Jn 8,1-11
La principal característica
de la lectura de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Jesús abre a la
adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar.
El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre
de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada
nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis
verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar.
En el relato, se
destaca de manera clara el fariseísmo de los letrados y fariseos, acusando a la
mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por
qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía
le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo
una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no solo perdería su
fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde
el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si
decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía
expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están
buscando la manera de justificar la condena de Jesús.
Si los pescaron “in
fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La
Ley mandaba apedrear a ambos). Hay que tener en cuenta que se
consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no
la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del
marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que
era de él (la mujer). Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera,
su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. ¡Cómo iba a considerar
venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta barbaridad! ¡Qué poco
han cambiado las cosas! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la
infidelidad del hombre y de la mujer.
Aparentemente, Jesús
está dispuesto a que se cumpla la
Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera
piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio”
del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la
ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la
primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está
diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse
responsable de la muerte de la mujer.
En contra de lo que nos
repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes
de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la
penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor
incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí
otro gran margen para la
reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar
de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es
Amor y está en mí.
Es incomprensible e
inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se
identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos”
que ponen el cumplimiento de la
“Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del
mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero
es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre
con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.
La cercanía que
manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes
religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero. Para ellos el
cumplimiento de la Ley
era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen
ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Por
el contrario, Jesús nos dice que la persona
es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir
nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.
Desde el Paleolítico,
los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un “chivo
expiatorio”. En todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los
dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como
medio de aplacar al dios. Una persona “elegida” como instrumento de
propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del
resto del pueblo. Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente
la persona concreta. Que la causa del Dios es la causa de cada ser humano. Lo
más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea.
Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder
amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús.
Ni siquiera debemos
estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre
cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos
conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho. Con
demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia
mierda, sin hacernos ver la posibilidad de lo nuevo, que seguimos teniendo, a
pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia
Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un
anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido.
En la relación con el
Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando
buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que
deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el
evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida
espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero
Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos
con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.
El evangelio nos
descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una
manera distinta a la
habitual. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios
al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama por
que es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí
mismo. Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el
bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria.
¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta?
¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El
fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser. Por eso nos urge
cambiar. Mirar hacia adelante.
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