Juan 1: 1-18
En el prólogo del evangelio de
Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos obligan a revisar de manera
radical nuestra manera de entender y de vivir la fe cristiana, después de
veinte siglos de no pocas desviaciones, reduccionismos y enfoques poco fieles
al Evangelio de Jesús.
La primera afirmación es ésta: La
Palabra de Dios se ha hecho carne. Dios no ha permanecido callado,
encerrado para siempre en su misterio. Nos ha hablado. Pero no se nos ha
revelado por medio de conceptos y doctrinas sublimes. Su Palabra se ha
encarnado en la vida entrañable de Jesús para que la puedan entender y acoger
hasta los más sencillos.
La segunda afirmación dice así: A
Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es
quien lo ha dado a conocer. Los teólogos hablamos mucho de Dios, pero
ninguno de nosotros lo ha visto. Los dirigentes religiosos y los predicadores
hablamos de él con seguridad, pero ninguno de nosotros ha visto su rostro. Solo
Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios, cómo nos quiere y
cómo busca construir un mundo más humano para todos.
Por eso se busca una iglesia
enraizada en el Evangelio de Jesús, sin enredarnos en doctrinas o
costumbres no directamente ligadas al
núcleo del Evangelio. Si no lo hacemos así, no será el Evangelio lo que se
anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de
determinadas opciones ideológicas.
Solo en Jesús se nos ha revelado
la misericordia de Dios. Por eso, hemos de volver a la fuerza transformadora
del primer anuncio evangélico, sin eclipsar la Buena Noticia de Jesús y sin
obsesionarnos por una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de
insistencia.
Cuando pensamos en la iglesia
estamos pensando, en realidad, en una iglesia en la que el Evangelio pueda
recuperar su fuerza de atracción, sin quedar obscurecida por otras formas de
entender y vivir hoy la fe cristiana. Por eso, se nos invita a recuperar la frescura
original del Evangelio como lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al
mismo tiempo, lo más necesario, sin encerrar a Jesús en nuestros esquemas
aburridos.No nos podemos permitir en estos
momentos vivir la fe sin impulsar en nuestras comunidades cristianas la
conversión a Jesucristo y a su Evangelio a la que se nos llama.
José Antonio Pagola.