martes, 30 de abril de 2013

Últimos deseos de Jesús.



Juan 14: 23-29

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ve tristes y acobardados. Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.
Que no se pierda mi Mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto humanizador del Padre: ese “reino de Dios” del que les ha hablado tanto. Si le aman, esto es lo primero que han de cuidar: el que me ama, guardará mi palabra...el que no me ama, no la guardara.
Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con nuestras doctrinas?
El Padre os enviará en mi nombre un Defensor. Jesús no quiere que se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los defenderá de riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección
El Espíritu les enseñará a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les recordará  lo que le han escuchado. Los educará en su estilo de vida.
Después de veinte siglos, ¿qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?
Os doy mi paz. Jesús quiere que vivan con la misma paz que han podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de Jesús.
Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de perder esa paz. Jesús insiste: Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde..
Después de veinte siglos, ¿por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. Todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio. No podemos quedarnos pasivos.

José Antonio Pagola.

domingo, 28 de abril de 2013

¿Sometimiento o rebelión?



Hace unos días compartíamos Efesios 5, uno de los textos que me resultan de alguna manera incómodos. Reconozco que yo habría querido un evangelio lleno de palabras como libertad (sólo 1 vez en labios de Jesús) o igualdad, denuncias categóricas del machismo, de la esclavitud, del poder, del aborto…

 ¿El mensaje de Jesús busca cambiar la realidad? ¿O sólo la dulcifica?

Haciendo una lectura superficial, lo que encuentro es:
·        Jesús no pretende cambiar una letra de la ley (Mt 5, 17-20)
·        El hombre es la cabeza de la mujer (Ef. 5,23)
·        No rechaza la esclavitud (Ef. 6,5)
·        Jesús acepta el pago de impuestos y la autoridad imperial (Mt 17,24-27 y Mt 22,15-21)
·        Elude presentarse claramente como Dios, ni siquiera como rey (Mc 15,2)
Ni Jesús ni Pablo promueven una plataforma política para liberar a su pueblo, ni una revolución social que equipare a las mujeres o libere a los esclavos, ni una filosofía que se enfrente a la imperante entonces.
Ir al plano político les habría convertido en una alternativa de poder, como tal habría tenido más o menos seguidores y el final que han tenido todas las alternativas: auge, estabilidad, decadencia y desaparición. Al final es la excusa para que Pilatos acceda a matar a Jesús.
La alternativa filosófica hubiera sido similar: una escuela con la que confrontar al resto, discusiones, libros e interpretaciones sin fin.
Ni siquiera en el plano religioso Jesús busca el enfrentamiento directo. No busca rebatir la ley, sino que pone evidencia las contradicciones de los ortodoxos fariseos, que en Sabbath permiten circuncidar pero no sanar el cuerpo entero (Jn 7,23), que cargan pesados fardos en la espaldas de los demás. Tampoco es en lo religioso, en lo cultual, donde Jesús quiere aportar cambios. Sólo el sumo sacerdote se da cuenta de que Jesús no es sólo otro pseudoprofeta iracundo, y que representa una auténtica amenaza para todo lo que ellos quieren conservar (Jn 11, 49-50)
Es en el plano espiritual en el que Jesús libera una carga de profundidad que no va a dejar piedra sobre piedra. Y por ser espiritual no ha envejecido sino que  sigue viva al cabo de 20 siglos.

Pero Jesús habló no a occidentales del siglo XXI sino a judíos del siglo I.

La lucha contra Roma le habría llevado al campo de los zelotes, la renovación religiosa al de los esenios, y meterse en filosofía habría acabado con Pablo liderando a los estoicos. No eran esos los objetivos.

Jesús socava los fundamentos del poder político y religioso sin enfrentarse a ellos con sus mismas armas.

¿La Ley? No cambiará una coma, pero es la ley la que está hecha para el hombre y no al revés. No ha de impedir el socorro al necesitado (Jn 7, 23) ni alimentarse a los hambrientos (Mt 12,1-8) La misma venida de Jesús representa la Nueva Alianza, que completa la antigua (Heb 9,15).
¿Qué cristiano va a poner la ley por encima del amor?

¿Pagamos los impuestos? Desde luego (Mt 17, 25). Al poder sólo le daremos lo que es suyo, el dinero que él mismo acuña para mantenernos controlados y trabajando. Pero el resto, lo importante en verdad, es de Dios (Mt, 22,21). El dinero tiene la imagen del césar, nosotros somos imagen del mismísimo Dios.
¿Qué cristiano va a ser más celoso del orden que del amor?

¿Jesús es rey? ciertamente, pero de un Reino que no tiene nada que ver con los que conocemos. Un reino en que el último es el primero, y cuya condición de acceso es dejarlo todo (Mt 19,21-30).   ¿Qué cristiano puede creer compatible el Reino con el poder?
¿La mujer debe someterse al hombre? A un hombre que la ame como Cristo a la Iglesia, dando la vida por ella y amándola como a sí mismo. (Ef. 5, 25-33) En esa relación llena de amor ya no cabe sumisión como la entendemos. El amor hace imposible una relación de superior e inferior.                                                                                  ¿Qué cristiano puede dar soporte al machismo, a la discriminación?
¿Amos y esclavos? Conforme. El esclavo debe trabajar lealmente para su “amo temporal” pensando más en Cristo que en la gente. Y el amo debe saber que para Dios ambos son iguales y que no hay distinción alguna (Ef. 6, 9)  Un amo cristiano, que se sabe al mismo nivel que su esclavo, con el que comparte al mismo padre,  ¿va a maltratarle, a abusar de él?


De hecho, los cristianos de entonces (como los de ahora, donde los haya) sí que pusieron en peligro el mantenimiento del “orden”:

·        los soldados se negaban a ser instrumento de opresión y abandonaban las armas.
·        las mujeres se negaban a ser sólo instrumento de placer
·        las comunidades acogían y ayudaban a los que hasta entonces eran rechazados y aislados de la sociedad “decente”.
·        el dinero dejaba de ser otra forma de discriminar, porque ¡se compartía! (Hch. 2,44-45)

Los cristianos no apoyaban un nuevo partido que impugnara leyes. Pero tenían una ley, espiritual, que estaba por encima de cualquier otra escrita. Y no había imperio que pudiera con eso. El imperio se enfrentaba a un enemigo que no combatía con armas. El mensaje del amor fraterno era, entonces y ahora, tan absurdo y pueril fuera del plano espiritual que sólo podían menospreciarlo. Y no entendían cómo podía llevar a los cristianos a socavar las mismas bases de la sociedad romana.

Esa coherencia vital entre lo creído y lo hecho es lo que falta en nosotros, cristianos de nombre, que nadie puede distinguir si no llevamos pegatinas en el coche o un versículo para cada ocasión. Esa coherencia era lo que les hacía ser levadura en la masa, y grano de mostaza. Pequeñas comunidades de las que decían “mirad cómo se aman”. Y que desde su pequeñez eran una amenaza para la sociedad  y no sólo buenas personas con buenos modales.

A falta de esa levadura son los poderosos quienes siguen apropiándose de la Palabra para deformarla en su interés: Jesús no quiere que cambiemos la realidad. Es sólo el fundador de una religión para vivir hacia adentro. Una religión adaptable como ninguna, domesticada.

Y ese mismo poder legitima la sumisión al poder, a la ley, al varón y al padre.

Mikel Snö
Zaragoza 

martes, 23 de abril de 2013

La amistad dentro de la iglesia.



Juan 13: 31-35

Es la víspera de su ejecución. Jesús está celebrando la última cena con los suyos. Acaba de lavar los pies a sus discípulos. Judas ha tomado ya su trágica decisión, y después de tomar el último bocado de manos de Jesús, se ha marchado a hacer su trabajo. Jesús dice en voz alta lo que todos están sintiendo: "Hijos míos, me queda ya poco de estar con vosotros".
Les habla con ternura. Quiere que queden grabados en su corazón sus últimos gestos y palabras: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que os conocerán todos que sois mis discípulos será que os amáis unos a otros". Este es el testamento de Jesús.
Jesús habla de un "mandamiento nuevo". ¿Dónde está la novedad? La consigna de amar al prójimo está ya presente en la tradición bíblica. También filósofos diversos hablan de filantropía y de amor a todo ser humano. La novedad está en la forma de amar propia de Jesús: "amaos como yo os he amado". Así se irá difundiendo a través de sus seguidores su estilo de amar.
Lo primero que los discípulos han experimentado es que Jesús los ha amado como a amigos: "No os llamo siervos... a vosotros os he llamado amigos". En la Iglesia nos hemos de querer sencillamente como amigos y amigas. Y entre amigos se cuida la igualdad, la cercanía y el apoyo mutuo. Nadie está por encima de nadie. Ningún amigo es señor de sus amigos.
Por eso, Jesús corta de raíz las ambiciones de sus discípulos cuando los ve discutiendo por ser los primeros. La búsqueda de protagonismos interesados rompe la amistad y la comunión. Jesús les recuerda su estilo: "no he venido a ser servido sino a servir". Entre amigos nadie se ha de imponer. Todos han de estar dispuestos a servir y colaborar.
Esta amistad vivida por los seguidores de Jesús no genera una comunidad cerrada. Al contrario, el clima cordial y amable que se vive entre ellos los dispone a acoger a quienes necesitan acogida y amistad. Jesús les ha enseñado a comer con pecadores y gentes excluidas y despreciadas. Les ha reñido por apartar a los niños. En la comunidad de Jesús no estorban los pequeños sino los grandes.
Un día, el mismo Jesús que señaló a Pedro como "Roca" para construir su Iglesia, llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí". En la Iglesia querida por Jesús, los más pequeños, frágiles y vulnerables han de estar en el centro de la atención y los cuidados de todos.       

José Antonio Pagola

domingo, 21 de abril de 2013

Les invito a mirar hacia adelante.



Jn 8,1-11                               

La principal característica de la lectura de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas actitudes del presente y ver lo que tengo que rectificar.
        
En el relato, se destaca de manera clara el fariseísmo de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. Si con toda certeza saben que es culpable, ¿por qué no la ejecutan ellos? No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, no solo perdería su fama de bondad y misericordia, sino que iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba abiertamente en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, en el evangelio, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.
        
Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba apedrear a ambos). Hay que tener en cuenta que se consideraba adulterio la relación sexual de un casado con una mujer casada, no la relación de un casado con una soltera. La mujer se consideraba propiedad del marido, con el adulterio se perjudicaba al marido, por apropiarse de algo que era de él (la mujer). Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. ¡Cómo iba a considerar venida de Dios, una Ley que estaba de acuerdo con esta barbaridad! ¡Qué poco han cambiado las cosas! Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer.
        
Aparentemente, Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.
        
En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón, sino que es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran margen para la reflexión. El perdón por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.
        
Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor.
        
La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios justiciero. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Por el contrario, Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio de los individuos.
        
Desde el Paleolítico, los seres humanos buscaron verse libres de sus culpas por medio de un “chivo expiatorio”. En todas las religiones, podemos encontrar esta exigencia de los dioses. El colmo de esta servidumbre fue el sacrificio de un ser humano como medio de aplacar al dios. Una persona “elegida” como instrumento de propiciación y sacrificada, garantizaba la supervivencia y el bienestar del resto del pueblo. Jesús nos dice que lo más preciado para Dios es precisamente la persona concreta. Que la causa del Dios es la causa de cada ser humano. Lo más contrario a Dios es machacar a un ser humano, sea con el pretexto que sea. Explicar la muerte de Jesús como sacrificio exigido por Dios para poder amarnos, va en contra de la esencia del mensaje del mismo Jesús.
        
Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor de lo que las hemos hecho. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda, sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que seguimos teniendo, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, siempre estará más allá. Será como un anhelo que nos dejará sin aliento por lo no conseguido.
        
En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El acercamiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, y no con Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.
          
El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta a la habitual. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios al hombre es incondicional, es decir no depende de nada ni de nadie. Me ama por que es amor. Su esencia es el amor y no puede dejar de amar sin destruirse a sí mismo. Pero nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Fijaros que Jesús lo que hace es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro hasta la muerte? El fariseísmo sigue arraigado en lo más hondo de nuestro ser. Por eso nos urge cambiar. Mirar hacia adelante.
        



viernes, 19 de abril de 2013

Bibliolatricos.

Son aquellos que adoran la Biblia y no a Dios. 
Son los que han cambiado al Dios verdadero por un ídolo de papel.
Son los que se aferran a la Biblia como si fuera la única voz de los designios divinos.
Son los que creen que Dios después de darnos su testamento, se quedó mudo.
Son los que usan la Biblia para atacar y no para ayudar.
Son los que usan la Biblia para dividir no para unir.
Son los que usan la Biblia para mentir y no para decir la verdad.
Son los que usan la Biblia para sembrar odio en vez de amor.
Son los que llevan la Biblia bajo el brazo como arma de guerra, dispuestos siempre  a atacar, pues así fueron educados en su religión.
Son los que usan la Biblia para condenar y no para salvar.
Son los que van a tu hogar para insultarte  y decirte que tu religión no sirve, que eres un pecador, que vives engañado y en la oscuridad.
Son los que leen dos o tres textos bíblicos ya de antemano preparados para demostrarte que eres un idolatra.
Son los que quieren que abandones tus creencias para que adores a un ídolo de papel.
Son los que se creen más poderosos que el propio Cristo, porque ellos  ya saben cuando se terminará es te mundo material y cuantos van a salvarse.
Solo ellos son los buenos, los santos, los salvados; los demás estamos condenados. Porque ellos no entienden que Cristo vino por los pecadores y no por los santos.
Son los que pretenden encarcelar a Dios en un ídolo de papel, porque no aceptan nada si no esta escrito en la Biblia.
Son los que quieren encerraren un libro al que hizo los mares, los ríos, las estrellas, los ángeles y al hombre mismo.
Son los que ignoran que la Biblia es la Palabra de Dios, pero no Dios.

Lazaro Peña Vazquez.

martes, 16 de abril de 2013

Escuchar y seguir a Jesús.



Juan 10, 27-30

Era invierno. Jesús andaba paseando por el pórtico de Salomón, una de las galerías al aire libre, que rodeaban la gran explanada del Templo. Este pórtico, en concreto, era un lugar muy frecuentado por la gente pues, al parecer, estaba protegido contra el viento por una muralla.
Pronto, un grupo de judíos hacen corro alrededor de Jesús. El diálogo es tenso. Los judíos lo acosan con sus preguntas. Jesús les critica porque no aceptan su mensaje ni su actuación. En concreto, les dice: Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. ¿Qué significa esta metáfora?
Jesús es muy claro: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco; ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna. Jesús no fuerza a nadie. Él solamente llama. La decisión de seguirle depende de cada uno de nosotros. Solo si le escuchamos y le seguimos, establecemos con Jesús esa relación que lleva a la vida eterna.
Nada hay tan decisivo para ser cristiano como tomar la decisión de vivir como seguidores de Jesús. El gran riesgo de los cristianos ha sido siempre pretender serlo, sin seguir a Jesús. De hecho, muchos de los que se han ido alejando de nuestras comunidades son personas a las que nadie ha ayudado a tomar la decisión de vivir siguiendo sus pasos.
Sin embargo, ésa es la primera decisión de un cristiano. La decisión que lo cambia todo, porque es comenzar a vivir de manera nueva la adhesión a Cristo y la pertenencia a la Iglesia: encontrar, por fin, el camino, la verdad, el sentido y la razón de la religión cristiana.
Y lo primero para tomar esa decisión es escuchar su llamada. Nadie se pone en camino tras los pasos de Jesús siguiendo su propia intuición o sus deseos de vivir un ideal. Comenzamos a seguirle cuando nos sentimos atraídos y llamados por Cristo. Por eso, la fe no consiste primordialmente en creer algo sobre Jesús sino en creerle a él.
Cuando falta el seguimiento a Jesús, cuidado y reafirmado una y otra vez en el propio corazón y en la comunidad creyente, nuestra fe corre el riesgo de quedar reducida a una aceptación de creencias, una práctica de obligaciones religiosas y una obediencia a la disciplina de la Iglesia.
Es fácil entonces instalarnos en la práctica religiosa, sin dejarnos cuestionar por las llamadas que Jesús nos hace desde el evangelio que escuchamos cada domingo. Jesús está dentro de esa religión, pero no nos arrastra tras sus pasos. Sin darnos cuenta, nos acostumbramos a vivir de manera rutinaria y repetitiva. Nos falta la creatividad, la renovación y la alegría de quienes viven esforzándose por seguir a Jesús.

José Antonio Pagola

sábado, 13 de abril de 2013

Al amanecer.



Juan 21: 1-19

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores.
Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: "Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada". Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que "estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla". Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero "no sabían que era Jesús".
¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:"¡Es el Señor!". No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:"Señor, tú sabes que te quiero". Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.

José Antonio Pagola

miércoles, 3 de abril de 2013

Cuando la meta es la vida y no la muerte.



Juan 20,19-31

Lo que los textos del NT quieren expresar con la palabra resurrección, es la clave de todo el mensaje cristiano. Pero es mucho más  profundo que la creencia en la reanimación de un cadáver. Sin esa Vida que va más allá de la vida, nada de lo que dice el evangelio tendría sentido. Fue la manera más convincente de trasmitir la vivencia de lo que Cristo fue para los primeros seguidores, después de la desoladora experiencia de su pasión y muerte. Lo que quieren trasmitir es la experiencia de que seguía vivo, y además, les estaba comunicando a ellos su misma vida. Éste es el mensaje de la pascua cristiana.
        
En las primeras comunidades, se habló de Jesús como el juez escatoló­gico que vendría al fin de los tiempos a juzgar, a salvar definitiva­mente. Fijándose en la predicación por parte de Jesús de la inminente venida del Reino de Dios y apoyados en el AT, pasaron por alto otros aspectos de la figura de Jesús y se fijaron en él como el Mesías que viene a salvar definitivamente a su pueblo. Predicaron a Jesús el Cristo, como dador de salvación última sin hacer referencia explicita al hecho de la resurrección.
        
Otra cristología que se percibe en los textos que han llegado a nosotros de algunas comunidades primitivas, es la de Jesús como taumaturgo. Manifestaba con su poder de curar, que la fuerza de Dios estaba con él. Para ellos los milagros eran la clave que permitía la compren­sión de Jesús. Esta cristolo­gía es muy matizada ya en los mismos evangelios; seguramente, porque, en algún momento, tuvo excesiva influencia y se quería contrarrestar el carácter de magia que podría tener. En los evangelios se utiliza y se critica a la vez.
        
Una tercera cristología, que no se expresa con el término resurrección, es la que considera a Jesús como la Sabiduría de Dios. Sería el Maestro que conectando con la Sabiduría preexistente, nos enseña lo necesario para llegar a Dios. También tiene un trasfondo bíblico muy claro. En el AT se habla innumerables veces de la Sabiduría, incluso personalizada, que Dios hace llegar a los seres humanos para que encuentren su salvación.

Con el tiempo, todas estas maneras de entender a Cristo, fueros concentrándose hasta cristalizar en la cristología pascual, que encontró en la idea de resurrección el marco más adecuado para explicar de una manera convincente la vivencia de los seguidores de Jesús después de su muerte. Sin embargo incluso la cristología pascual más primitiva, tampoco hace referencia explícita a la resurrección. La experiencia pascual fue interpretada en una primera instancia, como exaltación y glorificación del humillado injustamente, tomando como modelo una vez más el AT y aplicando a Jesús la idea del justo doliente.
        
La mayoría de los exegetas están de acuerdo en que ni las apariciones ni el sepulcro vacío fueron el origen de la primitiva fe. Más bien fueron una forma de comunicar una vivencia que va mucho más allá de lo que pueden expresar fenómenos perceptibles por los sentidos. Los relatos de apariciones y del sepulcro vacío, se habrían elaborado poco a poco como leyendas sagradas, muy útiles en el intento de comunicar con imágenes vivas la experiencia pascual. Esa vivencia no se logró de la noche a la mañana, sino que fue fruto de un proceso interior en el que tuvo mucho que ver las reuniones de los discípulos. Todos los relatos hacen referencia, implícita o explícita a la comunidad reunida.
        
En ninguna parte del NT se narra el hecho de la resurrección.  La resurrección no puede ser un fenómeno constatable empíricamente; cae fuera de nuestra historia, no puede ser objetos de nuestra percepción sensorial. Todos los intentos por demostrar la resurrección como un fenómeno verificable por los sentidos, están de antemano abocados al fracaso. Toda discusión científica sobre la resurrección es una estupidez. Cuando decimos que no es un hecho histórico, no queremos decir que no fue real. El concepto de real, es  más amplio que lo sensible o histórico. Aquí el racionalismo nos juega una mala pasada.
        
En Jesús no pasó nada, pero en los discípulos se dio una enorme transformación que les hizo cambiar toda su manera de entender la figura de Jesús. Sería muy interesante el descubrir como llegaron los discípulos a ese descubrimiento, sobre todo teniendo en cuanta que en los momentos de dificultad todos le abandonaron a su suerte. Ese proceso de iluminación de los primeros discípulos se ha perdido. No solo sería importante para conocer lo que pasó en ellos, sino porque ese mismo proceso tiene que realizarse en nosotros si queremos entrar en la dinámica de la experiencia Pascual.
        
Con el concepto de resurrección se quiere expresar la idea de que la muerte no fue el final. Su meta fue la vida no la muerte.  Una vida en Dios.  La misma vida de Dios, como dice el mismo Juan: El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre.  Vaciándose del ego, queda en él lo que había de Dios. Este vaciamiento no supone la anulación de la persona, sino su potenciación. Desde la antropología judía se puede entender muy bien. El hombre tiene que ascender desde la carne al espíritu.
        
Las apariciones a los doce son el fundamento de la credibilidad de los apóstoles y la justificación de la misión al mundo. Todas las apariciones responden al mismo patrón. Cinco elementos que conforman un esquema teológico y nos dan la clave de interpretación:
a) Una situación dada. Jesús se hace presente en la vida real. La nueva manera de estar presente Jesús no tiene nada que ver con el templo o con los ritos religiosos. Ni siquiera están orando cuando se hace presente. El movimiento cristiano no empezó su andadura como una nueva religión, sino como una forma de vida. De hecho los romanos los persiguieron por ateos. En todos los relatos de apariciones se quiere decir a los primeros cristianos que en los quehaceres de cada día se tiene que hacer presente Cristo. Si no lo encontramos en las situaciones de la vida real, no lo encontraremos en ninguna parte.
b) Jesús sale al encuentro inesperadamente. Este aspecto es muy importante. Él es el que toma siempre la iniciativa. La presencia que experimentan, no es una invención ni surge de un deseo o expectativa de los discípulos. A ninguno de ellos les había pasado por la cabeza que pudiera aparecer Jesús una vez que habían sido testigos de su fracaso y de su muerte. Quiere decir que el encuentro con él no es el fruto de sus añoranzas o aspiraciones. La experiencia se les impone desde fuera desde una instancia superior.    
c) Jesús les saluda. Es el rasgo que conecta lo que está sucediendo con el Jesús que vivió y comió con ellos. La presencia de Jesús se impone como figura cercana y amistosa, que manifiesta su interés por ellos y que trata de llevarles a su plenitud de vida.
 d) Hay un reconocimiento, que se manifiesta en los relatos como problemático. No dan ese paso alegremente, sino con muchas vacilaciones y dudas. En el relato de hoy se pone de manifiesto esa incredulidad personalizada en una figura concreta, Tomás. No quiere decir que Tomás era más incrédulo que los demás, sino que se insiste en la reticencia de uno para que quede claro lo difícil que fue a todos aceptara la nueva realidad.
e) Reciben una misión. Esto es muy importante porque quiere dejar bien claro que el afán de proclamar el mensaje de Jesús, que era una práctica constante en la primera comunicad, no es ocurren­cia de los discípulos, sino encargo expreso del mismo Jesús, que ellos aceptan como la tarea más urgente que tienen que llevar a cabo.

José A. Pagola.

lunes, 1 de abril de 2013

De la duda a la fe.



Juan 20, 19-31

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.
Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: "Hemos visto al Señor". Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: "Si no lo veo...no lo creo".
Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.
No son "pruebas" de la resurrección, sino "signos" de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: "No seas incrédulo, sino creyente". Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: "Señor mío y Dios mío".
Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola