Juan
20: 1-9
Según
el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando
todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El
Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido
fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los
discípulos: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo
han puesto".
Estas
palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos
cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado?
¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida
o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?
Es
un error que busquemos pruebas para creer con más firmeza. No basta acudir al
magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los
teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un
recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo
encontraremos en ninguna parte.
Juan
describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar
alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas,
no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace
una pregunta: Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?.
Tal
vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe
es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre
nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando
a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?
Según
el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es
entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en
su voz cuando caminaban por Galilea: "¡María!". Ella se vuelve
rápida: Maestro.
María
se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él.
Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por
nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es
entonces cuando nuestra fe crece.
No
reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No
nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona.
Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado
personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al
encuentro con el Resucitado.
Juan A. Pagola.
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