no funcionan. ¿De donde viene mi
certeza? De Jesús. Jesús se acerca a nosotros, nos ve tal como somos y entiende que la única
manera de salvarnos es muriendo en la cruz. Jesús es el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo.
Por ello la cruz de Cristo es nuestra señal, sea cual sea nuestra
tradición cristiana, no tenemos otra señal que seguir que la de la cruz. En ella
se manifiesta el perdón de Dios, en ella se manifiesta el poder de Dios. En
ella radica la esperanza de Dios. Perdón para nuestro pasado, poder para el
presente, esperanza para el futuro.
Si algo descubro año tras año, mes tras mes, día tras día, hora
tras hora es que solos no podemos seguir. Me arrepiento de nuestras divisiones.
Y entiendo que no vienen de Dios. Necesitamos estar unidos para que Jesús se
manifieste en medio de nosotros. Aquí y ahora. Y estar unidos es aceptar las
diferencias, los puntos de vista del otro, las peculiaridades de los demás, y
verlas como riqueza. Como un don. Si, Uds. son un don de Dios para mi y yo
aspiro a serlo un día para Uds.
Pero ahora, ¿alguien quiere darme un vaso de agua?
Augusto G. Milián