Mateo 15: 21-28
La mujer cananea es una
de dos personas quienes Jesús alaba su gran fe. El primero es el centurión en
Mateo 8, quien dice que Jesús no tiene que venir en persona para curar a su
criado, que la palabra sola es suficiente. Jesús exclama: De cierto os digo que
ni aun en Israel he hallado tanta fe (8,10).
En Mateo 15 Jesús hace
una excursión al norte a la región de Tiro y Sidón, y allí esta mujer cananea, que
no es judía, ni israelita y le pide que cure a su hija. Después de un rechazo
inicial, la persistencia y la fe de esta mujer impresionan a Jesús y dice:
¡Mujer, grande es tu fe (15,28)!
¿Qué podemos aprender
de esta mujer con una gran fe?
Nos llaman la atención
las personas que tienen poca fe, en contraste con el centurión y la mujer
cananea que tienen una gran fe. En dos ocasiones Jesús reprende a los doce
discípulos por su poca fe. En el capítulo 8, justo después del relato del
centurión de mucha fe, los discípulos se encuentran en una tormenta que amenaza
hundir el barco. Despiertan a Jesús, y él les dice: ¿Por qué teméis, hombres de
poca fe?
Más adelante, en el capítulo
16 después de que Jesús ha alimentado a 4000 personas, los discípulos se
encuentran sin pan y comienzan a discutir. Jesús pregunta: ¿Por qué discutís
entre vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?
Los discípulos son
israelitas, y judíos, son llamados por Jesús y le siguen como discípulos, pero
les reprende por su poca fe. Pero alaba la fe del centurión y de la mujer
cananea. Todos estos tienen fe, pero unos tienen poca y otros tienen mucha.
Nosotros que hemos hecho confesión de fe, que somos bautizados, que asistimos
con regularidad a la celebración dominical, que decimos ser creyentes, ¿tenemos
mucha fe o poca? ¿Hay vecinos y gente en la sociedad que no han hecho confesión
de fe, que no son bautizados, que no asisten nunca a ninguna capilla, que no
profesan ser creyentes, pero que tienen mucha fe?
La desesperación es la
incubadora de la fe. No es la única, pero es una muy importante. A veces, aun
para personas fieles en la iglesia, una circunstancia amenazante despierta la
fe o les lleva a una dimensión nueva y más profunda de ella.
A veces en medio de las
crisis que tocan a la puerta que nuestra fe se hace profunda y echa raíz. Y
quizás nos podamos hacer una pregunta: ¿Por qué es tan necesaria una crisis o
un sentido de desesperación para experimentar la fe profunda? Cuando uno no
está en crisis, es confiado en sí mismo. Se siente independiente. Uno piensa que
con los recursos que tiene le puede con cualquier situación.
Hemos de darnos cuenta
que la fe tiene un aspecto humillante. La esencia de la fe es la confianza
plena en el otro, que es el opuesto de depender de uno mismo. Nos cuesta pedir
favores. Preferimos ser autosuficientes. ¿No te has sentido humillado pedir
ayuda a alguien? La fe atenta contra nuestro orgullo. Pero la mujer de nuestra
historia pide ayuda.
Pero cuando uno está
tan desesperado como esta mujer cananea, dejamos el orgullo al lado, nos
humillamos y nos acudimos a Jesús. Dejamos toda pretensión al lado, reconocemos
nuestra inutilidad e impotencia, y esta es la buena tierra para cultivar la fe.
La fe es la dependencia, la entrega de uno mismo al otro, la confianza plena en
el otro, y resistimos fuertemente todo esto porque queremos ser
autosuficientes, pretendemos ser potentes y no impotentes, deseamos poder vivir
sin Dios.
En realidad, la fe no
es tan humillante. Al principio parece así, pero cuando uno ha caminado en la
fe por un tiempo descubre que es totalmente al contrario. Porque la fe es un
instrumento de relación, una relación con Dios, con un Dios que nos ama.
La fe tiene una
finalidad. La mujer grita: ¡Señor, Hijo
de David, ten misericordia de mí!. Todos estos títulos son títulos de
soberanía y autoridad. Y cuando nos enfocamos en la soberanía plena de Dios,
que le corresponde, nos sentimos humillados. Pero la realidad es que Dios
ejerce su soberanía en un contexto de amor. Jesús ama a esta mujer. Ella le ve
como un soberano y se enfoca su fe en él como soberano, pero seguramente no
termina allí. A través de la humildad, que es necesaria para la fe, descubrimos
un amor profundo, incondicional que nos acepta y nos transforma.
La fe se inicia con una
sumisión a un soberano potente que puede hacer lo que nosotros no podemos
hacer, pero nos lleva a una relación de amor que inspira una confianza plena
donde nos descansamos en los brazos del Señor. La fe se inicia con un sentido
de desesperación, y nos lleva a un sentido de plenitud.
¿Es así tu fe? Te
invito a compartir la fe de la mujer cananea.
Mark Abbott
No hay comentarios:
Publicar un comentario