miércoles, 28 de septiembre de 2011

Del desierto al jardín: Y es que el dolor cuando es por el dentro es más fuerte

Taller sobre las emociones. Tema 7

I. Introducción

Estamos hablando de soledad humana. La más básica. La que nos amenaza y que muchas veces no sabemos como enfrentar. Muy a menudo hacemos todo lo posible para evitar la confrontación con la experiencia de nuestra soledad. A veces buscamos instrumentos capaces de hacernos no pensar en nuestra soledad. Nuestra cultura se ha refinado mucho a la hora de hacernos evitar el dolor. Y cuando hablo de dolor no sólo me refiero al físico, sino que estoy pensando más que nada en el dolor emocional o mental. Generalmente en medio de la crisis nuestra tentativa no es sólo esconder la cabeza, sino que pretendemos esconder las penas como si ellas no fueran parte de nuestra realidad.

II. El caso del Sr. Pedro

¿Qué sabemos de Pedro? Pedro era natural de Betsaida, nació en el s.1 d. C u murió en Roma el 29 Junio 67. Era conocido también como Cefas o Simón Pedro; y cuyo nombre de nacimiento era Shimón bar Ioná, fue de acuerdo con el Nuevo Testamento, un pescador, conocido por ser uno de los doce apóstoles, discípulos de Jesús de Nazaret. Para algunas tradiciones era el discípulo más cercano a Jesús. Pero eso no evitó que tras el arresto de Jesús, para evitar ser apresado y torturara, negara sus vínculos con él. Leamos Mateo 26:

69 Mientras Pedro estaba sentado afuera, en el patio, se le acercó una criada y le dijo: También tú estabas con Jesús el galileo. 70 Pero él lo negó delante de todos, y dijo: No sé de qué hablas. 71 Y se fue a la puerta. Pero otra criada lo vio, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús el nazareno. 72 Pero él lo negó otra vez, y hasta juró: No conozco a ese hombre. 73 Un poco después, los que estaban por allí se acercaron a Pedro y le dijeron: «Sin lugar a dudas, tú también eres uno de ellos, porque hasta tu manera de hablar te delata. 74 Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco a ese hombre. Y enseguida cantó el gallo. 75 Entonces Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo de allí, lloró amargamente.

III. El peligro de una solución final

Muchos de nosotros somos nos comportamos con alguna frecuencia como el personaje de nuestro relato. Queremos conservar nuestra libertad a cualquier precio. Pero a la vez no sabemos que hacer con ella la mayoría de las veces y acaba por asustarnos. Este miedo es el que nos hace tan intolerantes con nuestra propia soledad y nos impulsa a buscar y aferrarnos ansiosamente y prematuramente a lo que nos parecen soluciones finales.

En nuestro alrededor hay mucho sufrimiento mental. A nuestro alrededor hay personas que lloran amargamente. A veces somos nosotros los que lloramos. Y no sólo somos nosotros, sino que lo hacemos por dentro o donde nadie nos ve. Parte de nuestro llorar amargo se inicia en nuestras falsas expectativas de que no tenemos porque estar solos. Y es entonces cuando corremos a los brazos de alguien que a fin de cuentas está como nosotros, creyendo que compartir la vida le hará más soportable el dolor. Otras personas no recurren a un compañero o compañera, sino que se remiten a otros lugares o momentos en los que ellos albergan la esperanza de que no existe el sufrimiento. Pero generalmente este mundo no existe.

Ningún amigo, amante, esposa, ninguna comunidad, ningún partido, ninguna religión es capaz de darnos la paz que no tenemos si la buscamos como se busca un alimento en un supermercado. Mientras la soledad nos obligue a buscar la compañía como único recurso para no estar solos, nos estaremos martirizando a nosotros mismos a los que sobre los cuales depositamos nuestros anhelos.

Personas que no se sienten queridas o valoradas por sus familiares y amigos se empeñan en encontrar otros amigos u otras familias que sustituyan a las anteriores o entran a una nueva comunidad con expectativas mesiánicas. Y es que aunque su mente conozca la desilusión una y otra vez; su corazón sigue diciendo: Quizás ahora he encontrado lo que buscaba!

Pero una cosa podremos tener clara, la mayoría de los conflictos y las peleas, las veces que busco un chivo expiatorio o a quien responsabilizar con mi estado, las recriminaciones en las que me embarco, los momentos en los que expreso mi rabia de manera oral o física, las oportunidades en que me manifiesto con envidia son el resultado, lo pueda admitir o no, de esas relaciones apresuradas que acabo por construir cuando no quiero aceptar la idea de que estoy solo.

IV. Juntos, pero no tan cercas

La actitud de Pedro puede leerse en la siguiente manera. Pedro estaba junto a Jesús, pero no estaba cerca de él. Aunque Pedro ha estado siguiendo a Jesús por casi tres años, albergaba algunos temores.

Hay una enseñanza sobre la honradez, a veces social, a veces eclesiológica, de sugiere que debemos decirlo todo, comunicarlo todo, expresarlo todo. Esta honradez puede ser plana, superficial y aburrida. Cuando creemos que para no estar solos no debemos poner límite a nuestros temores de intimidad podemos caer en la cercanía estancada. En el acompañamiento por inercia. En las declaraciones de fe que pueden carecer de objetividad.

Nuestro mundo se caracteriza por aparentar tener las puertas abiertas, por conversaciones vacías, por confesiones fáciles, por un hablar sin contenido, por gestos externos sin sentido, por una alabanza pobre y aburridas confidencias. Pero esto no nos asegura que estemos acompañados de verdad.

¿Qué podemos hacer con la soledad que nos llena de angustias y nos hace llorar amargamente? Es una pregunta difícil para responder hoy si tenemos el corazón herido. Yo sugiero ver la problemática desde la compasión. Y es que en medio de nuestra dolorosa soledad podemos encontrar nuestra soledad apacible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario