miércoles, 3 de febrero de 2016

A veces vemos demasiado

En mi adolescencia, un fuego artificial explotó en mi cara. Me quemó las cejas y me dejó la cara llena de un polvo negro. Por unos días estuve con los ojos cubiertos por una benda. Pensé que me quedaria ciego. Tenía miedo de que nunca volvería a ver a mi madre o a mi padre, que no volvería a ver las montañas y las puestas de sol, los coches rápidos y las chicas hermosas de mi barrio. Durante esos días todo lo veía negro.
A mis treinta y tantos años, una explosión diferente sacudió mi mundo. Me puso en otro camino. Transformó mi vida en un montón de escombros. Todo lo que había definido mi persona y visión fue borrado de la faz de la tierra. Todavía podía ver con los ojos, pero yo quería estar ciego, no queria ver lo que tenía delante y era la angustía, el miedo y la desesperanza.A veces lo que podemos ver es lo que no queremos ver. Vemos un pasado plagado de errores, irreparables estúpideces. O vemos un presente lleno de gente que hemos defraudado, que hemos hecho infeliz. O vemos un futuro sin esperanzas. Vemos miles de cosas, pero ninguna de ellos es agradable a la vista.A veces vemos demasiado. Cuando Pedro, Santiago y Juan estaban en el Monte de la Transfiguración, Vieron muchas cosas. Ellos vieron una nube de luz que envuelve a Jesús. Ellos vieron a Moisés y Elías. Vieron maravillas que nadie había visto nunca. Y se postraron sobre sus rostros y temblaban de miedo. Jesús, entonces, se acercó a ellos, los tocó, y le dijo: Levántense no tengan miedo. Y alzando sus ojos, no vieron a nadie, sino solo a Jesús.A veces vemos demasiado. Cuando nuestras vidas van bien, vemos tantas cosas buenas que somos ciegos a la mano que nos ofrece todo por gracia. Cuando nuestras vidas se caen a pedazos, vemos tantas cosas malas que estamos ciegos ante el Consolado. Ya sea que seamos superados por la felicidad en la cima de la montaña o abrumados por el dolor en el valle, nuestra manera de ver nuestra vida puede ser nuestro mayor handicap.Para ver a Jesús no necesitamos perder la visión de todo lo demás. Sabemos que El es el que perdona nuestro pasado. Que Él lleva nuestras cargas, pero que nos invita a ver el mundo con otros ojos. Su amor transfigura nuestro pasado.Él es la esperanza de nuestro futuro. La tormenta de nuestra vida el la va a calmar con gracia. Lo que va a suceder, no puede cambiar lo que ha sucedido. Antes de dar un paso más, vivir un día más, Cristo ya ha vivido. Su resurrección moldea nuestro futuro. No importa lo que depara el futuro, Cristo ya está en él.Para ver a Jesús no hay que tener la mejor vista del mundo, simplemente hay que mirar.

Chad Bird

lunes, 1 de febrero de 2016

La soledad no tiene sarmientos



Juan 15:1-8

Una de las cosas que siempre me ha gustado de estudiar la Biblia es indagar en la simbología que utiliza. Creo que los ejemplos y símbolos que escoge no lo son por casualidad y entrañan una complejidad y una coherencia que solo la mente de Dios puede haber entretejido.
Me parece que, muchas veces, especialmente en el caso de los símbolos empleados por Jesús, nos quedamos en la mera superficie, en la idea –acertada, por otro lado-- de que Jesús tomaba ejemplos de la vida cotidiana de las personas que le rodeaban para que ellos pudieran comprender mejor sus explicaciones y nos quedamos a medio camino, sin escudriñar el sentido profundo de por qué ese símbolo y no otro.
 Creo que es el caso del pasaje que nos ocupa, el de la vid y los sarmientos. Vamos paso a paso:
v.5.- “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”
La vid es el árbol en su totalidad, es el tronco principal, fuerte, grueso y firme, bien asentado en el suelo gracias a las raíces. Las raíces son las que lo sostienen y las que le proporcionan el alimento para crecer, desarrollarse y mantenerse vivo. Jesús es la vid. Él es ese tronco fuerte y firme, asentado sobre sus raíces. Él es quien toma el alimento y se encarga de transmitírnoslo a nosotros, pero solo puede hacerlo si estamos agarrados a su tronco, si somos parte de Él.
Los pámpanos, los sarmientos, son las ramas de la vid.  Los pámpanos son largos, delgados y tiernos. Así somos nosotros, débiles, finos, frágiles, no gruesos y duros como el tronco. Las ramas de la vid son, además, flexibles y nudosas. Flexibles para poder ser moldeadas, para que Dios pueda adaptarnos y amoldarnos a su imagen y semejanza.  Nudosas porque tenemos muchos “nudos” que Él debe suavizar y pulir para que después, de ellos, puedan brotar los frutos.
 En las ramas, en los sarmientos, podemos observar tres cosas:
1.- Hojas. Por medio de ellas se realiza la transpiración, la salida del vapor de agua. El agua refresca, limpia, calma la sed, el agua es vida. De una parte de nosotros, de nuestras hojas, brota el agua de vida. Ésta es una de nuestras misiones: ser de refrigerio al cansado, llevar a quienes nos rodean ese “agua de vida”.
También a través de las hojas se realiza la fotosíntesis, que es la asimilación del alimento a través de la luz del sol. La Luz es el Señor y su Palabra, Él es el Sol de Justicia, su Palabra es Luz en las tinieblas, muchos pasajes aluden a esto. Dios nos capacita con su luz para entender y poder nutrirnos del alimento de salvación que nos proporcionan las raíces de la vid a la que estamos unidos.
2.- Tijeretas. Las tijeretas son unos órganos delgados que utiliza la vid para asirse a objetos cercanos o tallos próximos. Ésto alude a las relaciones personales. Una parte de nosotros, como ramas que somos de la vid, es el instrumento que ésta utiliza para acceder a donde ella misma no alcanza. Nuestras “tijeretas” deben alcanzarlos para hacerles llegar la verdad de la salvación y, además, porque el propio sarmiento necesita un sostén y una firmeza en las circunstancias que lo rodean. Nos necesitamos unos a otros y necesitamos una serie de circunstancias propicias que nos ayuden a sostenernos y poder seguir cumpliendo nuestro cometido con seguridad.
3.- Racimos. Los racimos son el fruto que nace del sarmiento bien nutrido. Y ese fruto no es único. Dios no eligió la ilustración del manzano o del melocotonero. Nuestro fruto no es uno solo, es un todo múltiple, compuesto de muchos frutos más pequeños que conforman un racimo. Nuestras capacidades y nuestro valor son múltiples y así los emplea Dios a la hora de que llevemos fruto.
v2.- “el Padre quita todos mis sarmientos improductivos”
Podemos ser un pámpano aparentemente completo: con hojas y sarmientos, en espera del nacimiento del fruto. Calmamos la sed de las personas que nos rodean porque damos del agua de vida que recibimos; nos nutrimos de la Palabra y nos agarramos con firmeza a nuestra vida, a nuestras amistades; todo va funcionando, pero si no cumplimos nuestra verdadera misión, esto es, que salgan uvas de nuestra rama, la verdadera razón de ser pámpanos, se queda desierta y el Padre nos quitará.
¿Cómo llevar fruto, entonces?
v.5            “el que permanece unido a mí (…) produce mucho fruto”
Permanecer en la vid significa seguir siendo una rama de ella , seguir pegados al tronco y tomar el alimento que nos da a través de sus raíces. Debe de ser muy importante permanecer porque lo repite 10 veces en 6 versículos.
¿Cómo permanecemos, entonces?
Juan 6:56 dice: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en Él”
Comer su carne y beber su sangre alude directamente a la celebración de la Santa Cena. En ella recordamos su muerte y su resurrección, hacemos memoria de su sacrificio en favor nuestro. Aun estando muy bien este recordatorio, creo que para permanecer en la vid hace falta más que un mero recuerdo. Hace falta que asumamos, interioricemos, asimilemos ese sacrificio como parte intrínseca de nuestra vida y de nuestro ser, que forme parte de nuestros tejidos y de la manera que estamos hechos. La comida y la bebida que tomamos a diario pasan a formar parte de nuestro organismo, las asimilamos, las hacemos nuestras. Eso debe ser Jesús y su sacrificio para nosotros, alimento diario y parte de nuestra esencia.
Juan 15:10 “solo permaneceréis en mi amor si cumplís mis mandamientos”
Otra forma de “permanecer” en la vid es obedeciendo su Palabra, haciendo lo que Él nos dice. Que su alimento sea parte diaria de nosotros mismos es indispensable, pero también lo es someter nuestra voluntad a su obediencia.
 Quiero ahora llamar la atención sobre el verbo “quitar”. Hemos visto antes que el texto dice que el labrador quitará toda rama que no da fruto.
Las ramas nuevas de la vid tienden a crecer extendiéndose por el suelo, entremezclándose con el barro del terreno, se ensucian y así difícilmente pueden dar fruto.
Ese “quitar” no es tirarlas a la basura como inútiles. El verbo griego utilizado es “airo”, que significa levantar. El labrador levanta las ramas del suelo, las lava y las sujeta en alto para que puedan llevar fruto.
La limpieza es un proceso en ocasiones doloroso porque nos quita esa suciedad dura muy apegada a nosotros. Dios quiere levantarnos del barro y darnos la oportunidad de dar fruto alimentados con la luz y sostenidos por las tijeretas.
Otro proceso de limpieza es el de la rama que está dando fruto. Estos pámpanos también necesitan ser limpiados para que puedan dar más fruto.
v.2            “todo aquel que lleva fruto lo limpiará, para que lleve más fruto”
v.3            “ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”.
Este proceso de limpieza es distinto al anterior porque ya ha habido un proceso de limpieza profunda. Es como un “limpiar los pies del polvo del camino”. La Palabra ya ha hecho la parte más difícil porque al oírla y aceptarla como verdad ha limpiado nuestro interior. El Labrador ahora tiene que limpiar la rama de nudos e impurezas, soltar las tijeretas enredadas donde no deben y limpiar las hojas para que puedan respirar aire puro y nutrirse apropiadamente de la luz.
Y la promesa final para el pámpano fructífero es:
v.7            “si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho”.

Gema Gutierrez