lunes, 17 de octubre de 2011

Describiendo un cuadro.


Lucas 15: 11-32

Queridos hermanos hoy tenemos ante nosotros un texto muy conocido por todos nosotros. Muchas veces estudiado y con diversos matices, casi siempre nos centramos en el estudio de la actitud de ambos hijos. La del pequeño una actitud egoísta y egocéntrica, ya que esta actitud de reclamar su herencia al padre aun vivo lleva consigo graves connotaciones, ya que en diversas culturas esta exigencia por parte del hijo lleva implícito incluso el deseo de la muerte del padre, y la actitud del hijo mayor muy comprensible por todos ya que se queja ante su padre de que el siempre ha trabajado y nunca ha recibido ningún premio por su trabajo. Esta parábola nos es difícil de comprender lo mismo que al hijo mayor dado el sentido que el ser humano tiene de la justicia, pero hoy no quiero hablarles de justicia sino de amor ya que esta parábola llamada el Regreso del hijo pródigo bien podría llamarse La acogida del padre misericordioso.

El pasado mes de Septiembre Carlos y yo viajamos a Rusia. Ahora seguramente se estarán preguntando que tiene que ver nuestro viaje con esta parábola. En este viaje estuvimos en San Petesburgo y, como no podía ser de otra manera, visitamos el museo del Hermitage. Yo no puedo explicar con palabras la belleza se este museo. Como cualquier otro se divide en salas, y casi directamente la guía nos condujo a la sala de Rembrandt, y con motivo de esta visita Augusto me pidió que les hablase del pintor, de su magnífica obra y de lo que representa para el mundo Cristiano la parábola del Regreso del hijo pródigo.

Rembrandt fue un pintor Holandés del siglo XVII, fue un artista extraordinario y con una obra extensa fue llamado por sus contemporáneos maestro de maestros, su vida personal estuvo marcada por muchos altibajos, incluso yo diría que por el infortunio ya que perdió a su esposa Saskia de la que estaba profundamente enamorado y a varios de sus hijos. Ya en el umbral de la vejez pintó su obra maestra y es la que hoy nos ocupa, El regreso del hijo pródigo.

Voy a intentar describirles dicho cuadro.

El cuadro, pintado con esplendorosa técnica del claroscuro y del tenebrismo, con rasgos definidores de la pintura barroca representa dos grupos de personajes. A la derecha del cuadro el abrazo entre un anciano y un joven harapiento, y a la izquierda cuatro espectadores u observadores de la escena, dos hombres y dos mujeres.

Destaca en el cuadro la luz centrada sobre el abrazo entre los protagonistas de la escena. También aparece iluminado uno de los cuatro espectadores en el que surge en el extremo izquierdo.

La luz emana del anciano, el padre de la parabóla y vuelve hacia él. Destaco también el juego de colores: la gran túnica roja del padre, el traje roto en dorado del joven, el hijo menor que se había marchado de casa y el traje similar al del padre del espectador principal, el hijo mayor de la parábola. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la escena principal.

Merece la pena contemplar con detenimiento el rostro del padre, que se muestra integro, y los rostros de los dos hermanos, que solo aparece en uno de sus lados. La mirada del padre aparece cansada, casi ciega, pero llena de gozo y emoción contenida. La cara del hijo menor transluce anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor correctamente ataviado surge en el cuadro desde la distancia.

La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo y a su corazón, y el hijo harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El padre impone con fuerza y con ternura las manos sobre su hijo menor. Son manos que acogen, que envuelven, que sanan son el simbolismo del gesto cristiano y religioso de la imposición de manos.

El cuadro nos interpela acerca de nuestra propia vida cristiana en clave de hijo menor “tantas idas y venidas” “tanto buscarnos solo a nosotros mismos” “tantas mediocridades y faltas” y de hijo mayor el que todo lo sabe, el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, el juez que también se busca solo a sí mismo está lleno de soberbia soterrada, este gran pecado que es la soberbia que cada uno de nosotros podemos llevar y ser.

Se nos llama y nos urge a ser el padre de la parábola, en la acogida, en el perdón, en el amor, en la reconciliación plena y gozosa, sin pedir explicaciones, sin exigir nada, solo dando. El cuadro expresa el gozo inefable de la vuelta a casa, del regreso al hogar de todos y cada uno de nosotros podemos ser el padre que acoge, perdona y ama.

Esta es sin duda, la más bella y conocida de las parábolas del Evangelio. Es quizás la que mejor expresa quien es Dios y cómo es el hombre. Aquí el pintor expresa perfectamente los símbolos que usa el padre. El anillo: signo de filiación, ahora reencontrada. Las sandalias: signo de la libertad recuperada. En la cultura Hebrea y antigua, los esclavos iban descalzos; los hombres libres, iban calzados con sandalias. El traje nuevo: signo del cambio y de la reconciliación imprescindible para una vida nueva y para la fiesta que después llegara. Y por último el sacrificio del mejor cordero: preanuncio del sacrificio del cordero de Dios que quita el pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañaran la música y los amigos. Es expresión de la fiesta de la reconciliación.

Espero que podamos descubrir en nuestro interior no solo a los hijos extraviados, sino también al padre y a la madre compasivos que es Dios.

Mª Dolores Lafita

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