Mateo 20: 1-16
El mundo es injusto.
Hasta un niño lo sabe. Algunos tienen más que otros. Los pobres siempre salen
perdiendo. Alguien tiene demasiado y otros demasiado poco.
El mundo es injusto
porque cuando nos medimos con otros siempre es con los que están mejor que
nosotros. Nunca con los que están peor. Y estas comparaciones pueden generar
incluso lo peor de nuestros pensamientos. Miedos, celos, envidia. Si la envidia
es lo que hace que muchas personas se pongan en movimiento.
Pero esta idea no es moderna.
No sólo se aplica a nosotros. El mal también ha existido por dos mil años
atrás. Cuando los hombres y las mujeres se comparaban con otras mujeres y otros
hombres al final salía a relucir la envidia.
Nos encontramos con
ella en la historia de hoy. Aquí los
labriegos que trabajan diez horas, no van a recibir un salario más alto
que los que trabajan sólo una hora. Y por ello reclaman enojados. ¿Por qué el
último en llegar tiene el mismo salario que el primero? ¿No es injusto? Hemos
crecido oyendo decir que los que trabajan más duro y más tiempo tienen los
sueldos más altos. Pero hoy esto no es así.
La pregunta es razonables.
¿Entendemos por qué los primeros trabajadores están enojados? Aquí no se trata
de ser de izquierda o de un sindicato. Es la lógica de todo ser humano la que
protesta.
Pero lo que los primeros
jornaleros y nosotros percibimos como una injusticia simple, es vista de otra
manera por el dueño del campo. Los hombres y las mujeres siempre hemos usado
una vara de medir que se rompe ante el Sr. Dios. Y es que nosotros no vemos el
mundo como lo ve El. Nosotros pensamos en función de la riqueza o la pobreza,
del tener o el no tener, de la soledad o la compañía,
de lo que nos beneficia y lo que nos perjudica y el Sr. Dios piensa en términos
de condenación y salvación, individuo y comunidad, Él quiere que todos sean
bendecidos. Que todos tengan algo que llevar a casa cuando se acaba el día.
Pero parece que los
primeros trabajadores no piensan en los que llegaron tarde. Ellos no entienden
la justicia injusta del dueño del campo, ellos quieren que la bendición sólo
sea para ellos. ¿Y por qué no entienden? ¿Son malas personas? No, sencillamente
ellos están ciegos y no pueden ver las necesidades de los demás jornaleros, de
los últimos en llegar.
Uds. podríamos tratar de ponernos en el lugar de los últimos
jornaleros. Pero no se los voy a pedir. Se los voy a narrar. Imagínese quedarse
en la plaza del pueblo todo el día esperando que alguien te contrate para
llevar algo de comida a la familia. Estás sentado y esperando y el tiempo pasa.
Estás encerrado en su propio mundo. Y así día tras día. Año tras año. No hay
nadie que te ofrezca un trabajo. Crees que no vales nada. Que no sirves de
nada. Eres un inútil.
Cuando estamos viviendo
esa realidad, Dios no lo quiera, entonces la oración del Padre nuestro tiene
sentido. Y Dios usa al dueño del campo para dar el pan a los que no lo tienen.
Dios empuja al dueño del campo a volver a la plaza del pueblo a buscar a los
necesitados aunque solo sea para trabajar una hora. Antes que se ponga el sol.
Los últimos en llegar
no lo tienen fácil con lo que ya estábamos aquí antes. Los últimos en llegar
tienen que demostrar lo que nosotros nunca demostramos. A ellos les pedimos lo
que a nosotros nadie nunca nos pidió. Si, vivimos en un mundo injusto, le
pedimos a los últimos en llegar a nuestra iglesia que sean sabios, paciente,
perdonadores, santos, cuando la triste realidad es que nosotros no lo somos
aun.
Pero la oración de los
últimos en llegar es escuchada. Y son escuchadas porque sus vidas carecen de sentido y significado. Pero ellos
también experimentan la bendición. Y lo hacen, porque la oración es escuchada,
porque el injusto dueño del viñedo les quiere establecer un significado y una
importancia que los demás no quieren darles. Él no mira cuán grande y cuan
talentoso son los jornaleros. Él no se fija en cuánto tiempo han estado en el trabajo. Simplemente
busca su bien.
Vivimos en un mundo
injusto. Hasta un niño lo sabe. Y es injusto porque, entre otras cosas, nos
rebelamos cuando el dueño del campo quiere ofrecer justicia para todos. Y no
nos gusta esa justicia. Sino la nuestra.
Augusto G. Milián
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