Devocional ofrecido en el 76 Sinodo General de la IEE
18 Muy
de mañana, Jesús caminó otra vez hacia a la ciudad de Jerusalén. En el camino
tuvo hambre,
19 y vio por allí una higuera. Pero
cuando se acercó, no encontró ningún higo para comer. El árbol sólo tenía
hojas. Entonces, Jesús le dijo: Nunca
volverás a dar higos! En aquel mismo instante, el árbol se secó.
Mateo 21
Cosas que se ven cuando te acercas a mi iglesia
a. Somos iglesias
minoritarias pero con un gran andamiaje. Nuestro modelo actual de vida cúltica
y estructura nacional funcionó bien mientras la vida de los hombres y mujeres de
la península y las islas baleares estaba centrada en la iglesia, cuando no había
competencia intereclesial, cuando no teníamos casas en la playa y en la
televisión no había Formúla 1 y cuando los hijos heredaban la fe de los padres.
Pero ahora las personas eligen dónde ir y dónde no ir. Y la iglesia de
celebración céntrica y dominical ya no es una opción a tener en cuenta.
b. Crecemos muy poco o
nada: Necesitamos un avivamiento y si les da miedo esa palabra, entonces
permítanme decir con mucha humildad que necesitamos otra reforma. Y entendida
en nuestro plano humano no es otra cosa que la renovación del evangelio de
manera comunitaria. Entre todos. Y esto excluye los juegos de tronos de nuestra
praxis evangélica.
c.
¿Hacemos discipulado? Unos dirán que si. Otros que no, que lo que se ofrece es
un catecumenado. Pero lo que no nos cansamos es de palpar un documento que fue
escrito hace tiempo; Confesión de fe, y aprender algunos criterios de memoria
para si alguien nos pregunta durante el camino saber qué responder. Se nos ha
olvidado que el discipulado es un compromiso comunitario para toda la vida,
para toda la iglesia. Que los creyentes han de estudiar y aprender a partir de
las Escrituras y no de las confesiones de fe que son temporales. Que son
finitas. Que son renovables. Y que las podemos cambiar. Como también podemos
cambiar nuestra himnología. Claro que podemos.
d. Nuestras
celebraciones optan por una liturgia y no por una relación. Nuestras iglesias,
con una sólida teología, han perdido de vista la singularidad del evangelio,
que también incluye la emoción y la sorpresa. La sorpresa y la emoción. Y esto
hace que nuestras celebraciones de la Palabra sean portadoras de un doble error: se
escribieron fuera del tiempo en que viven sus participantes actuales y no
tienen en cuenta al corazón humano. O al menos el ventrículo derecho.
e. Apostamos por el
conservadurismo interno: Creemos que somos parte de una iglesia reformada que
intenta renovarse cada día y creemos bien, creemos que somos una iglesia
progresista y creemos bien, nos proclamamos como una iglesia histórica y no está
mal la proclama; pero cuando nadie nos mira y abrimos las puertas de nuestras
capillas las mañanas del domingo la realidad es que la voz que más alto se
escucha dice: si me mantengo haciendo lo
que siempre se ha hecho así, entonces Jesús me quiere. Pero esto no es
evangelio, esto no es gracia, esto es religiosidad, esto es ley. Esto es casi
una maldición. Somos conservadores o tradicionalistas, cuando nos damos permiso
para repetir los mismos programas, las mismas liturgias, las mismas canciones, los
mismos procedimientos, las mismas campañas, los mismos comunicados que hace
cincuenta años atrás y pretendemos obtener diferentes resultados. Somos
conservadores cuando dejamos que los cambios que vienen de afuera nos asusten
más que los que salen de nuestro interior.
¿Qué hacer, querida
iglesia? Les voy a invitar ahora antes
de que empiecen las secciones de trabajo del Sínodo a cavar una zanja alrededor
de nuestra higuera, a renovar la tierra, a humedecerla, a abonarla. Y a
esperar. Tengamos paciencia. No todos los hermanos crecen a la misma velocidad.
Así como no cambia nuestra manera de pensar tan fácilmente, los frutos nunca
aparecen de la noche a la mañana. Necesitan tiempo.
Les quiero invitar a redescubrir
el evangelio: Podemos proclamar muy buena ortodoxia bíblica y hacer gala de un
método histórico crítico impecable y sin embargo fracasar a la hora de
trasmitir las buenas noticias al corazón de los hombres y las mujeres que hacen
el camino entre Jerusalén y Jericó.
Les quiero invitar a compartir
las buenas noticias: La vida de la comunidad ha de centrarse en Jesús. Hay que
hacer grupos de Jesús y aplicar sus ideales a nuestras vidas aquí y ahora. Y si
el cuerpo pastoral no puede porque está
cansado, porque está herido, entonces tendremos que capacitar diáconos, ordenar
presbíteros. Buscar soluciones tantos para los judíos como para los griegos. ¿Se
puede compartir la esperanza en una iglesia informal, en una iglesia pequeña,
en una iglesia pobre? Si, si y si. Claro que se puede. ¿Nos podemos dar permiso
para hacer esto? Queridos sinodales, ¡dense permiso!
Y por último, les
quiero invitar a renovar la presentación del evangelio: Doy gracia al Sr. Dios por
ser parte de una familia cristiana que lucha por la libertad de conciencia aún;
pero no nos han de dar temor las preguntas que nos hacen. ¿Son nuestras
comunidades creativa? ¿Son nuestros lugares de culto alegres? ¿Se puede ser
protestante para la teología y católico-romano para la estética? ¿Hay espacio
para el espíritu Santo en nuestras celebraciones? Hay que trasmitir la riqueza
de la gracia, toda la gracia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis y hacerlo
bien. Hemos de hacer uso de la
Palabra y la imagen desde el monte hasta la playa, desde la
playa hasta el monte. Hay que reconstruir un habitáculo donde los hermanos de
ayer y los de mañana puedan encontrarse hoy. Hay que producir brotes, hay que
florecer, hay que dar higos.
Augusto G. Milian
10 Octubre 2015
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