La Iglesia Católica acepta oficialmente la Biblia como la Palabra inspirada de Dios, pero no como la autoridad final. La tradición, juntamente con las declaraciones de los papas y de los concilios, es considerada igualmente autoritaria. Sin embargo, hay muchos puntos en los que la tradición de la Iglesia Católica no está de acuerdo con la Biblia. Es en relación a ellos que cada uno de nosotros debe decidir a cuál seguirá.
Para decidir si debemos someternos a la autoridad de la Biblia o de la iglesia, debemos tomar en cuenta que lo que la Iglesia Católica cree que es correcto o incorrecto, cambia con el paso del tiempo. Oficiar la comunión en el idioma del pueblo era, en un tiempo, una herejía protestante. La misa debía decirse en latín. Luego el Papa Juan XXIII inició un período de reforma en el que la misa debía decirse en los idiomas del pueblo. Sin embargo, la Biblia no cambia; por tanto, no siempre está de acuerdo con una iglesia cambiante.
Una anciana católica me dijo una vez: "Si el Papa desea comer carne los viernes e ir al infierno, él puede hacerlo, ¡pero yo no lo haré!" Puesto que la Biblia concuerda con la actual doctrina católica de que no es pecado comer carne los viernes, antes no podía estar de acuerdo con la enseñanza de que comer carne los viernes era pecado.
A través de los siglos se han introducido muchos cambios en la enseñanza de la iglesia que están en serio desacuerdo con la Biblia. Podemos mencionar, por ejemplo, la aceptación de la veneración de imágenes en la iglesia (vea capítulo cuatro). Las diferencias entre la doctrina católica y la de aquellos para quienes la Biblia es la autoridad final no se deben a que los evangélicos deseen ofender, sino a que donde hay conflicto entre las enseñanzas de la Biblia y las de la Iglesia Católica, es imposible aceptar ambas. En estos puntos cada persona debe elegir a cuál autoridad obedecerá.
La mayoría de las tradiciones que están en contradicción con la Biblia comenzaron a formarse después del año 300 d.C., en la época del emperador Constantino, y gradualmente se desarrollaron hasta llegar a ser dogmas de la iglesia. Sin embargo, algunas doctrinas antibíblicas son recientes.
Un desarrollo más reciente, y más difícil de evaluar, es el movimiento ecuménico, el cual en sus inicios no fue parte de la Iglesia Católica. Comenzó en el ala liberal (llamada también modernista) de las iglesias evangélicas; es decir, en las iglesias protestantes que ya no creían en la Biblia. Como resultado, dejaron de sostener algunas de las enseñanzas bíblicas más fundamentales; por ejemplo, que la salvación es un regalo de Dios que se recibe por medio de la fe en Jesucristo. Debido a este alejamiento de la fe, ya no tenían un mensaje claro que ofrecer. El resultado fue que comenzó a disminuir la asistencia a las iglesias liberales.
Donde antes una congregación grande había podido mantener fácilmente su templo, ahora un grupo pequeño tenía problemas para hacerlo. A menudo esta también era la situación de otra denominación liberal a la vuelta de la esquina. Entonces, ¿por qué no unirse, poner ambas congregaciones en uno de los templos, vender el otro, y de esa forma resolver los problemas económicos de las iglesias menguantes? Por tanto, la práctica motivación financiera y la conveniencia de la unión se combinaron para comenzar el movimiento ecuménico entre las iglesias protestantes.
El catolicismo romano se sintió atraído por la idea ecuménica de unidad, pero también tuvo una motivación práctica -ofrecer la Iglesia Católica Romana como el redil al cual debían ir todas las denominaciones. Para preparar un catolicismo en el cual los protestantes pudieran sentirse más libres para entrar, se comenzó a fomentar la lectura de la Biblia entre los católicos, y se efectuaron cambios en la liturgia católica romana para hacerla más similar a la liturgia a la cual estaban acostumbrados los protestantes.
Pero, desafortunadamente, por su deseo de ser como los evangélicos, muchos seminarios católicos comenzaron a enseñar las filosofías de los teólogos liberales que habían alejado a muchas iglesias evangélicas de la Biblia. Los resultados fueron los mismos. La asistencia a la Iglesia Católica Romana también comenzó a disminuir, lo que le dio la misma motivación financiera poderosa y práctica que tuvieron los grupos evangélicos liberales para combinar iglesias.
Aunque la influencia de la Biblia ha ido en aumento entre algunos católicos, porque ahora la leen más de lo que la iglesia les permite, otros católicos están siendo zarandeados por los ataques liberales respecto a la veracidad de la Biblia.
Otro desarrollo nuevo en la Iglesia Católica, que también provino de los evangélicos, es el movimiento carismático que comenzó en una iglesia evangélica de California en 1901. Este dio inicio primero a las iglesias pentecostales, y luego, cruzando fronteras denominacionales, al movimiento carismático católico.
A través de los siglos la Biblia ha sido odiada y destruida como ningún otro libro. Probablemente se han quemado más copias de la Biblia que de todos los demás libros juntos. Sin embargo, más gente la lee, más gente la posee, es traducida a más idiomas y se imprimen más copias que de cualquier otro libro.
No sólo hay millones de personas que leen este libro hoy, sino que millones de personas en el pasado dieron sus vidas para que su mensaje fuera conocido. ¿Por qué?
- Porque la Biblia ha transformado vidas pecaminosas en buenas y dignas. Por medio de su influencia conocieron a Dios y fueron una ayuda para aquellos a su alrededor.
- Porque la Biblia es inspirada por Dios. Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios (2 Timoteo 3:16). Además de declararlo, da evidencia convincente de que realmente la Escritura es inspirada por Dios; por ejemplo, muchas de sus profecías ya se cumplieron. La doctrina católica también afirma que este libro es inspirado por Dios.
- Porque la Biblia contiene todo lo que es necesario para llevar al cristiano a la perfección. El versículo antes citado continúa diciendo: Todos los textos de la Escritura son inspirados por Dios y son útiles para enseñar, para rebatir, para corregir, para guiar en el bien. La Escritura hace perfecto al hombre de Dios y lo deja preparado para cualquier buen trabajo (2 Timoteo 3:16-17). No necesitamos añadir nada de la tradición para que el creyente alcance este estado -perfecto y enteramente preparado.
- Porque como el apóstol Pedro nos dice en su segunda carta, la Biblia es más confiable que lo que él había visto con sus ojos y escuchado con sus oídos, porque fue escrita por hombres inspirados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1:16-21). Parece obvio que si la Biblia es más confiable que lo que Pedro mismo había visto y oído, es también más confiable que cualquier tradición que la contradice.
El Nuevo Testamento habla mucho de la tradición, y la condena cuando es contraria a la Palabra de Dios. Jesús dijo: Ustedes incluso dispensan del mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres... anulan la Palabra de Dios con la tradición que se han ido transmitiendo (Marcos 7:8, 13; vea también Mateo 15:2-6; Colosenses 2:8; 1 Tesalonicenses 2:13; Gálatas 1:14).
Algunos, tratando de justificar la autoridad de la Iglesia Católica sobre la de las Escrituras, nos hacen recordar que la Biblia no contiene todo lo que enseñaron Jesús y los apóstoles. Esto es verdad y la Biblia misma lo dice. Sin embargo, este hecho no nos autoriza a aceptar las muchas doctrinas católicas que están en explícita contradicción con las enseñanzas de las Escrituras (Apocalipsis 22:18-19; Marcos 7:3-13). La Biblia contiene todo lo necesario para llevarnos a la fe en Cristo y para ayudarnos a crecer en esa fe (Juan 20:30-31; 2 Timoteo 3:16-17).
La mayoría de las diferencias entre los protestantes que creen en la Biblia y la Iglesia Católica Romana no provienen de diferentes interpretaciones de la Biblia o de Biblias diferentes, sino de una diferencia respecto a cuál es la "autoridad final". La Biblia debe interpretarse a la luz de la Biblia misma, y no ser tergiversada o puesta a un lado para honrar la declaración de los papas, de los concilios o de la tradición (2 Tesalonicenses 2:15; 3:6).
Thomas F. Heinze.
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