Hace unos días compartíamos Efesios 5,
uno de los textos que me resultan de alguna manera incómodos. Reconozco que yo habría querido un evangelio lleno de
palabras como libertad (sólo 1 vez en labios de Jesús) o igualdad, denuncias
categóricas del machismo, de la esclavitud, del poder, del aborto…
¿El mensaje de Jesús busca cambiar
la realidad? ¿O sólo la dulcifica?
Haciendo una lectura superficial, lo que
encuentro es:
·
Jesús no pretende cambiar una letra de la ley (Mt
5, 17-20)
·
El hombre es la cabeza de la mujer (Ef. 5,23)
·
No rechaza la esclavitud (Ef. 6,5)
·
Jesús acepta el pago de impuestos y la autoridad
imperial (Mt 17,24-27 y Mt 22,15-21)
·
Elude presentarse claramente como Dios, ni
siquiera como rey (Mc 15,2)
Ni
Jesús ni Pablo promueven una plataforma política para liberar a su pueblo, ni
una revolución social que equipare a las mujeres o libere a los esclavos, ni
una filosofía que se enfrente a la imperante entonces.
Ir
al plano político les habría convertido en una
alternativa de poder, como tal habría tenido más o menos seguidores y el final
que han tenido todas las alternativas: auge, estabilidad, decadencia y
desaparición. Al final es la excusa para que Pilatos acceda a matar a Jesús.
La
alternativa filosófica hubiera sido similar: una
escuela con la que confrontar al resto, discusiones, libros e interpretaciones
sin fin.
Ni siquiera en el plano religioso
Jesús busca el enfrentamiento directo. No busca rebatir la ley, sino que pone
evidencia las contradicciones de los ortodoxos fariseos, que en Sabbath
permiten circuncidar pero no sanar el cuerpo entero (Jn 7,23), que cargan
pesados fardos en la espaldas de los demás. Tampoco es en lo religioso, en lo
cultual, donde Jesús quiere aportar cambios. Sólo el sumo sacerdote se da
cuenta de que Jesús no es sólo otro pseudoprofeta iracundo, y que representa
una auténtica amenaza para todo lo que ellos quieren conservar (Jn 11, 49-50)
Es
en el plano espiritual en el que Jesús libera una carga de profundidad que no
va a dejar piedra sobre piedra. Y por ser espiritual no ha envejecido sino que sigue viva al cabo de 20 siglos.
Pero
Jesús habló no a occidentales del siglo XXI sino a judíos del siglo I.
La
lucha contra Roma le habría llevado al campo de los zelotes, la renovación
religiosa al de los esenios, y meterse en filosofía habría acabado con Pablo
liderando a los estoicos. No eran esos los objetivos.
Jesús
socava los fundamentos del poder político y religioso sin enfrentarse a ellos
con sus mismas armas.
¿La Ley? No cambiará una coma, pero es
la ley la que está hecha para el hombre y no al revés. No ha de impedir el
socorro al necesitado (Jn 7, 23) ni alimentarse a los hambrientos (Mt 12,1-8)
La misma venida de Jesús representa la Nueva Alianza, que completa la antigua
(Heb 9,15).
¿Qué cristiano va a poner la ley por encima del
amor?
¿Pagamos los
impuestos? Desde luego (Mt
17, 25). Al poder sólo le daremos lo que es suyo, el dinero que él mismo acuña
para mantenernos controlados y trabajando. Pero el resto, lo importante en
verdad, es de Dios (Mt, 22,21). El dinero tiene la imagen del césar, nosotros somos imagen del mismísimo Dios.
¿Qué cristiano va a ser más celoso del orden que
del amor?
¿Jesús es rey? ciertamente,
pero de un Reino que no tiene nada que ver con los que conocemos. Un reino en
que el último es el primero, y cuya condición de acceso es dejarlo todo (Mt
19,21-30). ¿Qué cristiano puede creer compatible el Reino
con el poder?
¿La mujer debe
someterse al hombre? A un hombre que la ame como Cristo a la
Iglesia, dando la vida por ella y amándola como a sí mismo. (Ef. 5, 25-33) En
esa relación llena de amor ya no cabe sumisión como la entendemos. El amor hace
imposible una relación de superior e inferior. ¿Qué
cristiano puede dar soporte al machismo, a la discriminación?
¿Amos y
esclavos? Conforme. El esclavo debe trabajar lealmente para su “amo temporal”
pensando más en Cristo que en la gente. Y el amo debe saber que para Dios ambos
son iguales y que no hay distinción alguna (Ef. 6, 9) Un amo cristiano, que se sabe al mismo nivel
que su esclavo, con el que comparte al mismo padre, ¿va a maltratarle, a abusar de él?
De hecho, los cristianos de entonces (como los de
ahora, donde los haya) sí que pusieron en peligro el mantenimiento del “orden”:
·
los soldados se negaban a ser instrumento de opresión y abandonaban las
armas.
·
las mujeres se negaban a ser sólo instrumento de placer
·
las comunidades acogían y ayudaban a los que hasta entonces eran
rechazados y aislados de la sociedad “decente”.
·
el dinero dejaba de ser otra forma de discriminar, porque ¡se compartía!
(Hch. 2,44-45)
Los cristianos no apoyaban un nuevo partido que
impugnara leyes. Pero tenían una ley, espiritual, que estaba por encima de
cualquier otra escrita. Y no había imperio que pudiera con eso. El imperio se
enfrentaba a un enemigo que no combatía con armas. El mensaje del amor fraterno
era, entonces y ahora, tan absurdo y pueril fuera del plano espiritual que sólo
podían menospreciarlo. Y no entendían cómo podía llevar a los cristianos a
socavar las mismas bases de la sociedad romana.
Esa coherencia vital entre lo creído y lo hecho es
lo que falta en nosotros, cristianos de nombre, que nadie puede distinguir si
no llevamos pegatinas en el coche o un versículo para cada ocasión. Esa
coherencia era lo que les hacía ser levadura en la masa, y grano de mostaza. Pequeñas
comunidades de las que decían “mirad cómo se aman”. Y que desde su pequeñez
eran una amenaza para la sociedad y no
sólo buenas personas con buenos modales.
A falta de esa levadura son los poderosos quienes
siguen apropiándose de la Palabra para deformarla en su interés: Jesús no
quiere que cambiemos la realidad. Es sólo el fundador de una religión para
vivir hacia adentro. Una religión adaptable como ninguna, domesticada.
Y ese mismo poder legitima
la sumisión al poder, a la ley, al varón y al padre.
Mikel Snö
Zaragoza