lunes, 22 de septiembre de 2014

El mundo injusto de cada día.

Mateo 20: 1-16

El mundo es injusto. Hasta un niño lo sabe. Algunos tienen más que otros. Los pobres siempre salen perdiendo. Alguien tiene demasiado y otros demasiado poco.  
El mundo es injusto porque cuando nos medimos con otros siempre es con los que están mejor que nosotros. Nunca con los que están peor. Y estas comparaciones pueden generar incluso lo peor de nuestros pensamientos. Miedos, celos, envidia. Si la envidia es lo que hace que muchas personas se pongan en movimiento.
Pero esta idea no es moderna. No sólo se aplica a nosotros. El mal también ha existido por dos mil años atrás. Cuando los hombres y las mujeres se comparaban con otras mujeres y otros hombres al final salía a relucir la envidia.  
Nos encontramos con ella en la historia de hoy. Aquí los  labriegos que trabajan diez horas, no van a recibir un salario más alto que los que trabajan sólo una hora. Y por ello reclaman enojados. ¿Por qué el último en llegar tiene el mismo salario que el primero? ¿No es injusto? Hemos crecido oyendo decir que los que trabajan más duro y más tiempo tienen los sueldos más altos. Pero hoy esto no es así.
La pregunta es razonables. ¿Entendemos por qué los primeros trabajadores están enojados? Aquí no se trata de ser de izquierda o de un sindicato. Es la lógica de todo ser humano la que protesta.
Pero lo que los primeros jornaleros y nosotros percibimos como una injusticia simple, es vista de otra manera por el dueño del campo. Los hombres y las mujeres siempre hemos usado una vara de medir que se rompe ante el Sr. Dios. Y es que nosotros no vemos el mundo como lo ve El. Nosotros pensamos en función de la riqueza o la pobreza, del tener o el no tener, de la soledad o la compañía, de lo que nos beneficia y lo que nos perjudica y el Sr. Dios piensa en términos de condenación y salvación, individuo y comunidad, Él quiere que todos sean bendecidos. Que todos tengan algo que llevar a casa cuando se acaba el día.
Pero parece que los primeros trabajadores no piensan en los que llegaron tarde. Ellos no entienden la justicia injusta del dueño del campo, ellos quieren que la bendición sólo sea para ellos. ¿Y por qué no entienden? ¿Son malas personas? No, sencillamente ellos están ciegos y no pueden ver las necesidades de los demás jornaleros, de los últimos en llegar.
Uds. podríamos  tratar de ponernos en el lugar de los últimos jornaleros. Pero no se los voy a pedir. Se los voy a narrar. Imagínese quedarse en la plaza del pueblo todo el día esperando que alguien te contrate para llevar algo de comida a la familia. Estás sentado y esperando y el tiempo pasa. Estás encerrado en su propio mundo. Y así día tras día. Año tras año. No hay nadie que te ofrezca un trabajo. Crees que no vales nada. Que no sirves de nada. Eres un inútil.
Cuando estamos viviendo esa realidad, Dios no lo quiera, entonces la oración del Padre nuestro tiene sentido. Y Dios usa al dueño del campo para dar el pan a los que no lo tienen. Dios empuja al dueño del campo a volver a la plaza del pueblo a buscar a los necesitados aunque solo sea para trabajar una hora. Antes que se ponga el sol.
Los últimos en llegar no lo tienen fácil con lo que ya estábamos aquí antes. Los últimos en llegar tienen que demostrar lo que nosotros nunca demostramos. A ellos les pedimos lo que a nosotros nadie nunca nos pidió. Si, vivimos en un mundo injusto, le pedimos a los últimos en llegar a nuestra iglesia que sean sabios, paciente, perdonadores, santos, cuando la triste realidad es que nosotros no lo somos aun.
Pero la oración de los últimos en llegar es escuchada. Y son escuchadas porque sus vidas  carecen de sentido y significado. Pero ellos también experimentan la bendición. Y lo hacen, porque la oración es escuchada, porque el injusto dueño del viñedo les quiere establecer un significado y una importancia que los demás no quieren darles. Él no mira cuán grande y cuan talentoso son los jornaleros. Él no se fija  en cuánto tiempo han estado en el trabajo. Simplemente busca su bien.
Vivimos en un mundo injusto. Hasta un niño lo sabe. Y es injusto porque, entre otras cosas, nos rebelamos cuando el dueño del campo quiere ofrecer justicia para todos. Y no nos gusta esa justicia. Sino la nuestra.


Augusto G. Milián

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