martes, 18 de octubre de 2011

¿Conversión o conversiones?

¿Cuántas veces nos hemos de convertir? Hemos de enseñarle a los jóvenes que la conversión es, a la vez, un evento y un proceso. Consecuentemente, nos hemos de convertir una vez y, al mismo tiempo, muchas veces dado el carácter dinámico de la experiencia humana.

¿QUÉ ES LA CONVERSIÓN?

Diría que es prácticamente imposible hablar de la conversión cristiana sin antes hacer mención de qué es el pecado desde la perspectiva bíblica. En el libro de Génesis capítulo 3 vemos el pecado plasmado como una rebelión del ser humano en contra de la soberanía y autoridad de Dios. Es una declaración de independencia, una substracción de la jurisdicción del Creador. El ser humano, en abierta rebelión contra el Señor, se declara autónomo e independiente.

Si tuviera que usar una figura visual hablaría de marcharse de la casa del Padre, tomar el propio camino, vivir la vida sin tener en cuenta a Dios, ir a la nuestra. De hecho, así lo describe la Escritura en el libro de Romanos cuando Pablo hace mención del Antiguo Testamento, todos se descarriaron como ovejas, cada cual se apartó por su camino.

Explicado el concepto de pecado quiero entrar ahora a hablar del de conversión. En griego, en su origen, la palabra no tenía ninguna connotación religiosa. Convertirse era simplemente dar un giro radical, es decir, un giro de 180 grados. No de 360 como algunos, para hacerlo más radical, indican, pues al hacerlo de 360 grados volveríamos al punto de partida.

La imagen gráfica es alguien que va caminando, en un momento dado se para, considera su camino y se da cuenta que va en la dirección equivocada, da un giro (180 ¡Recordemos!) y se orienta en la dirección correcta y hacia allí se encamina. Por tanto la conversión es un volverse de, nuestros propios caminos y, a la vez, un volverse hacia. Ambos deben ir unidos, darse la mano y tienen un carácter inseparable. Dos partes de una misma realidad.

Nos volvemos hacia Jesús pues Él es camino y, a la vez, nos invita a seguirle, a ir en pos de Él. Nos convertimos cuando dejamos el camino que seguimos, en nuestra opinión el más adecuado, para vivir una vida de seguimiento del Maestro quien es a la vez nuestro camino.

Quisiera acabar este apartado con una declaración radical y contundente. Si el pecado es rebelión, la conversión es sumisión, rendición incondicional a Dios y su autoridad. Así se sencillo, de claro y de costoso.

LOS REQUISITOS DE LA CONVERSIÓN

La conversión, para que sea real y genuina, debe afectar a toda la personalidad del ser humano, todas sus dimensiones, es decir, el intelecto, las emociones y la voluntad. Unicamente cuando estas tres convergen se produce ese auténtico giro de 180 grados del que vengo hablando.

El intelecto. Para podernos convertir hemos de conocer una información mínima y básica, de lo contrario, no podemos tomar una decisión inteligente. Es preciso entender el concepto de pecado, las consecuencias del pecado, el porqué fue necesaria la muerte de Cristo, el propio concepto de conversión y sus implicaciones, entre otras cosas.

Las emociones. Ahora bien, también la dimensión emocional debe estar involucrada. Pensamos en una vida con Jesús, siguiéndolo, colaborando con Él en la restauración del universo y lo vemos como algo de lo cual queremos ser parte. Imaginamos los cambios y sanidad que puede traer a nuestra experiencia como seres humanos y deseamos que suceda.

La voluntad. Todo y siendo lo anterior, intelecto y emociones, bueno, no es suficiente. La voluntad debe de estar involucrada. Hemos de sopesar los precios que hemos de pagar y entender los ajustes que se requerirán en nuestro estilo de vida, valores, prioridades, actitudes y acciones. Nadie se pone a construir una torre sin hacer una estimación del precio, afirma Jesús. Podría darse el caso de que quedara sin recursos y no pudiera terminar y fuera el hazmerreír de todos.Unica y exclusivamente cuando convergen estos tres aspectos: intelecto + emociones + voluntad = conversión, se puede producir un auténtico giro de 180 grados.

Si piensas en hacer un régimen o someterte a una dieta veras que funciona igual.Intelecto, entiendo los peligros de la obesidad y los beneficios de un peso equilibrado y ejercicio moderado. Emociones, me proyecto en el futuro, me veo en la playa con 10 kilos menos y a gusto con mi cuerpo. Voluntad, es la que debe actuar para hacer todos los ajustes necesarios en mi estilo de vida.

EVIDENCIAS DE LA CONVERSIÓN

Al ser la conversión un proceso interno sólo hay una validación posible, las manifestaciones externas del mismo. Cualquiera de nosotros puede afirmar haberse convertido pero ¿Cómo podemos saberlo? Observando con cuidado y detenimiento que tipo de frutos produce esa vida.

Fue el mismo Jesús quien afirmó, por sus frutos los conoceréis. El mismo Maestro dijo que, no todo el que me llama Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre. En Mateo 25, el escalofriante pasaje del juicio final, hay muchas personas sorprendidas de ser rechazadas y Jesús afirma su carencia de frutos como la razón para ello.

El mismo Juan el bautista, cuando estaba en pleno ministerio anunciando la llegada del Mesías afirmaba, según queda recogido en el libro de Mateo, que era preciso demostrar con evidencias que el arrepentimiento había sido sincero.

Finalmente, es de todos conocido el pasaje de la carta de Santiago, el hermano de Jesús, donde afirma que la única manera de probar que se tiene fe es, a través, de las obras. Como bien dice, la fe que carece de obras, está muerta.

Los frutos, las obras, el estilo de vida cambiado, además de ser la única evidencia válida de nuestra conversión son el propósito para el que hemos sido salvados. Haz una visita a Efesios 2:8-10 y Tito 2:11-14. Después de leerlos no te quedará ninguna duda.

CONVERSIONES Y EL CARÁCTER DINÁMICA DE LA EXPERIENCIA HUMANA

Algo que define, como ya he dicho en otros artículos, a los seres vivos es el cambio constante, el crecimiento, la transformación, el proceso. Nosotros, los humanos, como seres vivos aún más complejos dada nuestra dimensión psicológica y espiritual, participamos con mayor plenitud de esas características.

En todos nosotros hay un equilibrio entre cambio y continuidad. Fuimos, somos y seremos. Cristo, según dice la Escritura, es el mismo, hoy, ayer y por los siglos.Así es, ¡Pero nosotros no!, hemos cambiado, estamos cambiando y cambiaremos porque somos dinámicos y en proceso continuo. El propio Jesús cuando participóde la naturaleza humana, creció en estatura y en gracia. El mismísimo Pablo afirma, no haberlo alcanzado ya, pero proseguir adelante. Como afirma el pasaje paradigmático de Efesios 4:11-13, hasta que todos lleguemos a ser como Jesús. Somos, por tanto, gente en constante proceso.

Tengo 55 años y cuando miro hacia atrás me doy cuenta que no soy el mismo que era cuando me convertí a la edad de 17 años. Sin duda, soy todavía Félix Ortiz, pero físicamente, mentalmente y espiritualmente no soy la misma persona que un día, siendo adolescente, aceptó a Jesús y se convirtió.

Desde entonces mi vida ha ido creciendo, cambiando y evolucionando en todas las dimensiones antes mencionadas. He vivido nuevas experiencias, he adquirido nuevos conocimientos, han surgido nuevos retos, he conocido nuevas personas, he entrado en nuevas dimensiones de la experiencia humana, ser esposo, ser padre, ser líder. No veo el mundo como lo veía antes y, estoy seguro, que todavía me queda mucho por vivir, experimentar, crecer y cambiar si el Señor lo permite.

Todo lo anterior ha tenido que ser convertido, rendido, puesto bajo la autoridad y la jurisdicción del Señor. A los 17 años, cuando me convertí (el evento) puse a sus pies lo que en aquel momento era y tenía. Después al ir creciendo y experimentando y viviendo nuevas realidades he tenido que convertirlas y ponerlas de nuevo bajo el señorío de Jesús (proceso) y anticipo que tendrétodavía que convertir, re-orientar, re-dirigir nuevas realidades que saldrán al paso de mi experiencia y realidad como ser humano.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Dado el carácter dinámico de la vida humana debemos enseñarles a los jóvenes el carácter dinámico de la conversión. Enfatizarles que evento y proceso son dos dimensiones inseparables de una misma y única realidad. Que de forma intencional y consciente hemos de ir sometiendo a la autoridad soberana del Señor las nuevas realidades y etapas de nuestra vida. Pienso de hecho, que todos nosotros, cada cierto tiempo deberíamos pararnos, hacer una evaluación sería y pensar qué áreas de nuestra vida no han sido convertidas al Señor y, por tanto, deberían serlo

Felix Ortiz Fernandez

Un estilo de vida reaccionario.

Curso Temporada del alma 3 Miércoles 19/10/2010

I. Introducción

Cuando hacemos el paso de la soledad agobiante a la soledad aquietante no lo hacemos de manera abrupta. Sino más bien que se trata de un caminar progresivo. De ir poco a poco experimentando lo que dejamos atrás y mirando con temor lo que tenemos por delante.

Nos gustan las distracciones. Nos gusta buscar maneras para no enfrentarnos a la idea de que tenemos que asumir compromisos y por eso buscamos excusas y diversiones que nos retarden la hora de asumir una responsabilidad. Si algo caracteriza a los hombres y a las mujeres contemporáneas es su habilidad para buscar entretenimientos, su habilidad para llevar una vida convulsa que transita entre las acciones y las reacciones del cada día. Esto es lo que se le llama estilo de vida reaccionario. Un estilo de vida que hace de la soledad nuestra una trinchera. Nuestra torre fuerte.

Los evangelios sinópticos relatan que Jesús subió a un monte a orar con algunos de los apóstoles, y mientras oraba se transformó el aspecto de su rostro, y su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Aparecieron junto a él Moisés y Elías. Los apóstoles dormían mientras tanto, pero al despertar vieron a Jesús junto a Moisés y Elías. Pedro sugirió que hicieran tres tiendas: para Jesús, Moisés y Elías. Entonces apareció una nube y se oyó una voz celestial, que dijo: Este es mi Hijo elegido, escuchadle. Los discípulos no contaron lo que habían visto.

II. Cuando queremos construir tiendas.

Cuando no entendemos lo que sucede a nuestro alrededor, cuando lo que vemos no nos gusta o nos da miedo sugerimos construir tiendas. O sea, buscamos un entretenimiento para que el dolor sea menos. Y es que en nosotros está la tendencia al nerviosismo, a la ansiedad, ya sea motivada por las demás personas o por las circunstancias que nos marca la propia vida. Lo que sugiere Pedro a Jesús en realidad es a perpetuar la experiencia agradable y pacifica y no bajar al mundo real, sino hacer de ella una realidad alternativa. Pero esto no se acabó con Pedro. Hemos aprendido bien la lección y por eso queremos que las experiencias emocionalmente agradables persistan. Por eso optamos por quedarnos en lo alto del monte, aún corriendo el riesgo de que lo real, nuestra vida, se quede abajo.

Queremos construir tiendas cuando nos duele la vida. Cuando la soledad es tan asfixiante que no nos importa quedarnos a vivir en otra dimensión. Y es que nuestra inercia cotidiana nos empuja a buscar respuestas rápidas y fáciles, a emitir juicios parciales o ha ampararnos en la comodidad del silencio. Pero todas estas reacciones no nos hacen la vida más agradable. No nos dejan vivir en comunidad con libertad. Y acabamos al final del día tan solos como en el amanecer. Y es que construir tiendas en lo alto nos da permiso para seguir solos. Muy solos.

III. Con el corazón contrito.

Ya no escucho mucho esta frase. A no ser que se me ocurra leer el Salmo 51 o alguna confesión de alguien que se sienta culpable y quiera hacer penitencia. Esto de corazón contrito ha emigrado de nuestra espiritualidad. Al menos en el valle del Ebro no es algo de lo que la gente hable.

La contrición en términos teológicos se refiere al arrepentimiento, dolor, o la pena ante el pecado cometido o la ofensa hecha a Dios. Como veremos tiene una implicación individual y otra comunitaria.

Generalmente vivimos días donde nadie se espanta si tiene pensamientos oscuros, si dice palabras hirientes o si hace acciones injustas. Estas cosas son tan cotidianas que no nos escandalizan. Pero al no pensar en ellas también estamos liberados de sentimientos como la culpabilidad y el remordimiento. No nos gusta albergar estos sentimientos. Por otra parte ponemos todo nuestro empeño en desterrar el silencio de nuestras estancias, la muerte de nuestro alrededor y lo viejo de nuestra cercanía. Y no lo hacemos por contrición, sino por emoción.

IV. La realidad es una pesada carga.

¿Cómo podemos soportar la pesada carga de nuestra realidad? ¿Cómo permanecer abierto a todo el dolor que hay a nuestro alrededor? ¿Cómo no escudarnos en la construcción de tiendas si mi vida es dolorosa?

No tengo las respuestas a estas preguntas. Y es que a veces estas preguntas son muy mías. Pero reconozco que hay personas a nuestro alrededor que sufren. Y que han hecho del sufrimiento un animal de compañía. Y estas personas nos hacen que nuestras viejas cicatrices nos vuelvan a doler. Y es que nos recuerdan que un día vivimos así.

Quizás en los días por venir tendremos que aceptar que nuestra vida trascurre entre el saber y el desconocimiento, entre la visión y la ceguera, entre la emoción y la dureza del corazón. Quizás estemos en camino de volvernos más tolerantes con la vida que llevan nuestros familiares y amigos. Quizás necesitamos que alguien se muestre tolerante con nosotros ahora cuando la realidad nos pesa. Quizás tengamos que aceptar la idea que aun no estamos preparados para mirar de frente al dolor porque nos hace mucho daño. Y por eso le decimos a Jesús: ¡Haremos una tienda para ti!

lunes, 17 de octubre de 2011

Describiendo un cuadro.


Lucas 15: 11-32

Queridos hermanos hoy tenemos ante nosotros un texto muy conocido por todos nosotros. Muchas veces estudiado y con diversos matices, casi siempre nos centramos en el estudio de la actitud de ambos hijos. La del pequeño una actitud egoísta y egocéntrica, ya que esta actitud de reclamar su herencia al padre aun vivo lleva consigo graves connotaciones, ya que en diversas culturas esta exigencia por parte del hijo lleva implícito incluso el deseo de la muerte del padre, y la actitud del hijo mayor muy comprensible por todos ya que se queja ante su padre de que el siempre ha trabajado y nunca ha recibido ningún premio por su trabajo. Esta parábola nos es difícil de comprender lo mismo que al hijo mayor dado el sentido que el ser humano tiene de la justicia, pero hoy no quiero hablarles de justicia sino de amor ya que esta parábola llamada el Regreso del hijo pródigo bien podría llamarse La acogida del padre misericordioso.

El pasado mes de Septiembre Carlos y yo viajamos a Rusia. Ahora seguramente se estarán preguntando que tiene que ver nuestro viaje con esta parábola. En este viaje estuvimos en San Petesburgo y, como no podía ser de otra manera, visitamos el museo del Hermitage. Yo no puedo explicar con palabras la belleza se este museo. Como cualquier otro se divide en salas, y casi directamente la guía nos condujo a la sala de Rembrandt, y con motivo de esta visita Augusto me pidió que les hablase del pintor, de su magnífica obra y de lo que representa para el mundo Cristiano la parábola del Regreso del hijo pródigo.

Rembrandt fue un pintor Holandés del siglo XVII, fue un artista extraordinario y con una obra extensa fue llamado por sus contemporáneos maestro de maestros, su vida personal estuvo marcada por muchos altibajos, incluso yo diría que por el infortunio ya que perdió a su esposa Saskia de la que estaba profundamente enamorado y a varios de sus hijos. Ya en el umbral de la vejez pintó su obra maestra y es la que hoy nos ocupa, El regreso del hijo pródigo.

Voy a intentar describirles dicho cuadro.

El cuadro, pintado con esplendorosa técnica del claroscuro y del tenebrismo, con rasgos definidores de la pintura barroca representa dos grupos de personajes. A la derecha del cuadro el abrazo entre un anciano y un joven harapiento, y a la izquierda cuatro espectadores u observadores de la escena, dos hombres y dos mujeres.

Destaca en el cuadro la luz centrada sobre el abrazo entre los protagonistas de la escena. También aparece iluminado uno de los cuatro espectadores en el que surge en el extremo izquierdo.

La luz emana del anciano, el padre de la parabóla y vuelve hacia él. Destaco también el juego de colores: la gran túnica roja del padre, el traje roto en dorado del joven, el hijo menor que se había marchado de casa y el traje similar al del padre del espectador principal, el hijo mayor de la parábola. El fondo es oscuro a fin de que resalte más la escena principal.

Merece la pena contemplar con detenimiento el rostro del padre, que se muestra integro, y los rostros de los dos hermanos, que solo aparece en uno de sus lados. La mirada del padre aparece cansada, casi ciega, pero llena de gozo y emoción contenida. La cara del hijo menor transluce anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez. El hijo mayor correctamente ataviado surge en el cuadro desde la distancia.

La centralidad del cuadro, el abrazo del reencuentro entre el padre y el hijo menor, emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El padre estrecha y acerca al hijo menor a su regazo y a su corazón, y el hijo harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El padre impone con fuerza y con ternura las manos sobre su hijo menor. Son manos que acogen, que envuelven, que sanan son el simbolismo del gesto cristiano y religioso de la imposición de manos.

El cuadro nos interpela acerca de nuestra propia vida cristiana en clave de hijo menor “tantas idas y venidas” “tanto buscarnos solo a nosotros mismos” “tantas mediocridades y faltas” y de hijo mayor el que todo lo sabe, el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, el juez que también se busca solo a sí mismo está lleno de soberbia soterrada, este gran pecado que es la soberbia que cada uno de nosotros podemos llevar y ser.

Se nos llama y nos urge a ser el padre de la parábola, en la acogida, en el perdón, en el amor, en la reconciliación plena y gozosa, sin pedir explicaciones, sin exigir nada, solo dando. El cuadro expresa el gozo inefable de la vuelta a casa, del regreso al hogar de todos y cada uno de nosotros podemos ser el padre que acoge, perdona y ama.

Esta es sin duda, la más bella y conocida de las parábolas del Evangelio. Es quizás la que mejor expresa quien es Dios y cómo es el hombre. Aquí el pintor expresa perfectamente los símbolos que usa el padre. El anillo: signo de filiación, ahora reencontrada. Las sandalias: signo de la libertad recuperada. En la cultura Hebrea y antigua, los esclavos iban descalzos; los hombres libres, iban calzados con sandalias. El traje nuevo: signo del cambio y de la reconciliación imprescindible para una vida nueva y para la fiesta que después llegara. Y por último el sacrificio del mejor cordero: preanuncio del sacrificio del cordero de Dios que quita el pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañaran la música y los amigos. Es expresión de la fiesta de la reconciliación.

Espero que podamos descubrir en nuestro interior no solo a los hijos extraviados, sino también al padre y a la madre compasivos que es Dios.

Mª Dolores Lafita

lunes, 10 de octubre de 2011

Más que una crisis económica se trata de una crisis de humanidad.

Mateo 22, 15-21

La pregunta que hacen a Jesús algunos sectores fariseos, confabulados con partidarios de Antipas, es una trampa preparada con astucia para ir preparando un clima propicio para eliminarlo: «¿Es lícito pagar impuesto al César o no?».Si dice que es lícito, Jesús quedará desprestigiado ante el pueblo y perderá su apoyo: así será más fácil actuar contra él. Si dice que no es lícito, podrá ser acusado de agitador subversivo ante los romanos que, en las fiestas de Pascua ya próximas, suben a Jerusalén para ahogar cualquier conato de rebelión contra el César.

Antes que nada, Jesús les pide que le muestren «la moneda del impuesto» y que le digan de quién es la imagen y la inscripción. Los adversarios reconocen que la imagen es del César como dice la inscripción: Tiberio César, Hijo augusto del Divino Augusto. Pontífice Máximo. Con su gesto, Jesús ha situado la pregunta en un contexto inesperado.

Saca entonces una primera conclusión. Si la imagen de la moneda pertenece al César, «dad al César lo que es del César». Devolverle lo que es suyo: esa moneda idolátrica, acuñada con símbolos de poder religioso. Si la estáis utilizando en vuestros negocios, estáis ya reconociendo su soberanía. Cumplid con vuestras obligaciones.

Pero Jesús que no vive al servicio del emperador de Roma, sino "buscando el reino de Dios y su justicia" añade una grave advertencia sobre algo que nadie le ha preguntado: «A Dios dadle lo que es de Dios». La moneda lleva la "imagen" de Tiberio, pero el ser humano es "imagen" de Dios: le pertenece sólo a él. Nunca sacrifiquéis las personas a ningún poder. Defendedlas.

La crisis económica que estamos viviendo en los países occidentales no tiene fácil solución. Más que una crisis financiera es una crisis de humanidad. Obsesionados sólo por un bienestar material siempre mayor, hemos terminado viviendo un estilo de vida insostenible incluso económicamente.

No va a bastar con proponer soluciones técnicas. Es necesaria una conversión de nuestro estilo de vida, una transformación de las conciencias: pasar de la lógica de la competición a la de la cooperación: poner límites a la voracidad de los mercados; aprender una nueva ética de la renuncia.

La crisis va a ser larga. Nos esperan años difíciles. Los seguidores de Jesús hemos de encontrar en el Evangelio la inspiración y el aliento para vivirla de manera solidaria. De Jesús escuchamos la invitación a estar cerca de las víctimas más vulnerables: los que están siendo sacrificados injustamente a las estrategias de los mercados más poderosos.

José Antonio Pagola

viernes, 7 de octubre de 2011

A Jesús le gustan los burros.

Mateo 21:1-11

Textos relacionados: Zacarías 9:9 -Lucas 19:29-44

Mensaje:

Pocos días antes de su sufrimiento en la cruz [lo que se conoce como "La Pasión"], Jesús entró en la ciudad de Jerusalén en medio de las alabanzas y de la popularidad de la gente. Su entrada a Jerusalén no fue por casualidad ni por capricho de Jesús. Sino que Él lo hizo para cumplir la voluntad perfecta de Dios

Tres hechos importantes en cuanto a su entrada a Jerusalén.

El primer hecho

El primer hecho es que la entrada de Jesús montando un asno había sido profetizada en las Escrituras. Aproximadamente quinientos años antes de que Él naciera, el profeta Zacarías escribió:

"He aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna." [Zacarías 9:9].

Para cumplir con lo dicho por el profeta, Jesucristo entró montado sobre un asno. Él, como Hijo de Dios, pudo haber entrado a Jerusalén de la manera más fastuosa, pero para cumplir con la Palabra de Dios se humilló a sí mismo entrando sobre un borrico.

De la manera más humilde, Jesucristo no sólo entró a Jerusalén montando un asno, sino que también fue obediente hasta la muerte para salvarnos, cumpliendo así con la voluntad del Padre (Mateo 26:39,42 –En Getsemaní).

El que haya entrado montado sobre un asno pone de manifiesto su humildad. Pudo haber entrado en la ciudad acompañado de una hueste de ángeles y con gran sonido de trompetas, pero entró humilde, y cabalgando sobre un asno (Zacarías 9:9; Mateo 21:5). Antes de su entrada a Jerusalén, Él dijo de sí mismo a sus discípulos y al pueblo:

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mateo 11:29).

Como ya hemos visto, las palabras y los hechos de Jesús eran completamente diferentes a los de los escribas y fariseos. Nosotros hoy, como creyentes y seguidores de Él, debemos ser humildes ante Dios y ante las personas, como Jesús nos lo enseñó.

El Segundo hecho

El Segundo hecho es: "El Jesús que recibió alabanzas" .Cuando Jesús entró en Jerusalén, una gran multitud lo aclamó: ¡Hosanna en las alturas! Hosanna significa "sálvanos ahora".

En ese tiempo, Israel estaba bajo el dominio del Imperio Romano. El pueblo estaba oprimido y los judíos eran explotados como esclavos por el gobierno romano. Como Jesús se presentó y realizó milagros bajo tales circunstancias, los judíos pensaron que Él sería el libertador que los salvaría del Imperio Romano. En otras palabras, los judíos no comprendieron el propósito de la venida de Jesucristo a la tierra. El vino para dar vida y libertad a toda la humanidad. Jesucristo vino para vivificar nuestra alma marchita mediante su preciosa sangre derramada sobre la cruz, y para que pudiéramos recibir de Él la bendición de una vida abundante.

Sin embargo, los israelitas sufrieron una gran decepción cuando se dieron cuenta de que Jesús no sería su libertador del Imperio Romano. No obstante, Jesús no cambió su propósito. Él estaba destinado a llevar la cruz en conformidad con el plan de Dios, para que el precio del pecado pudiera ser pagado. Por esto, muy pronto las alabanzas de "hosanna" en los labios de los judíos desaparecieron, y comenzaron a vociferar: "¡Sea crucificado, sea crucificado!"

El amor de Dios y la obra redentora de Jesucristo fue tan grande que ni aun las piedras podían callar sus alabanzas. Nosotros, también, debemos vivir hoy alabando a Jesucristo con corazón puro, semejante al de los niños.

El tercer hecho

El tercer hecho es: "Jesús es el Rey de reyes". Cuando Jesús entró en Jerusalén el pueblo tendió sus mantos sobre el camino y lo aclamó: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (Juan 12:13).

¿Qué clase de rey fue Jesús? Él no utilizó un caballo, sino un asno. Un caballo es símbolo de guerra, mientras que un borrico es símbolo de paz. Jesús vino al mundo como Príncipe de paz (Isaías 9:6) para darnos la paz. Cuando nació, coros angelicales proclamaron que Él es el Príncipe de la paz:

¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! [Lucas 2:14]

Una prueba clara de que Jesús vino como rey está en el hecho de que la gente le tendió sus mantos en el camino. Podemos ver en 2 Reyes 9:13 que el pueblo puso sus mantos debajo de Jesús cuando él fue hecho rey. El hecho de que tendieran sus mantos para que sobre ellos pasara Jesús, nos indica en realidad que Él entró a la ciudad como rey.

Sin embargo, el reino de Jesucristo no es de este mundo; es un reino celestial. - Es el reino de Dios, que será regido por Jesucristo cuando Él vuelva otra vez. Gracias a Cristo llegamos a ser ciudadanos del reino de Dios, y Jesucristo se ha convertido en nuestro rey y señor. Cuando Jesús purificó el templo con la autoridad de un rey, nadie se le enfrentó. Muy pronto, Jesucristo regresará a la tierra como el Rey de reyes. Por lo tanto, todos los días debemos alabarlo como nuestro Príncipe de paz, y vivir con esperanza y gozo, esperando su regreso.

Aplicación:

a. Que así como Jesús tuvo una actitud humilde y pacífica cuando entró en Jerusalén sobre un asno, seamos nosotros ejemplos de paz y humildad para los demás.

b. Que debemos ser creyentes que demos gloria y alabanza a Jesucristo.

c. Que seamos creyentes que demos la bienvenida a Jesucristo en su venida, como el Rey de reyes.

d. Reconocer a Jesucristo como nuestro Señor, salvador y guía en nuestra vida.

Oración:

Padre Celestial, reconozco que mi vida ha sido un desastre, que la guianza humana que he tenido hasta ahora no ha sido suficiente para librarme de los errores del pecado. Pero ahora yo te pido perdón por mis pecados.
Reconozco que tú enviaste a tu Unico Hijo, Jesucristo, para traerme liberación espiritual, moral y emocional. Yo recibo a Jesucristo en mi corazón como mi guia, como mi Rey y Señor.
Gracias por tu perdón y por la sangre de Jesús que me limpia de todo pecado.
Lo pido en el nombre de Jesús. Amén
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lunes, 3 de octubre de 2011

La mesa está servida, señores y señoras.

Mateo 22: 1-14

A través de sus parábolas Jesús va descubriendo a sus seguidores cómo experimenta a Dios, cómo interpreta la vida desde sus raíces más profundas y cómo responde a los enigmas más recónditos de la condición humana.

Quien entra en contacto vivo con sus parábolas comienza a cambiar. Algo "sucede" en nosotros. Dios no es como lo imaginamos. La vida es más grande y misteriosa que nuestra rutina convencional de cada día. Es posible vivir con un horizonte nuevo. Escuchemos el punto de partida de la parábola llamada «Invitación al Banquete».

Según el relato, Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas, pues a todos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plena. Esta imagen es una de las más queridas por Jesús para sugerir el final último de la historia humana.

Frente a tantas imágenes mezquinas de un Dios controlador y justiciero que impide a no pocos saborear la fe y disfrutar de la vida, Jesús introduce en el mundo la experiencia de un Dios que nos está invitando a compartir con él una fiesta fraterna en la que culminará lo mejor de nuestros esfuerzos, anhelos y aspiraciones.

Jesús dedica su vida entera a difundir la gran invitación de Dios: «El banquete está preparado. Venid». Este mensaje configura su modo de anunciar a Dios. Jesús no predica doctrina, despierta el deseo de Dios. No impone ni presiona. Invita y llama. Libera de miedos y enciende la confianza en Dios. En su nombre, acoge a su mesa a pecadores e indeseables. A todos ha de llegar su invitación.

Los hombres y mujeres de hoy necesitan descubrir el Misterio de Dios como Buena Noticia. Los cristianos hemos de aprender a hablar de él con un lenguaje más inspirado en Jesús, para deshacer malentendidos, aclarar prejuicios y eliminar miedos introducidos por un discurso religioso lamentable que ha alejado a muchos de ese Dios que nos está esperando con todo preparado para la fiesta final.

En estos tiempos en los que el descrédito de la religión está impidiendo a muchos escuchar la invitación de Dios, hemos de hablar de su Misterio de Amor con humildad y con respeto a todos, sin forzar las conciencias, sin ahogar la vida, despertando el deseo de verdad y de luz que sigue vivo en lo más íntimo del ser humano.

Es cierto que la llamada religiosa encuentra hoy el rechazo de muchos, pero la invitación de Dios no se ha apagado. La pueden escuchar todos los que en el fondo de sus conciencias escuchan la llamada del bien, del amor y de la justicia.

José Antonio Pagola