domingo, 21 de abril de 2013

Les invito a mirar hacia adelante.



Jn 8,1-11                               

La principal característica de la lectura de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar.
        
En el relato, se destaca de manera clara el fariseísmo de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no solo perdería su fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.
        
Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que era de él (la mujer). Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. ¡Cómo iba a considerar venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta barbaridad! ¡Qué poco han cambiado las cosas! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer.
        
Aparentemente, Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.
        
En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran margen para la reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.
        
Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.
        
La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Por el contrario, Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.
        
Desde el Paleolítico, los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un “chivo expiatorio”. En todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como medio de aplacar al dios. Una persona “elegida” como instrumento de propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del resto del pueblo. Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente la persona concreta. Que la causa del Dios es la causa de cada ser humano. Lo más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea. Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús.
        
Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda, sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que seguimos teniendo, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido.
        
En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.
          
El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta a la habitual. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama por que es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo. Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser. Por eso nos urge cambiar. Mirar hacia adelante.
        



No hay comentarios:

Publicar un comentario