Lc 1,57-80
No es fácil hacerse una idea
de lo que pudo significar la figura de Juan para Jesús, y tampoco tenemos
elementos suficientes para valorar lo que significó para las primeras
comunidades cristianas. Todo es confuso en lo referente a este personaje,
porque a la vez que se hacen elogios increíbles, se pone mucho cuidado en que
no se exagere su valía. Naturalmente no podemos considerar históricos los
relatos del nacimiento que nos proponen los evangelios. De todas formas, son
muy interesantes las diferencias con los relatos sobre Jesús. Ahí podemos
descubrir que se trata de relatos teológicos.
La importancia de este personaje
está acentuada por el hecho de que hacía, por lo menos, trescientos años que no
aparecía un profeta en Israel. Todos los evangelistas resaltan esa importancia,
aunque todos están interesados en resaltar también, la superioridad de Jesús.
Parece que en este hecho se advierte una cierta polémica en las primeras
comunidades, a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos
no tuvo que ser fácil aceptar la importancia de Juan en la trayectoria de
Jesús, sobre todo desde que se aceptó el carácter divino de su mesianismo. El
hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio a Juan, y que se
sintió atraído e impresionado por su figura y su mensaje. Juan fue un personaje
que tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. Relatos
extrabíblicos lo confirman. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy
famoso, mientras que a Jesús aún no le conocía nadie.
La importancia de Juan no disminuye por el hecho de que el
mensaje de Jesús se aparta en gran medida del suyo. Juan predica un bautismo de
conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y
de la única manera de escapar de ese juicio: su bautismo. No predica un
evangelio - buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No
es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron
los cristianos. Habla de "el que ha de venir", pero, con toda
seguridad, se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos
profetas.
Jesús por el contrario, predica una “buena noticia”. Dios
es Abba, es decir Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga,
simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de
Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo
que tiene que llevarnos hacia Él. Muchas veces me he preguntado, y me sigo
preguntando, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con
la predicación de Juan que con la de
Jesús. ¿Será que el Dios de Jesús no lo podemos utilizar para meter miedo y
tener así a la gente sometida?
Hay un aspecto de su doctrina en la que sí
coinciden. Ambos critican duramente una esperanza basada en la pertenencia a un
pueblo o en las promesas hechas a Abrahán sin compromiso personal alguno. Es
curioso que los cristianos hayamos mantenido esa manera de pensar, después de
las críticas de Juan y de Jesús. Tanto Juan como Jesús dejan muy claro que el
comportamiento personal es el único medio para alcanzar la verdadera
salvación. Por eso coinciden también los dos en la crítica del ritualismo
cultual.
Juan era hijo de sacerdote, pero
no se presentó como tal ante el pueblo. Por el contrario se alejó del ámbito
del templo y bautizaba lejos de la influencia de las instituciones religiosas
de su tiempo. Arremetió contra todo lo que oliera a privilegios de castas o
poderes establecidos y predicó y vivió la libertad de ser él mismo. Jesús pudo
aprender de él que lo que se cocía en el templo no podía estar de acuerdo con
la voluntad de Dios, por más que se cumpliera la Ley meticulosamente.
La figura del profeta fue calve
en el AT. De hecho a los escritos bíblicos se les llamó “la Ley y los profetas”. Claro que
el concepto de profeta del AT, nada tiene que ver con lo que entendemos hoy por
profeta, aunque se está recuperando su verdadera imagen. Su primera tarea era
de denuncia. Y no de falta de piedad o religiosidad, sino de falta de justicia.
Esto es muy importante porque sin esta perspectiva la figura del profeta queda
descafeinada. Pero resulta que la injusticia, la opresión, el sometimiento del
otro, vienen siempre de parte de los poderosos, que tienen también capacidad
para tomar represalias contra el que les incomoda. De ahí que el profeta
necesita un temple especial que le haga estar por encima de esas posibles
reacciones. De hecho todos fueron perseguidos y la inmensa mayoría asesinados
por los jerarcas de turno.
Para mí, la principal
característica de la figura del profeta, de antes y de ahora, es que no actúa
en nombre propio. Tiene la conciencia clara de ser un enviado, que tiene
la obligación de ser fiel a quien le envía. En caso del Juan, enviado y
precursor al mismo tiempo. Esto le coloca en un plano inmejorable para hablar
con humildad pero también con total libertad ante cualquier clase de coacción. En
última instancia, esa valentía a la hora de denunciar la injusticia, le costó
la vida.
También hoy, y tal vez más que
nunca, necesitamos profetas que sean capaces de criticar los abusos de los
poderosos de todo pelaje, y nos aclaren el camino por el que tenemos que
transitar para alcanzar plenitud humana. Al ser humano se le ofrecen hoy
infinidad de caminos por los que puede desarrollar su existencia. ¿Cuál será el
que le lleve a la verdadera salvación? Precisamente porque las ofertas
engañosas son más variadas y mucho más atrayentes que nunca, es más difícil
acertar con el camino adecuado. La orientación de una persona libre e
independiente de intereses bastados, es más necesaria que nunca. Todos tenemos
la obligación de ser un poco profetas, sobre todo viviendo;
Ni hoy ni nunca puede el ser
humano planificar, de una vez por todas, su salvación trazando un camino claro
y directo que le lleve a su plenitud. Su capacidad de conocer es limitada, por
eso, la mayoría de las veces, solo tanteando puede descubrir lo que es bueno
para él. También en el orden espiritual tenemos que aumentar el conocimiento.
La idea de que la revelación está ya terminada, va en contra de la misma
naturaleza del ser humano. Jesús dijo: “hay muchas cosas que no podéis cargar
con ellas por ahora, el Espíritu os irá llevando hasta la plenitud de la
verdad”. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque
lo exige su propio progreso, sino porque todos somos también responsables de
que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios
descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos.
Más que nunca, nos hace falta una crítica sincera
de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera,
porque no sirve de nada afirmar teóricamente una determinada escala de valores
y después desplegar en nuestra vida la opuesta. Tal vez sea esto el mal de
nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Hace ya algún tiempo, un
ministro del gobierno, hablando de los problemas del norte de África, decía muy
serio: Es que para los musulmanes, la religión es una forma de vida. Qué pena
que se dé por supuesto que para los cristianos no es así.
José Antonio Pagola