Mateo 25:35
Jesús no excluye a
nadie, a todos anuncia la Buena Noticia de Dios, y esta Buena Noticia nos está urgiendo
antes que nada a que se haga justicia a los más pobres y humillados. Por
eso la venida de Dios es una suerte para los que viven explotados, y muchas
veces una amenaza para los causantes de esa explotación.
Jesús declara de
manera rotunda que el reino de Dios es para los pobres. Tiene ante sus ojos a
aquellas gentes que viven humilladas en sus aldeas; conoce bien el hambre de
los niños desnutridos; ha visto llorar de rabia a los campesinos cuando los
recaudadores se llevan lo mejor de sus cosechas. Son ellos los que necesitan
escuchar antes que nadie la noticia del Reino: “dichosos los que ahora tenéis
hambre, porque seréis saciados; dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”
Jesús los declara
dichosos, incluso en esa situación injusta que padecen, no porque pronto serán
ricos como los grandes propietarios, sino porque Dios esta ya viniendo para
suprimir la miseria, terminar con el hambre y aflorar una sonrisa en sus
labios. El se alegra ya
con ellos. No les invita a la resignación, sino a la esperanza. No quiere que se
hagan falsas ilusiones, quiere que recuperen su dignidad. Todos tienen que
saber que Dios es el defensor de los pobres, de los excluidos, que ellos son
sus preferidos.
Cuando Jesús nos
habla de pobreza y exclusión no lo hace en abstracto, habla de los pobres con los que
trata mientras recorre las aldeas y ve familias que sobreviven malamente,
gentes que luchan por defender su honor, su dignidad, gentes sin hogar,
marginados por la sociedad y la religión.Hombres y mujeres
sin posibilidades de un futuro mejor.
Y Dios se pone
de su parte, Dios defiende a los que nadie defiende. Para Dios, lo
primero es hacer justicia a los pobres, "Él hace justicia a los oprimidos, da pan
a los hambrientos, libera a los condenados, el Señor protege a los inmigrantes,
sostiene a la viuda y al huérfano".
Y nosotros, ¿qué
hacemos?
Dios nos está
pidiendo un cambio profundo. Su anuncio del Reino es para despertar esperanza y
llamarnos a todos a cambiar de manera de pensar y de manera de actuar. Hay que "entrar"
en el reino de Dios dejándonos transformar por su dinámica y empezar a construir
la vida tal como Dios la quiere.
Y lo que Dios
quiere es un pueblo libre de toda esclavitud extranjera, donde TODOS puedan
disfrutar de una manera pacífica y justa de la tierra, de una casa, de un
trabajo justo y digno, sin ser explotados por nadie.
Para entrar en su
Reino primero necesitamos salir de nuestro egocentrismo, de creernos superiores
a los demás, necesitamos salir del imperio que tratan de imponernos los jefes de las
naciones, los poderosos del dinero.
No se trata solo
de una conversión personal, individual de cada persona. Necesitamos introducir un
nuevo modelo de comportamiento social, un cambio de comportamiento que nos
lleve a todos a una vida más digna y segura.Que nos lleve a
construir la gran familia que Dios quiere ver crecer en el mundo.
Una familia en la
que no estamos unidos por lazos de sangre ni de intereses económicos, donde no
defendemos un status social, donde no cabe la marginación y sí tiene cabida la
acogida al OTRO con su diversidad cultural , su idioma diferente, sus costumbres
y tradiciones de su lugar de origen.
La familia que
Dios quiere es una familia abierta y acogedora, en la que hay igualdad para
todos y una acogida servicial a los últimos. Donde nadie se
hace llamar padre ni maestro porque sólo
hay un Padre y un Maestro cercano al que seguir y que nos hace a todos hermanos
y hermanas. Nadie está sobre los demás, nadie es señor de nadie.
¡Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano!
¡Y si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano!
¿No es esta la
cuestión que hay que plantearse ante el debate que circula en los medios?
Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo poner en cuestión la fe que le
hace vivir?
¿Podría yo
burlarme de una manera u otra de sus creencias?
Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo hablar de libertad sin vivir
el respeto? ¿Podría yo rechazarle con actos de violencia contra su persona
o sus bienes?
Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, ¿podría yo permitirme hablar de él
negativamente a sus espaldas? ¿Podría yo permitirme destruir incluso hasta su
intimidad?
Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, le podría encontrar en verdad, podríamos
hablar simplemente, incluso sin estar de acuerdo en todo.
Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, su encuentro me haría crecer; y estoy
seguro que él también crecería. Si el otro se
convirtiera en mi hermano, nuestras miradas podrían cruzarse y una sonrisa
verdadera iluminaría nuestros rostros. Si el otro se
convirtiera realmente en mi hermano, ¡qué mundo tan apasionante podríamos
construir!
Jesús no pudo ni
quiso poner en marcha una sociedad fuerte, organizada, sin fisuras, solo quiso
poner en marcha un movimiento sanador
que fuera transformando el mundo en actitud de SERVICIO Y AMOR.
Un movimiento de
hermanos y hermanas capaces de vivir sirviendo a los últimos, a los excluidos,
a los que no tienen nada, capaces de acoger y dar la bienvenida, con los brazos abiertos, con respeto y
dignidad, a los que con nosotros desean vivir.
Fui forastero y me
acogiste. Ellos, nosotros,
vosotros, todos unidos, somos el mejor símbolo y la semilla más eficaz del
reino de Dios, semilla de amor y acogida, de fraternidad sincera y serena. Así sea.
Mercedes Arias.
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